Little Hugo
Opinión miércoles 29, May 2019Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La banda mexicana Little Jesus, dio a conocer su nuevo álbum: Disco de Oro. Lo que me cautiva del disco y de esta banda es lo bien que han entendido la tradición del rock en México e incluso lo bien que asimilaron dos polos de esa tradición en un solo concepto que, además, propone un sonido propio
El viernes pasado la banda mexicana Little Jesus, dio a conocer su nuevo álbum: Disco de Oro. Lo que me cautiva del disco y de esta banda es lo bien que han entendido la tradición del rock en México e incluso lo bien que asimilaron dos polos de esa tradición en un solo concepto que, además, propone un sonido propio.
En lo propositivo encuentro la influencia de ese rock psicodélico, experimental, atrevido y excelente que bandas como Tinta Blanca o la Revolución de Emiliano Zapata construyeron muy bien, pero que, en su momento, se vieron frustradas por la represión gubernamental y la censura a las juventudes de finales de los 60s y principios de los 70s.
Por otro lado, en lo pegajoso y simple de las letras de Little Jesus, encuentro esa tradición del rock’n’roll viejito, de Enrique Guzmán, de los Teen Tops, de Los Locos del Ritmo o de Los Rebeldes del Rock. Pocos rockeros se han interesado por tejer un puente con esta generación de músicos a los que les debemos el primer acercamiento de muchos mexicanos a música de Los Beatles o los Rolling Stones, a quienes, por aquellas fechas, covereaban con el mayor de los descaros, pensaríamos hoy, pero con la mejor de las intenciones: promover el rock.
Estas dos vertientes musicales han quedado inconexas a pesar de ser íntimas en su naturaleza: ¿qué sería del rock sin Los Beatles, sin Los Rolling, sin Johnny B. Good de Chuck Berry? Todos sabemos que la transición entre aquello y las derivaciones metaleras, psicodélicas, progresivas, etcétera, que surgieron después se dio de manera simple en el mundo anglosajón. Pero acá no, en México la línea se cortó con una represión que lastimó a estos dos mundos del rock por igual.
Y es ahí donde encuentro interesante el proyecto de Little Jesus (y pocos otros músicos) que, sin intención o con ella, han logrado recoger elementos de ambas tradiciones que, en realidad, son una y la misma. Con varias referencias, sutiles en sus sonidos, a Los Beatles, por ejemplo, Little Jesus ha traído a la vida temas poperos, psicodélicos, rockeros, con beats africanos, con teclados, con sintes, con voces, con solos de guitarra. Han recorrido un número interesante de elementos pero siempre con un sonido característico. Toquen lo que toquen, experimenten con el ritmo que experimenten, suenan a Little Jesus y eso es impresionante.
Disco de Oro, desde su estética, propone ya este regreso a sonidos del rock clásico con una particular sensación nostálgica. Con todo, no desaprovecha la oportunidad de un buen solo instrumental o de jugar con beats cuasireggaetoneros y cuasitrap. Reiterando el lugar que esta banda se está labrando en la historia de la música en nuestro país.
Pero hay algo más que me identifica con Little Jesus, en especial con su vocalista y compositor principal Santiago. En algunas entrevistas ha declarado que Little Jesus nació de un hastío y de una inconformidad con los estudios que llevaba a cabo en Berklee en Boston, una de las universidades mejor reputadas en el mundo en lo que toca a la música; tras encontrar en ello cosas muy rebuscadas y con la intención de regresar a cosas más simples, Santiago decidió volver a México. Simplemente quería presentar los temas que había compuesto, organizó una pequeña banda con amigos y así nació Little Jesus, uno de los proyectos más exitosos en el rock mexicano contemporáneo.
Yo tuve una experiencia similar, después de terminar la licenciatura y con una actitud muy ambiciosa frente a la vida decidí proyectarme hacia un posgrado en Cambridge, una de las universidades más afamadas en el mundo y que cuenta con uno de los mejores programas en Filosofía Antigua, que es mi primordial interés académico. Finalmente, no fui admitido en el programa por haber aplicado fuera de tiempo; yo, quizá con una perniciosa autocomplacencia, me repito que no tuvo que ver con que mi trabajo no estuviera a la altura y que, si lo intentara de nuevo, seguro lo lograría. La verdad no lo sé y, mejor aún, ya no me importa.
La ansiedad y obstinación con la que solía apegarme a mis planes de vida, no me daba cuenta, de hecho me comían vivo: triste, deprimido, sintiéndome insuficiente, sintiéndome incapaz de lograr algo de valor. Ponía en el Reino Unido la fórmula mágica que iba a solucionar mi vida con tan solo ser aceptado en un programa académico. La realidad era que me estaba forzando a algo que no me hacía feliz, que me impedía disfrutar la filosofía, la pasión más genuina que he tenido en mi vida, y, de manera más triste, afectaba mi salud física, emocional, mental y mi autoestima.
Veo en muchos colegas una actitud similar que nunca cesa, una ansiedad e infelicidad profundas que, se tratan de convencer, “no es tan mala”. No niego que la vida académica deba ser un reto, nunca dejará de serlo, sin embargo, ahí mi decisión, no creo que pueda estar por encima de la propia felicidad y del bienestar humano.
Aunque mi respuesta es un no, no juzgo a quien encuentra en este camino su plenitud, yo, a tiempo, creo, me di cuenta que no era lo que quería, que no me hacía feliz y que necesitaba volver a cosas más “simples”. A lo que me gusta llamar filosofía artesanal, hecha desde abajo, con las manos, saliendo a convivir con las personas y a intercambiar puntos de vista. A dar a conocer, a quienes se sienten ajenos a nuestro entorno, que la filosofía no es tan aburrida, compleja e inalcanzable como nos la pintan. Que es una pulsión humana por encontrar sentido, aún en el sinsentido.
Aprendí de Santiago, de Little Jesus, que el éxito real es el que encuentras en el entorno en el que estás a gusto, en el que no renuncias a disfrutar de tu pasión y el amor por lo que haces y en el que, como consecuencia, te permites ser más sincero y transparente. Sobre todo, me pregunté, a partir de estas elecciones y situaciones de vida, por México, el país con más fuga de talentos en el mundo. Me pregunté por qué todos queremos irnos y por qué pocos quieren volver a construir acá, a hacer acá, a encontrar el éxito acá. Puedo ser un cobarde, puedo mentirme a mí mismo, pero soy muy feliz con lo que “volver a lo simple” me ha dado. Con la búsqueda que es hoy Filosofía Millennial y con el atrevimiento que me tomo de creer que tengo algo que compartir. Acá también hay Discos de Oro, acá también hay letras de oro, es cosa de que queramos y nos quedemos a generarlas.
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