Exabruptos injuriosos
Freddy Sánchez martes 14, May 2019Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Los extremismos dividen, convulsionan y nublan la conciencia y el buen juicio. Por eso se vale disentir y criticar, pero no hacerlo por resentimiento ni con vociferaciones.
El discurso del fanatismo violento enferma la inteligencia social corrompiendo los sentimientos individuales. Razones más que suficientes para evitar el contagio de las diatribas.
Así que los dichos de los “cháiros” y “fifís”, (más obsecados que sus inductores mismos), no pueden ser un buen ejemplo a seguir para el análisis de las acciones del gobierno federal en turno.
Las exageraciones para adular o satanizar en nada contribuyen a una correcta evaluación en busca de reconocer aciertos o desaciertos en el primer semestre del sexenio.
Un periodo de tiempo, por cierto, insuficiente para validar la credibilidad de los diagnósticos sobre el éxito o fracaso de la actual administración sexenal. Que sin duda alguna llegó al poder con el ánimo en alto de hacer cambios radicalmente contrastantes con el pasado. Medidas que chocaron abruptamente con usos y costumbres arraigados hasta la médula en el tronco conductor de los asuntos públicos y privados.
Por eso, como era natural surgieron toda clase de reacciones de suspicacia, intranquilidad e inconformidad, por decir lo menos, acerca de lo que piensan y manifiestan con desagrado distintos connacionales.
Aunque pretender darse a la tarea de hacer una comparación objetiva de los primeros seis meses del nuevo gobierno con los seis sexenios anteriores, a fin de aprobar o desaprobar lo que se pone en práctica actualmente y lo que se hizo en el pasado, además de propiciar cálculos prematuros, sólo provocaría juicios a priori.
O sea: una especie de elucubraciones fantasiosas. Condenas flamígeras o loas obsequiosas hechas como todas esas desbocadas apreciaciones a la ligera, que suelen comprarse en el “mercado” de las conciencias “baratas”, fácilmente proclives a las descalificaciones o la zalamería, al servicio de intereses creados, absolutamente ajenos al interés común. En ese sentido, lo aconsejable es esperar a que los cambios sexenales demuestren por si solos su beneficio o perjuicio para la sociedad en su conjunto.
Lo cual requiere ir más allá de “las cuentas alegres” sobre el regocijo de los que se sienten favorecidos por las nuevas políticas públicas, en contraposición con las molestias de los que no comparten la idea de estar viviendo una era de contento colectivo.
De modo que para sopesar la cantidad real de los complacidos o insatisfechos, de plano es muy temprano.
Y es que lo que funcione bien saldrá a la luz a su debido tiempo de la misma manera que sucederá con aquello que sea un nuevo fracaso sexenal en cada una de las cuestiones de interés público en proceso de atención con acciones diferentes a las realizadas por gobiernos anteriores.
En ese contexto, una pregunta se antoja pertinente.
¿Serán o no los cambios en la forma de gobernar a México un remedio a los grandes males nacionales?
De momento, es imposible saberlo, pero indefectiblemente lo sabremos en el curso de este sexenio.
Igual exactamente que pasó con los regímenes de la tecnocracia antes de cada relevo presidencial, habiendo acontecido previamente una serie de claroscuros con más decepciones que complacencias populares.
En ese tenor, huelga decir que sólo con hechos se podrá acreditar que las políticas públicas en ejercicio, en verdad merecen el reconocimiento y aplauso ciudadano, sin el fastidioso preámbulo de los elogios rastreros ni exabruptos injuriosos.