Tempus fugit. Que el cauce esperanzador no se salga de madre
Francisco Rodríguez viernes 10, May 2019Índice político
Francisco Rodríguez
Fue tan ridículo el tránsito hacia la modernidad mexicana, que acabó siendo el mayor insulto del neoliberalismo a la sociedad esperanzada y engañada por los loros del sistemita de los últimos setenta años. Se intentó de todo para acabar siendo peores que antes. Se hurgaron todos los modelos de imitación extralógica para el embuste. Y así nos fue.
En los ochentas nos dimos cuenta de que todo había sido una ilusión manipulada. Surgió la sociedad de la crisis, compuesta mayoritariamente en la banda que sería ocupada por la famosa “población económicamente activa”, por personas que no tuvieron destino ni rostro homologable con los rangos anteriores de la demografía real.
Individuos no sólo sin ocupación en el mercado formal, sino también sin destino, sin capacitación mínima y sin identidad, por el lado de la demanda. Por el lado de la oferta, correspondiente a las instituciones públicas y privadas, surgió una clase de descastados infames, entreguistas por vocación.
Una clase dominante preparada en círculos exclusivos, selectos, carente de emoción social, ignorante de sus raíces y emprendedora de sus propios y egoístas intereses, acotada entre la inviabilidad de los modelos extranjeros y la imposibilidad de recordar el modelo original, perdido en el tiempo y el espacio.
Las políticas adoptadas de sus patrones reales no correspondían a las que necesitaba una población en grado extremo de necesidad de los elementos sustanciales para sobrevivir. El embate brutal de las políticas de locomotora provenientes del norte gabacho, de Europa occidental y del sistema financiero internacional erosionaron el sistema.
Vencidos por el desplome de la economía y la cerrazón de la política, el inerme sistema anexionista cayó por su propio peso sobre la humanidad de más de cien millones de mexicanos, según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía que ya no pudo contener los engaños oficiales.
Al sonsonete de justificarlo todo, el sistema se dedicó al oficio más viejo de los desleales: mentir. Se hizo de la política económica el aparato demoledor de las verdades, el siervo fiel de los infames. De los medios de comunicación, los aliados en la tragedia. Cómplices a ciencia y paciencia del embute.
Se llegó al extremo de creer que podían intentarse políticas neoliberales distantes y ajenas, como las practicadas en los países maquiladoras de la Cuenca del Pacífico. Habían logrado ingresos per capita que rebasaban los veinte mil dólares anuales y hacia allá debíamos ir.
Sólo que aquellos estaban sustentados en una férrea concertación de los gobiernos asiáticos con sus ejércitos, en las políticas corporativas gerenciales y en un absoluto predominio de creencias religiosas antiquísimas y hegemónicas. Y nadie lo notaba. Todos estaban empeñados en arribar a un gancho del cual colgarse.
Lo que diferenciaba esas estructuras de las que se practican en nuestra realidad es que aquí no se contaba incondicionalmente con ninguna de las corporaciones con las que negociaban las economías del cuadrilátero asiático. Y no porque las administraciones huehuenches en boga no las hubieran querido concretar.
De las demandas vitales, la necesidad de dinero fresco para la inversión, la reactivación de una economía muerta, la reducción del servicio de la deuda, por ejemplo, ninguna tenía viabilidad ni ritmo para poder escogerse a fin de metabolizarlas para no destrozar absolutamente el país.
En el colmo, ni había criterios de selección para los objetivos de asimilar o rechazar adversarios y para obtener las respuestas para conquistar el apoyo franco de la sociedad civil que, como decía Jorge Luis Borges refiriéndose a Carlos Gardel, cantaban mejor después de muertos.
Y siguiendo a pie juntillas por ese camino, llegamos al siglo XXI. Sin respuestas posibles. Sin alternativas. Sin poder concebir en los estrechos horizontes de la coyuntura actual un nuevo tipo de organización política que respondiera a la realidad social.
Que llenara los espacios perdidos del rebasado corporativismo y del fracasado neoliberalismo, que contribuyera al desarrollo social, que impulsara el proceso democratizador y que diera viabilidad, estabilidad y continuidad a un sistema político envejecido e inerte.
Cruzados en esos brazos, las soluciones no podían ser otras que ansiar un protectorado político. Pero tampoco llegó, nadie quiso hacerse cargo de un país que para lo único que servía era para perforar sus vientres y succionar las materias primas fósiles. El Rubicón nunca fue cruzado.
Y ahora, en lugar de avocarnos a lo inmediato y urgente, algunos ilusos siguen pensando en que todavía quieren recetarnos la creación de una nueva cultura política. “¡Qué tropa, joder, qué tropa!”, dijo el conde de Ramamones. No pueden resolver sus encargos y andan por los montes de Úbeda queriendo descubrir el hilo negro.
Están a punto de que se les vayan las cabras. Y siguen pensando en que un sexenio dura un siglo. ¿No se dan cuenta que el plazo de gracia, el bono de la sorpresa política se agota cuando no se usa para lo que fue conferido? ¿Para qué siguen mentando la soga en la casa del ahorcado? No se gana nada, lo que se pierde es lo más valioso: el tiempo.
Siguen oficiando, queriendo comprobar los sustantivos. Basta de la remolacha sobre la austeridad, la honestidad y la transparencia. El movimiento sólo se demuestra andando. Los que deben comprobarse son los adjetivos con los que se califique el paso de esta nueva modernidad sobre los cuerpos inanes de los hambrientos.
Esta población no necesita una nueva cultura política. Lo que necesita es comer bien, llegar a fin de mes, saborear las mieles de la justicia, recuperar la dignidad perdida, dejar de ser acosada y violada por los vendepatrias. Necesita urgentemente ser… después, ella sola encontrará la manera de ser. No va a necesitar poetas de lo ridículo, ni esgrimas para sociedades aburridas de su bienestar.
La satisfacción de las necesidades elementales sólo puede venir de un régimen de origen progresista, consciente de su obligación histórica y de su lugar en el mundo. El baile ya empezó cuando ganaron la contienda y no quieren abandonar la barra de los festejos, la retórica de las campañas que son en verso.
La realidad, la terca realidad necesita una prosa específica: se llama cordura, se llama conocimiento de los tiempos, se llama precisión ejecutiva, se llama pueblo.
Y para eso los trajimos hasta aquí. No queremos más ruedas de molino, ni espantajos del pasado. Queremos acción. Resultados concretos. Cosas medibles.
Porque, decían las abuelas, lo que no se hace en la mañana, ya no se hace en la noche. Y ya casi llevan un año en el pandero. Desde que asumieron los bártulos, desde que el pueblo terco derrotó a la reacción. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Escribe don Gabriel Álvarez: “Coincido plenamente con usted… se renuevan las esperanzas después del informe de los 100 primeros días de la Fiscalía General de la República. Con ello se avanza hacia lo que debe ser el estado de Derecho, y se recuperará la confianza cuando se vean los resultados definitivos, Sin embargo, el siguiente mayor obstáculo es, como ya se pudo constatar en el caso de Alejandro Gutiérrez (el ahora innombrable ex secretario general del PRI), la prevaricación y corrupción de los jueces y magistrados federales, que los vuelve peor que cómplices del crimen organizado. Pero eso es el resultado del respeto a la soberanía del criterio jurisdiccional, lo cual es bueno y es la base de la certeza jurídica, pero cuando se utiliza faltando a verdad y a la ley, y cuando se colude con los órganos superiores, se convierte en delincuencia organizada desde quien tiene la responsabilidad de impartir la justicia. Y no terminamos ahí, el Consejo de la Judicatura es juez y parte cuando se hacen denuncias contra sus propios jueces, muchos de ellos dentro de una historia de nepotismo. Y aquí es donde muy pocas veces la mano izquierda le da una manotadita a la mano derecha. Aunque el PJF es un órgano autónomo, por principio no es válido que se juzgue a sí mismo por sus faltas, cuando en realidad a cualquier falta mínima debería de enfrentar, a mi juicio, la cancelación de su cédula profesional para poder ejercer, cero tolerancia, quizá desde la función pública. Pienso que ahí es donde habría que desarrollar un esfuerzo en el Legislativo para cerrarles su puerta al libertinaje al PJF”.
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