¿Enfermedad mental, locura o genialidad?
Opinión martes 30, Abr 2019De la carpa a las letras
Arturo Arellano
No había utilizado este espacio para contar experiencias personales en mi trabajo como clown hospitalario o risoterapeuta, por ese afán de evitar al ego, que se hace presente tristemente mucho por estos lares de los llamados doctores de la risa. Sin embargo, creo que hay cosas que vale la pena mucho contar, como la historia que aquí les traigo, en la que la psiquiatría, cayó un poco de mi gracia o me puso en entredicho, me hizo cuestionarme sobre su efectividad y hasta buen uso. En fin no escribiré para hacer polémica, sino para evidenciar que desde mi óptica hay gente siendo tratada por “enfermedades mentales” que no debería estarlo y otra que incluso ocupa puestos importantes en la política, que necesitarían seguramente un tratamiento de este tipo.
El caso que les contaré es el de un niño, no mayor a los 12 años de edad, cuyo nombre no revelaré por respeto y seguridad, pero que tuve la fortuna de conocer durante una visita a un Hospital Psiquiátrico Infantil de la Ciudad de México, donde ofrecería una función doble, dado que primero me presenté en el pabellón de niñas y posteriormente en el de niños. Como se volvió una costumbre, por casi cinco años, el doctor en turno amablemente me recibió en la sala de espera del hospital, entusiasmado porque al igual que yo compartía la idea de que la cultura, el entretenimiento, divertimento y la risa, eran primordiales para el sano crecimiento emocional de un niño; contrariados a la vez porque nosotros les acercábamos estas herramientas a los niños en un lugar tan sombrío como ese hospital y no lo estaban recibiendo en sus hogares de parte de sus padres.
Entré al pabellón de las niñas y emocionadas corrieron a formar un circulo alrededor mío, con guitarra en mano me dispuse a interpretar algunas canciones, que previamente me habían solicitado, contrario a mis gustos me atreví a cantarles temas de Prince Royce, Justin Bieber y Río Roma, pero la satisfacción absoluta valió la pena al verlas cantar a todo pulmón “Mi persona favorita”, lo habíamos logrado, por un momento se habían olvidado del lugar en donde estaban y se transportaron a otro lugar, lleno de música y esperanza. Más tarde hice magia, malabares y organizamos un baile, agradecidas se despidieron y me obsequiaron algunos dibujos.
Con el corazón a reventar de emoción salí de su pabellón y me dirigí al de los niños, donde esperaba tener una experiencia similar a las que había tenido en otras ocasiones, arranqué con canciones de Dragon Ball, les hice magia, malabares y un número de clown, pero no tardé en darme cuenta de que un pequeño de sonrisa tímida, se ocultaba en lo más lejano del grupo, me acerqué a él e intenté integrarlo, pero su personalidad no le permitía sumarse a la fiesta que habíamos armado.
Terminó la función y no me quedé con las ganas de abordarlo, pero entonces me percaté de que él no le quitaba la mirada a mi guitarra, así que le pregunté “¿te gusta?”… él asentó con la cabeza a lo que respondí con un inmediato “te la presto”, sin premura, el niño tomó la guitarra en sus manos y para mi súbita sorpresa puso sus pequeños dedos en los trastos e hizo una versión impecable de la novena sinfonía de Beethoven. Yo no podía creer lo que estaba viendo y escuchando, lo primero que vino a mi mente fue preguntarme ¿por qué un niño con ese talento estaba en ese lugar y no sobre un escenario deleitando al mundo?, siendo feliz, pues su rostro me dejaba claro que al tocar la guitarra el niño era libre. Tragándome las lágrimas aplaudí su interpretación y le pregunté ¿dónde había aprendido?, me respondió que viendo videos en casa, pues sus padres nunca estaban. Noté que ya estaba un poco rompiendo las reglas al involucrarme en una charla tan personal, pero honestamente no me importó.
Al salir, enfrenté al doctor en turno le cuestioné sobre el niño, mi cabeza no daba crédito a lo que había sucedido, pero aquí entendí otra cosa, estaba fuera de sus manos. “Sus padres vienen a dejarlo, les hemos dicho que no requiere de ningún tratamiento, pero ellos sólo discuten y cuando les negamos la atención nos demandaron por negligencia, tienen un gran poder adquisitivo, pero no son capaces de hacerse cargo de su hijo. El niño dice descansar mejor cuando esta aquí, se ha vuelto una rutina, viene y pasa algunos días, después vienen a recogerlo, pero su tristeza es notable, nos dice que prefiere estar con sus amigos en el hospital”. Esa fue la primera de las tres veces que logré ver a este genio de la guitarra, le compartí algunas partituras y posteriormente el doctor logró que el niño no volviera al hospital, refiriendo a sus padres a una fundación que se encarga de salvaguardar los derechos de los niños. No sé dónde se encuentre, ni me he dado a la tarea de buscarlo, sólo espero que algún día explote su talento y que nuestro reencuentro sea con él en un escenario y yo aplaudiendo de nueva cuenta su genialidad. “Los artistas tienen la capacidad de tirarse un clavado en la locura y después salir a contarnos lo que pasa en ella”, Tato Pavlovsky.