Ganar el Juego de Tronos
Opinión miércoles 22, May 2019Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La búsqueda de R.R. Martin con esta historia es romper con el clásico paradigma del género, de que el bien siempre debe triunfar sobre el mal y que la tragedia es, en realidad, fortuna disfrazada, lo cual sólo anula las consecuencias reales de las catástrofes
Debo decir que no fui el mayor de los aficionados a Game of Thrones, de hecho, es hasta recién esta última temporada que empecé a seguir con rigor la trama de esta serie, intrigado por saber cómo terminaría esta historia tan bien reputada. No se me escapa la relevancia de la serie, la calidad de su trama y el valor de su producción. El impacto de algunos de sus momentos y personajes en la cultura popular es innegable; como la Boda Roja, la muerte de Hodor, la amenaza que implicaron los White Walkers o, ahora, las hazañas de Arya, la muerte de Daenerys y el triunfo de los Stark.
Con todo, el final de la serie me intriga lo suficiente como para tratar de explicar por qué fue el que fue. Mi comprensión es limitada, en tanto que no conozco todos los detalles de la serie pero, por lo mismo, puede resultar más objetiva pues no trato de favorecer a ningún personaje en específico; por otro lado, el mensaje fundamental que ha dado la serie con su final es suficientemente claro como para poder reflexionar sobre él al margen de estas limitaciones. Así, siguiendo a R.R. Martin, creador de esta historia, hay tres criterios que hicieron a esta serie lo que fue: su propuesta ante el género literario fantástico, su relación con los paralelos históricos que tiene Game of Thrones y su relación con la mitología nórdica.
Los libros que sustentan esta serie son una deconstrucción del género de fantasía como solía entenderse. La búsqueda de R.R. Martin con esta historia es romper con el clásico paradigma del género de que el bien siempre debe triunfar sobre el mal y que la tragedia es, en realidad, fortuna disfrazada, lo cual sólo anula las consecuencias reales de las catástrofes pues, si en realidad son un bien que necesitaba de una tragedia para aparecer, en realidad los problemas nunca son problemas y sus consecuencias no son reales. Pierden consistencia, relevancia, pues todo queda subsumido a una romantización del dolor o una reinvención del mismo, que puede ser engañosa y sólo paliativa. Desde este punto de vista es claro por qué Daenerys debía morir y por qué la tiranía que estaba materializando debía tener consecuencias, porque así es en la vida real, las tiranías eventualmente acaban y rara vez lo hacen por las buenas.
En cuanto a sus paralelos históricos, el asunto fundamental es el modo en que la serie discute la legitimidad de la herencia del trono con base en las nociones que alguna vez rigieron las monarquías europeas. No basta con ser quien más se lo merece, de hecho, no importa ser quien más se lo merezca (por eso la meritocracia es la principal crítica a la monarquía); se trata de ser un aspirante legítimo al trono. Ya por el origen biológico (es decir, la genealogía), ya por mandato divino o naturaleza divina (de ahí la importancia, por ejemplo, de las profecías a lo largo de la serie), ya por la legitimidad otorgada por el pueblo. Desde este punto de vista, Bran es el único capaz de unir las tres cualidades pues desde su genealogía, como Stark, puede aspirar al trono, desde su “divinidad” la legitimidad le viene por su naturaleza premonitoria y su conexión con el cuervo de tres ojos y desde el pueblo, que en los momentos finales de la serie está representado por el consejo de señores que lo elige, su falta de ambición, su desinterés por ser rey, lo convierten en la mejor opción para no repetir las tiranías que se habían sucedido en el Trono de Hierro.
Finalmente, el modo en que la serie recoge nociones fundamentales de la mitología nórdica resulta magistral, digno de libros y libros, que por ahí se pueden encontrar, que explican los paralelos de los personajes con diferentes dioses de la creencia nórdica antigua. En términos generales basta con decir que, al igual que estos mitos, la serie moldea ciertas nociones de valentía, de honor, de lo correcto, de la tiranía misma, del poder, de la lucha por el poder, etcétera.
En particular la última temporada de la serie puede leerse a la par del fin del mundo nórdico; haciendo un paralelo entre la Gran Guerra y la Última Guerra con una especie de Ragnarök de los Siete Reinos. Ragnarök, tal como en los cómics de Marvel y en la reciente película de Thor, es la batalla del fin del mundo que ocasionará la destrucción de casi todo lo que existe en el universo. La batalla final en la que los mismos dioses alcanzan el honor de morir guerreando trae consigo un caos que arrasa con el orden tal y como lo conocemos para dar paso al nuevo orden, al de los dioses jóvenes y el de la nueva generación. Destino que, en el imaginario nórdico, los propios dioses conocen bien y que, al tiempo, saben que son incapaces de detener. Desde aquí, entonces, queda claro porque el mundo queda en manos de los Stark en diferentes frentes pues serán ellos los encargados de construir un nuevo mundo que deje atrás los errores y atrocidades de los “antiguos dioses”, es decir, los anteriores gobernantes.
Así pues, la octava temporada sólo amarra estos tres hilos conductores que componen la genialidad de Game of Thrones, otro nivel de análisis es si lo hacen bien o mal, lo cual depende de la apreciación que cada quien tenga sobre la serie o incluso sobre los shows televisivos. Por ahora yo sólo puedo decir cómo lo han hecho y por qué para mostrar cuál ha sido el mensaje final de la serie: de las nuevas generaciones depende acabar con los tiranos (y esto incluye a los tiranos erigidos por ellos mismos).
Dicho así, la idea resulta muy vaga y hasta un tanto vacía pues es muy complicado, si no imposible, desde una objetividad inhumana, decidir quién es un tirano y por qué. Claro, hay indicios claros y objetivos que pueden determinarlo pero estos sólo se presentan en situaciones tan alarmantes que la presencia de un verdadero tirano no se puede ocultar ni negar. Me preocupo, más bien, por los tiranos relativos, por esas narrativas, propias de la política contemporánea, según las cuales la historia se divide en buenos y malos y según las cuales los que siguen tal o cual idea o principio son dignos de consideración mientras otros no.
Mi manera de atacar el dilema es la siguiente: de las nuevas generaciones depende acabar con la tiranía misma. No se trata de señalar a uno u otro personaje como un tirano (salvo los casos en los que la tiranía es evidente, insisto) sino señalar como el problema a las narrativas que pintan el mundo como blanco o negro. Los juicios tajantes llevan a acciones tajantes y, por tanto, desconsideradas. La única manera de romper con acciones burdas e inmediatas que no corrijan de fondo el camino de nuestra realidad social es la consideración, la comprensión, en una palabra: el humanismo. La capacidad de ejercitar nuestro aparato crítico, nuestra capacidad de evaluar negativamente las acciones de aquellos con quienes simpatizamos cuando se equivocan y el compromiso de juzgar a aquellos con quienes no simpatizamos con la mejor de nuestras objetividades y el más abierto de nuestros corazones y mentes.
Para mí, entonces, la ganadora del verdadero Juego de Tronos debe ser, tal como sucede en la serie, la nueva generación: una con capacidad crítica, que se cultiva, que se critica, que pone en tela de juicio su propia opinión y que se preocupa por alimentar las opiniones de otros por medio del diálogo y de una articulación adecuada de sus convicciones. El verdadero Juego de Tronos se gana en equipo, con humanos humanistas. ¿Usted lector, es capaz de ganar el Game of Thrones?
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