Unen psicología y economía para decir que no podemos crecer
Francisco Rodríguez viernes 26, Abr 2019Índice político
Francisco Rodríguez
Cuando los libros sobre economía valían la pena, Arghiri Emmanuel y Samir Amin, dos teóricos de polendas, instauraron el concepto de intercambio desigual. Este se producía porque las mercancías producidas por un país explotado se vendían por debajo de su valor, y las de los imperios, por encima de su costo y comercialización.
Los países avanzados impusieron el modelito, concebido en función de sus propias necesidades. Los precios definidos de esta manera geoeconómica, artificiales en los momentos en que eran implantados por esa ley de la selva, pasaban a ser racionales por la fuerza de las cosas. Una cadena muy productiva.
Las aristocracias obreras, los gobiernos sometidos a voluntades foráneas, los favoritos trasnacionales y sus testaferros locales repartieron entre castas privilegiadas la torta de la explotación internacional. Las negociaciones con grupos de presión y franjas burocráticas se convirtieron en peleles al servicio del mandamás.
Todos los precios dependían del mercado de los compradores. La relación desproporcionada, asimétrica, operaba en contra de las sociedades pastoriles, aquéllas que como la nuestra habían sido relegadas al papel de proveedoras de materias primas, sin posibilidad de añadir valor agregado a sus productos agropecuarios e industriales.
Esta fue la base de todas las teorías estructurales de la dependencia, desde André Gunder Frank, hasta el historiador Tulio Halperin Donghi. El vencedor siempre imponía las reglas del león y se lavaba las tajadas en todos los beneficios. En la actualidad, aunque los Estados Unidos dependen del intercambio comercial con el mercado mexicano en centenas de billones de dólares…… anuales y ese flujo monetario crea 14 millones de empleos bien remunerados entre los gabachos, la realidad es que nuestras limitaciones industriales y manufactureras impuestas desde los veintes en el Tratado de Bucareli, determinan la sujeción y la dependencia endémica del país azteca. El volumen del mercado lo construyen los vendedores, pero los precios y las condiciones las imponen los compradores.
Peor cuando el Orange Trump decide ralentizar el paso de nuestras mercancías por sus fronteras.
Porque la mayoría de esas centenas de mil millones de dólares se integra con las compras y el turismo de los catorce millones de mexicanos que visitan anualmente al gabacho, más los valores agregados en las únicas industrias exitosas que tienen en pie a los EU e impuestos que pagan nuestros migrantes, más las patentes de ensamblaje automotriz en territorio azteca, más diferenciales de los agroexportadores consentidos. El gabacho es atiborrado de ganancias. Lo que nos toca, son cedacerías. El problema es que los que engordan el caldo son los entreguistas de este lado, una caterva de ignorantes.
Hemos visto desfilar en la pasarela de Estocolmo a escritores que justipreciaban la lucha de los débiles del mundo, por razones de pobreza, de marginación, de colonización, pero jamás como en 2017 habíamos visto una manera tan grotesca de pervertir el Premio Nobel para honrar a quienes luchan contra la paz y la justicia.
Por ahí han pasado Rabindranath Tagore, Anatole France, Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Romain Rolland, John Steinbeck, Hermann Hesse, Ernest Hemingway, Camilo José Cela y, entre otros, a José Saramago, pero también se les ha concedido inexplicablemente al golpeador de gobiernos latinoamericanos Henry Kissinger y el incapaz Barack Obama. En 2017 le tocó el turno a su empleado Richard Thaler.
El Nobel ha sido desdeñado por Jean Paul Sartre, porque pretendían juzgar su posición frente a la liberación de Argelia, que siempre fue afirmativa, contundente y sin necesidad de premios y zarandajas. La antigua Unión Soviética evitó a toda costa que premiaran a Boris Pasternak, quien deturpaba sus cárceles siberianas de perseguidos estalinistas.
Los suecos premiaron a Gabriel García Márquez, a pesar de que era su abuelito el que le relataba las historias de Aracataca, y a Mario Vargas Llosa, después de que perdiera la vertical frente a Alberto Fujimori, un escritor de tercer talón que siempre negó lo evidente de sus febriles emociones de la vida real. Olvidaron siempre a Jorge Luis Borges, el que dijo que Carlos Gardel, después de muerto, seguía cantando mejor.
Pero el descarnado boletín de la Real Academia de Ciencias de Suecia movió a risa: el estadounidense Richard Thaler fue galardonado con el Premio Nobel de Economía por sus contribuciones en el campo de la economía del comportamiento, que muestra cómo los rasgos humanos afectan a mercados supuestamente racionales. La Academia dijo que la investigación del 2008 del estadunidense había aprovechado supuestos realistas en la psicología para el análisis de la toma de decisiones económicas, explorando las consecuencias de la racionalidad humana limitada, preferencias sociales y falta de control. Todo un galimatías, otra jalada político-cerebral, como las que acostumbra Donald Trump en los tweets tempraneros, mientras defeca.
“En su totalidad, las contribuciones de Richard Thaler han construido un puente entre los análisis económicos y los análisis psicológicos en la toma de decisiones”(sic) O sea, Thaler es el glosador involuntario y rupestre del clásico círculo Salud – Dinero – Amor que enarboló Sigmund Freud hace más de 100 años, y que nadie había tomado en cuenta, excepto el productor Emilio Larrosa para una telenovela allá por 1997.
Thaler, uno de los filósofos de cabecera de Donald Trump, es un destripaterrones de la economía, alumno de los alumnos conservadores de Milton Friedman en la Universidad de los Chicago Boys, que tanto hemos deturpado los mexicanos por habernos dejado más pobres que cuando empezaron a manejar sus teorías del cuidado demencial de los indicadores macroeconómicos, detenta hoy el Nobel de la especialidad.
Así como van las cosas, ya podemos ir imaginando quiénes pueden ser los próximos laureados de la Academia sueca: Enrique Peña Nieto y Agustín Carstens. Sí, el primero, como reflexiona el editorialista Enrique Galván Ochoa, por haberse convencido a sí mismo que la crisis mexicana sólo se encuentra en la mente de los nacionales.
El segundo, por su propensión a mentir sobre los datos reales del desastre económico mexicano y jurar por ésta que la inflación nuestra de todos los días, ¡ya está bajo control! y que el crecimiento del producto interno bruto va que vuela hacia las nubes.
Ambos, junto a Videgaray, dejaron al país en bancarrota. Por eso también deberían premiarlos.
No es posible que Thaler haya recibido el Nobel, sólo por ser otro de los mentirosos consejeros de los ejecutivos estadounidenses que deslumbraron a Videgaray, a Meade Kuribreña y al propio Carstens con el cuento aquél de la solución global al problema migrante, cuando éste dependía y depende sólo del Congreso estadounidense y no de cualquier pelagatos.
Mintieron también con el petate del muerto de la apertura de relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba, cuando se trataba también de un asunto reservado a la exclusiva competencia de los senadores gringos, y los paniaguados de este lado se comieron todo el trapo.
Luego le tocó mentir a la Academia sueca, pues las verdaderas razones del Premio fueron las de galardonar a Thaler, uno de los que hacen posible que los indicadores económicos y financieros se muevan al gusto de las casas de bolsa y corredurías neoyorquinas que ahora justificarán sus alzas y bajas con el retintín de que todo es provocado por la psicología de los compradores. Justificación que también les sirve para, a cada rato, bajar sus pronósticos de crecimiento económico de México “por la incertidumbre” que provoca el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Las grandes cuentas y los niveles de precios los siguen imponiendo los vendedores. Los compradores seguiremos sujetos al bombardeo publicitario de los buitres industriales y comerciantes del dolor humano. Como nunca antes, estamos en las manos de los manipuladores de las bolsas de valores, expuestos a los tiquismiquis de la corrupción sofisticada. En México aún estamos en manos del salinismo-cordobismo-zedillismo y sus contlapaches.
Y nos seguirán echando la culpa de sus desvaríos psicológicos, propios de hospital para los encamisados con bandas de fuerza. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Un cable de la agencia EFE, da cuenta de que “la economía mexicana avanzará un 1.6% en 2019 y un 1.9% en 2020, cinco y tres décimas menos que lo proyectado hace tres meses por el Fondo Monetario Internacional (FMI), por la incertidumbre que existe sobre algunas de las políticas del presidente Andrés Manuel López Obrador. “La confianza se debilitó y los bonos soberanos aumentaron en México, tras la cancelación por parte del gobierno de un aeropuerto planificado para la capital y el retroceso en las reformas de energía y educación”, indicaron los expertos en el informe Perspectivas Económicas Mundiales del FMI. + + + Pero, ¿por qué el FMI no captó incertidumbre cuando, de acuerdo al titular de la SCT, Javier Jiménez Espriú, la obra del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) “tan caprichoso’’ se canceló porque era un “pozo sin fondo’’, un “verdadero desastre’’, un “elefante blanco’’ y habría propiciado “una deuda enorme’’ al país una terminal aérea que “nunca iba a funcionar’’. “Además —dijo— tenía un grado de riesgo enorme porque en el segundo que se iniciara había que pagar el otro (el actual aeropuerto internacional)… Esa interacción entre dos aeropuertos, que es complicadísima, ha provocado en Berlín la cancelación del nuevo aeropuerto de Berlín íntegramente terminado; se canceló por decisión pública, a través de una consulta ciudadana, por el problema de interconexión’’. Lo dijo al comparecer ante la comisión del ramo de la Cámara de Senadores.
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