Con sólo tres acciones, AMLO pasaría bien a la historia
Francisco Rodríguez jueves 9, May 2019Índice político
Francisco Rodríguez
Es archisabido que la acumulación de poderes en torno del presidencialismo que sostiene la Constitución mexicana ha aglutinado una cantidad de atribuciones y facultades que escasamente se ven en los sistemas políticos modernos. En la actualidad sólo una veintena de países lo practican.
Todos los demás han optado por establecer sistemas de pesos y contrapesos que disminuyen las facultades presidenciales, omnímodas en nuestro caso, que hacen de este país un símbolo emblemático de algunas cosas que ya no pueden ser.
El autoritarismo y hasta las decisiones omnipresentes se conjugan para hacer de nuestros presidentes presas fáciles de los poderes fácticos que los chantajean cuando llegan al poder por la vía del fraude o de mayorías fantásticas, como fue nuestro caso a lo largo de la historia.
Lo primero que tenían que hacer, inmediatamente después de cruzarse sobre el pecho ese tiliche engañoso llamado banda presidencial, era ir a Washington y jurar respeto eterno a las instituciones y a los símbolos de la bandera de los huesos y calaveras.
Esto fue siempre así, desde que se tiene memoria. El chantaje recíproco funcionaba a la perfección, sobre todo después de que nuestros presidentes y sus equipos de trabajo entendían y asimilaban la lección de “mamar y al mismo tiempo dar de topes”.
Una fórmula infalible que fue preconizada durante décadas por los colmilludos diplomáticos mexicanos que hicieron escuela en la cancillería. Todo era una cuestión de toma y daca que siempre fue la base de la relación bilateral con la nación más poderosa de la Tierra.
El coqueteo de los presidentitos mexicanos se volvió un dolor de cabeza cuando quisieron imitar todo cuanto sucedía del otro lado del Río Bravo, concretamente a las orillas del Potomac. El arribo de la tecnocracia norteamericana en 1964, con la llegada del ejecutivo de la Ford Motor Company… Robert S. MacNamara a la secretaría de guerra del gabacho para dirigir las invasiones a Vietnam. Porque al mismo tiempo se repetían las lecciones en los cabildos europeos y se hacían realidad las carreras tecnocráticas de Valery Giscard d’Estaing, que arribaría unos años después al Palacio del Elíseo.
Por más que los teóricos de todas latitudes previeron a los sistemas políticos sobre el veneno que se cargaban los hombres unidimensionales, y las decisiones a contrapelo del establishment que podían tomar para arrellanarse eternamente en el poder, nadie hizo caso.
La llegada de la tecnocracia puso al servicio de las administraciones una serie de teorías que posiblemente eran benéficas para la empresa privada, pero que al no ser tamizadas con los sentimientos generales, podían causar daños irreparables.
Ahora vivimos otras condiciones. Sin embargo, algunas medidas y modelos tecnocráticos tomaron carta de naturalización allende las fronteras y llegaron para quedarse. La feria de rutas críticas, control de riesgos, administración del costo beneficio, control de daños y el fatídico decision making process fueron un hecho.
Con el sonsonete de la globalización y la reducción de estructuras del Estado, los mexicanos fuimos más papistas que el Papa. Llevamos los razonamientos al extremo de la tortura: aplicamos sin límite las variables macroeconómicas… que se nos dictaban desde el extranjero, el control ridículo de la inflación por la vía del desempleo, las teorías monetaristas sobre la distribución del ingreso, el control del gasto por encima de las obligaciones fiscales… y de los programas sociales, la adopción de legislaciones enteras, mal llamadas “estructurales” para acabar con nuestro patrimonio colectivo y aberraciones de todo género, porque así se estilaba o así se ordenaba en Washington y en Nueva York . Fuimos los más obedientes.
Y cuando todo esto empezó a tronar, y cuando todos los países abandonaban esas recetas para poder salvar los pocos intereses que aún les quedaban a sus poblaciones, nosotros seguimos siendo necios hasta la sumisión e ignominia. Y así nos fue. Caímos en el punto del no retorno.
Cuando quisimos ser diferentes, llegamos a darnos cuenta de que, de todas las atribuciones que la Constitución confería a los mandatarios, era imposible pensar en poder aplicar todas al mismo tiempo. Los más sensatos llegaron a aconsejar que al tomar el poder, los presidentes debían centrar su atención en tres o cuatro cosas a realizar en el curso sexenal.
El que mucho abarca, poco aprieta, pareció ser la consigna. Y tenían razón. Si un presidente podía hacer bien tres o cuatro cosas en un sexenio, podría haber reservado su lugar en la historia. En efecto, hacer bien tres o cuatro cosas indispensables donde hacer caer toda la fuerza del Estado era una selección indispensable de un buen gobierno.
Tres o cuatro cosas, se antoja de un reduccionismo elemental. Sin embargo si se miran las cuestiones del Estado desde un punto de vista práctico y eficiente puede llegarse a la conclusión de que en realidad el planteamiento era demasiado ambicioso… y podía ser efectivo.
El régimen actual, motivado por sus orígenes contestatarios, sin haber formado una escuela de cuadros sensatos y sistémicos, está perdido en sus objetivos a corto plazo. Quizá porque está demasiado comprometido con sus propias camisas de fuerza de transparencia… o por sus compromisos ideológicos, escrupulosidad, honradez y ahorro republicano, o quizá porque yendo por ese derrotero torcido puede caer en el gran vacío, en la gran pérdida del tiempo más valioso que ha podido concederle la historia moderna a un país emergente como el nuestro.
La gran lección que no quisiera que nos propinara la historia en este momento crucial es que las tres o cuatro cosas que podemos y debemos hacer las tenemos frente a las narices y nadie acepta que así deba ser.
Hay que tomar al toro por los cuernos y atacar de inmediato, antes de que el destino nos vuelva a alcanzar:
Uno. Limpiar de una vez por todas el cochinero petrolero. Hacer una alianza con el sindicalismo democrático y la empresa estatal para elevar la productividad y desterrar la corrupción y el robo inmisericorde que están haciendo las castas del sistema;
Dos. Llevar a cabo los cobros de los créditos fiscales concedidos graciosa e ilícitamente a empresarios consentidos y aplicar los recursos a las necesidades básicas de la Nación. Estamos hablando de un billón de pesos en el primer año;
Tres. Aplicar el enfoque geoestratégico al comercio exterior, aprovechar las oportunidades que brinda actualmente un mundo diversificado y atacar de raíz los problemas profundos de inseguridad nacional.
Sólo tres cosas. La gente las pide a gritos y ya no quiere esperar a los talentosos estrategas que dejan pasar el tiempo como si lo perdonaran.
Todo lo demás es lo de menos. Es floritura y puede esperar. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Cada vez más, gobernar no es tarea de un solo hombre. Menos cuando este hombre se ha propuesto hacer historia. Ya se ha hablado aquí de la inacción de la mayor parte de los integrantes del gabinete presidencial que dejan más solo que la una a AMLO. Pero todavía está peor la cosa en Movimiento de Regeneración Nacional, que llevó al triunfo electoral al Presidente de la República. Y es que a su seno se disputan el control político dos corrientes extremadamente confrontadas. Una, por la que da la cara su dirigente en funciones Yeidckol Polevnsky, y otra en la persona de Alejandro Rojas Díaz-Durán, quien busca encabezar a Morena. Lamentablemente, este organismo de interés público aún no se consolida como partido político ni pareciera que alguien esté haciendo lo conducente para arraigarlo y fortalecerlo. Y esto ha llegado a niveles de incomprensión total cuando se hace público que tienen cerrado el proceso de afiliaciones. ¿De verdad no quieren más militantes en Morena? ¿Qué estructura acompaña y acompañará en lo sucesivo al presidente AMLO? ¿Sólo aquellos a quienes llaman chairos, sin afiliación partidista alguna? Parece un suicidio. Lo es.
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