El Supremo, un esperpento
¬ Humberto Matalí Hernández martes 5, Jul 2011Al son de las fábulas
Humberto Matalí Hernández
“Yo el Supremo Dictador de la República.
Ordeno que al acaecer mi muerte, mi cadáver sea
decapitado; la cabeza puesta en una pica tres días
en la Plaza de la República, donde se convocará al
pueblo al son de las campanas echadas a vuelo”.
Augusto Roa Bastos. “Yo el Supremo”.
El 26 de abril de 2005, con una innecesaria discreción, con la modestia que caracteriza a los genios, Augusto Roa Bastos abandonó la vida. Nació en la ciudad paraguaya de Asunción en 1927, donde falleció a los 87 años, de los cuales 49 los pasó en el exilio, expulsado por las brutales dictaduras militares, los “gorilatos”, que durante décadas asolaron Paraguay. Fue refugiado y perseguido en Argentina, España y Francia.
En su creación se distinguen dos novelas: “Yo el supremo” e “Hijo de hombre”. La primera considerada su obra cumbre, recrea la historia de Paraguay desde la independencia en 1811 hasta la muerte del tirano Gaspar Rodríguez de Francia en 1840, que se autodesignó el Supremo Dictador de la República. Es la base para el personaje central y lo lleva a niveles de un gobernante de opereta y burlesque, hasta la tragedia sangrienta del país, bajo el mandato siniestro del Supremo. Parangón de los dictadores sembradores de violencia y muerte en las naciones latinoamericanas, de México a la Argentina en los siglos XIX y XX.
Hay una esperpéntica similitud entre la vida del Supremo paraguayo y el mexicano Antonio López de Santa Anna, su Alteza Serenisima. De lo ridículo a lo heroico y de lo bestial a lo humano. Igual como lo sanguinario en los gobiernos de Porfirio Díaz, Augusto Pinochet, Videla y demás dictadores, incluido Alfredo Stroessner que persiguió a Roa Bastos. Por cierto, el escritor recibió el Premio Cervantes en l989, mismo año de la muerte de Stroessner, que le impidió retornar a Paraguay. El casi medio siglo que Roa Bastos vivió como refugiado y perseguido político se inició en 1947, por culpa del nuevo gorilato paraguayo, encabezado por Natalicio González, líder de otro golpe militar. A pesar del dolor, la vida en el exilio le dio satisfacciones plenas. España y Francia le otorgaron sus nacionalidades respectivas y recibió reconocimientos muy importantes.
En “Yo el Supremo” el lujo descriptivo de Roa Bastos es sublime: “Aquí en mi cuarto, el apagado tic tac de los relojes; entre ellos el que regaló Belgrado a Cavañas (sic) en Takuary. El ruidito de las polillas en los libros. El minutero taimado de la carcoma en el maderamen. De tanto en tanto caen los cascados sonidos de las campanas de la catedral marcando no horas sino siglos. ¿Cuánto hace que no duermo? Todo se repite a imagen de lo que ha sido y será. Lo sumo y lo mínimo. Tan cierto es que no hay nada nuevo bajo el sol, y este mismo sol es la repetición de innumerables soles que han existido y existirán. Los antiguos sabían que el sol se hallaba a 2 mil leguas y se asombraban de que pudieran verlo a 200 pasos. Sabían que el ojo no podría ver el sol, si el ojo no fuese en cierto modo un sol. Más que necesario saber no estar enfermo, hacerse invulnerable a todo…”.
La larga reflexión del dictador, unida a la recopilación de un investigador, Roa Bastos como personaje de su novela, es la base de la novela histórica sobre la primera etapa de Paraguay, bajo el gobierno del operístico dictador Gaspar Rodríguez de Francia:
“Tengo un viejo cráneo en las manos. Busco el secreto del pensamiento. En algún punto los más grandes secretos están en contacto con los más pequeños. Este es el punto que rastrea mi uña sobre el hueso. Lustravit lampade terras. Tras mucho buscar al tanteo creo haber ubicado ya la sede tronal de la voluntad. El sitio del lenguaje bajo este hongo de afasia. Aquí, la olvidada pantalla de la memoria. Inmóviles, las que fueron usinas del movimiento. Desaparecidos los sentidos; razón que nos hace miserables; la conciencia que nos torna cobardes porque nos hace saber que somos cobardes y miserables”.
Publicada en l974, “Yo el Supremo” la escribió en Francia, lejos de Paraguay, mientras sobrevivía como maestro en la Universidad de Toulouse, donde enseñó guaraní y literatura hispanoamericana. Roa Bastos es un ciudadano del mundo, que conmocionó a la literatura latinoamericana en los años en que aún se hablaba de sueños libertarios y de la unión bolivariana para los hombres de América Latina. De ahí el gran impacto que debe ser recuperado ahora que los dictadores son las empresas trasnacionales y el capital extranjero, que causa catástrofes en Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela y un México uncido por gobernantes irresponsables, a un tratado donde no es el hermano menor, sino el simple patio trasero, donde la mugre, la suciedad y los deshechos son arrojados por los amos de América del Norte, apropiados para ultrajar a los millones del continente, de los patronímicos de “americano” y “norteamericano”. Los dictadores y sátrapas cambian de piel y nombre, pero de forma y violencia se acomodan a los tiempos.
El sarcasmo es una constante y lo reafirma Augusto Roa Bastos en las sentencias de las líneas finales: “Así, imitando una vez más al Dictador (los dictadores cumplen precisamente esta función: reemplazar a los escritores, historiadores, artistas, pensadores, etc.), el a-copiador (sic) declara, con palabras de un autor contemporáneo, que la historia encerradas en estos Apuntes se reduce al hecho de que la historia que en ella debió ser narrada no ha sido narrada. En consecuencia, los personajes y los hechos que figuran en ellos han ganado por la fatalidad del lenguaje escrito, el derecho a una existencia ficticia y autónoma al servicio del no menos ficticio y autónomo lector”.
Difícil encontrar tal honestidad y sapiencia en un autor, que se sabe víctima de su creación y de la realidad que se topa con la historia sin importar si es ficticia o real. Simplemente es.
Igual a la realidad de lo que sucede en Ciudad Juárez, donde la presencia de las autoridades, el desplante de sus fuerzas militares y soldados disfrazados de judiciales, no ocultan la verdad de la barbarie desatada por la incapacidad bélica de los gobernantes. Desde un presidente, gobernante de mente bloqueada, al igual que su gabinete o un gobernador de pacotilla, más gustoso por irse a vivir al extranjero, que por tomar decisiones de autoridad.
¡Lo que haría un escritor de los alcances de Roa Bastos! Y eso que Carlos Fuentes soltó duras críticas en una conferencia y recién lanzó “Adán en edén”, donde muestra la barbarie oficial de los gobiernos mexicanos.