¿De verdad los de hoy son distintos a los que se fueron?
Francisco Rodríguez jueves 25, Abr 2019Índice político
Francisco Rodríguez
Llegado el momento de definir la aplicación del concepto “tolerancia cero” es necesario coincidir en algunos aspectos. Cuando la Camorra napolitana se tornó francamente violenta, los carabinieri le declararon abiertamente la guerra: decretaron tolerancia cero contra cualquier acto de los maffiosi, desde Turín hasta Siracusa.
En Nueva York, un juez federal, Rudolph Giulliani, obedeciendo consignas de Ronald Reagan condenó a prisión perpetua a los herederos de la Cosa Nostra que había designado Carlo Gambino en su lecho de muerte: Paulie Castellano, John Gotti y Annielo Neil Dellacroce fueron condenados.
Los capos dejaron en la orfandad a los poderosos consorcios de la construcción y los transportes, protegidos desde siempre por el brazo laboral del Partido Demócrata, la AFL-CIO, madre de todas las leyendas y defensora de todos los prejuicios imperiales.
El mundo ya no volvería a ser testigo de los viejos controles ejercidos por pezzonovantes (peces gordos o padrinos) rodeados de impenetrables sistemas de lealtades, herederos de tradiciones medievales nacidas en Sicilia por la necesidad de imponer las leyes del castigo y del silencio a los invasores procedentes del macizo continental europeo.
Dejaríamos de saber del inmenso poder que ejercía Charles Lucky Luciano en todos los hipódromos, desde Santa Anita hasta Tijuana, concedido por los gringos a cambio de franquearles el paso sin derramar una gota de sangre, desde Anzio hasta Roma, para iniciar la reconquista europea de la Segunda Guerra Mundial.
Sólo nos imaginaríamos la enorme cantidad de recursos y de influencias que Benjamin Bugsy Siegel tuvo que poner en juego para hacer de un desierto de Nevada la capital mundial de los casinos y del desmadre a la alta escuela: Las Vegas.
Tendríamos que reclamar en la imaginación la estatua que esa ciudad le debe a Lázaro Cárdenas, quien decidió prohibir los casinos en México, ya que sólo la mafia agradecida le dio los recursos necesarios para miles de escuelas primarias con aire acondicionado en la frontera norte de nuestro país.
Pasarían a la historia los grandes centros de diversión de Frank Sinatra en Salt Lake City y los monumentos habaneros al recreo intenso vigilados celosamente por los gatilleros de George Raft y de la mafia judía a las órdenes de Meyer Lansky, el único judío que fue vergonzosamente no aceptado en Israel.
¡Qué tiempos aquéllos, señor don Simón! Ahora entrarían al escenario los pequeños grupos de “grandes maestros”, representativos de todos los monopolios de la droga, las armas, las partes metal mecánicas, el contrabando y el comercio que, jugando golf en los campos de Albany, decidían el destino del mundo…… y las compensaciones de fuerza por el excedente comprobado de cuantiosas utilidades en el terreno de la guerra, las epidemias, los golpes de Estado, las quiebras económicas, el terrorismo, las zonas de influencia de las ideologías y todas esas cosas que trascienden la comprensión del hombre común y corriente.
Surgieron por todos los continentes los grupos exclusivos y selectivos de dirección estratégica. La comprensión de la política internacional fue tan compleja que hasta la fecha andamos de Herodes a Pilatos buscando los diablitos que nos puedan enchufar a los cables del entendimiento. Es demasiado complicada.
Sólo podemos decir que en las decisiones ordenadas por Reagan a Rudolph Giulliani se abonaba al designio de cambiar al mundo en favor de los halcones republicanos. Postulado para alcalde de la Gran Manzana, su fama de incorruptible le cedió la silla de inmediato, pero más tardó en sentarse que en…… enfocar todas las baterías de la élite de Manhattan para borrar toda la historia de la Calle 42 —escenario natural de su vida nocturna, con juncales negras, sex shops, vendedores ambulantes de todo tipo de drogas caras— sin la cual no se entienden las escenas más realistas de Scorsese, Ford Coppola, De Palma, Pollack o Bogdanovich.
Así, la Calle 42 fue convertida en una sucursal de una Disneylandia pacota, con todo y payasos, peluches, souvenirs, dulces, etc. Los sucesos del autoatentado del 11 de septiembre hicieron de Giulliani un héroe civil. God Bless America se convirtió en el himno de batalla contra nosotros, los ejes del terror, candidatos naturales a invasiones preventivas.
Todas las sociedades pastoriles en el Paralelo 38, desde Afganistán hasta Corea del Norte, incluyéndonos, obviamente, quedamos bajo la mira. Y nosotros, como somos, desde que supimos de la existencia de Giulliani, nos arrobamos con el concepto de tolerancia cero.
Pudibundos, gazmoños y pacatos se pelearon la oportunidad de poner en práctica las franquicias que les garantizaban el éxito seguro de sus ignorantes planteamientos. Cuauhtémoc Cárdenas juró que en cien días acabaría en la capital nacional con todo vestigio de violencia, imponiendo la tolerancia cero.
Los panistas querían aplicarla, lo mismo contra los narcos en la frontera que contra los stripers de los table dances de Monterrey o contra cualquier simpática tapatía que osara despachar en oficina burocrática con minifalda, también contra la libre expresión o contra cualquiera que no pensara como ellos. Parece que la consigna era tolerancia cero, intolerancia mil.
Y de lo folclórico pasamos a la cruda realidad de los minuteman, asesinos republicanos de migrantes en la frontera con México. Y a todas las atrocidades cometidas por Trump contra los paisanos nuestros que lo único que han hecho es defender el sistema agroalimentario de los Estados Unidos.
Hasta llegar al resultado lógico de los amigos del rifle: el desaguisado de hace unos días, en el que las milicias pro reelección de Trump cazaron a 300 migrantes a sangre fría en Nuevo México, amenazando con proseguir las masacres hasta que se construya “el Muro”. Una forma más de la intolerancia mil que practican los feroces vecinos.
Independientemente de la actitud que el nuevo régimen tenga para afrontar el problema de la migración en la frontera sur, queda claro que no puede ejercer las consejas de los depredadores contra los hermanos centroamericanos. La solución está en los planes de empleo conjuntos de América del Norte para atender los requerimientos humanitarios de las avalanchas migratorias. Lo otro es fascismo vil. Holocausto en cadena.
La forma más sencilla de responder a los afiebrados republicanos es demostrando que en México la alianza nacional y el respaldo popular se logra alrededor del combate a los delincuentes emblemáticos. No puede esperar más la aplicación de las medidas inmediatas contra la corrupción y la impunidad de los traidores a la patria.
La tolerancia cero debe aplicarse contra los que abusaron de la confianza ciudadana. Contra los que han hecho cera y pabilo de la estabilidad y de la gobernabilidad del país. Contra los que han atentado contra el futuro de México.
Mientras no se muestre y demuestre el músculo del Estado, seguiremos siendo un dulce flan para los intervencionistas extranjeros. El mensaje debe ser directo. Nadie puede atentar contra los ciudadanos mexicanos. Llegó el momento de demostrar que los que llegaron son distintos a los que se fueron.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Los terminajos tolerancia cero se han convertido en nuestro país en retórica cada vez más barata. Los medios reportan, por ejemplo, que el (des)gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, acaba de emplearlos para condenar el asesinato del alcalde de Nahuatzen, David Otlica Avilés. Nadie cree, por supuesto, que sus dichos vayan a tener efecto alguno entre los perpetradores de ese condenable crimen. + + + Efectiva, esa sí, la tolerancia cero que el gobierno de Donald Trump ha aplicado en contra de los migrantes que intentan ingresar a territorio estadounidense. La publicación Politico reveló apenas que Stephen Miller, cercano colaborador de Trump —quien entre otras cosas planifica y redacta la política migratoria del presidente— se ha “involucrado en casos específicos” y “presionado” a funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) para que se resalten los “antecedentes criminales” de inmigrantes detenidos y con ello aumentar el nivel de rechazo.
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