“El futuro de Pemex”
¬ Fausto Alzati Araiza lunes 25, Mar 2019Faro
Fausto Alzati Araiza
El petróleo siempre fue nuestro. Las capacidades y medios necesarios para encontrarlo, extraerlo y procesarlo, no. Las reservas petroleras, al igual que todos los recursos minerales del subsuelo, los adquirimos al nacer como Nación Soberana. En México, el petróleo siempre fue de la nación, del conjunto de personas que disfrutamos de la nacionalidad mexicana. Lo que, en cambio, no fue nuestro siempre es el complejo conjunto de capacidades operativas, técnicas, empresariales, comerciales y financieras necesarias para transformar el recurso natural, presente en el subsuelo, los “veneros del diablo”, en riqueza efectiva. Esas capacidades las adquirimos mediante la decisión adoptada por el presidente Lázaro Cárdenas del Rio, la noche del 18 de marzo de 1938, al nacionalizar, con el apoyo de la nación entera, los activos de las empresas extranjeras que, hasta entonces, tenían concesionada la explotación del patrimonio petrolero de México.
A partir de ahí, los mexicanos hemos construido una formidable industria petrolera nacional. Esa industria no se limita a Pemex, cuya sola existencia y el desarrollo que ha alcanzado como empresa petrolera totalmente integrada, cuyas capacidades van desde la exploración hasta la petroquímica, es una de las grandes hazañas históricas de la nación mexicana. La industria petrolera mexicana se compone también de las innumerables empresas privadas, de todos los tamaños y grados de complejidad, que prestan toda clase de apoyos y servicios a Pemex: desde el mantenimiento de ductos y oficinas, hasta la informática y la logística. Esta industria se sustenta también en las capacidades desarrolladas por el Instituto Politécnico Nacional (IPN), la UNAM, y muchas otras instituciones de educación superior e investigación, para formar a los técnicos y profesionales que hacen funcionar a Pemex y a las empresas que son sus contratistas o concesionarias.
Otro pilar es el Instituto Mexicano del Petróleo y la red de instituciones públicas y privadas de investigación que contribuyen a encontrar soluciones a los complejos problemas de la industria.
Pero sin duda, la columna vertebral de la industria petrolera mexicana son sus trabajadores y técnicos. Su acervo de capital humano e intelectual representa el activo más valioso, por su carácter reproducible y potencialmente inagotable, de que hoy dispone la nación, para seguir aprovechando su patrimonio petrolero, ese sí no renovable. Por eso, la relación de Pemex con el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, con los colegios de ingenieros y con la comunidad científica y tecnológica de México debe ser, por necesidad, armoniosa y fructífera.
Hoy, la coyuntura internacional obliga al mundo entero a localizar y desarrollar con prontitud nuevas fuentes de suministro de crudo. Esta coyuntura ofrece a México una singular oportunidad para iniciar su reposicionamiento estratégico como potencia energética en el contexto global. El pleno desarrollo de la industria petrolera mexicana no podrá ocurrir mientras no se encuentren las fórmulas y se construyan los consensos para liberarla de su principal limitación. Esa limitación formidable consiste en persistir en la decisión de mantener a Pemex como la única empresa petrolera totalmente integrada que, en el mundo entero, produce y procesa petróleo en un solo país. Ha llegado la hora de internacionalizar a Pemex, no de privatizarlo o vender sus activos como chatarra. Sino de encontrar las fórmulas que le permitan salir a producir petróleo más allá de las fronteras de México, desplegando así el potencial de su activo más valioso: su capital humano, sus trabajadores y técnicos. El futuro de Pemex es transformarse en una gran multinacional petrolera. Una “MP” capaz de competir con BP a escala global.
Robert Solow, Premio Nobel de Economía, demostró que el mejor uso que puede hacerse de un recurso no renovable, como las reservas de hidrocarburos, consiste en transformarlo en activos reproducibles y de duración potencialmente infinita, que permitan sostener y quizá hasta incrementar en el futuro el bienestar de la sociedad poseedora del recurso natural. El activo infinitamente reproducible por excelencia es, sin duda, el capital humano y su expresión más valiosa es el talento creador de riqueza de los científicos, tecnólogos e innovadores de una nación.
Las naciones hoy más ricas y poderosas del orbe, son aquellas que oportunamente han sabido transformar sus excedentes de riqueza en capital humano de excelencia. En todo el mundo y en México la riqueza agrícola y minera excedente se convirtió en ciudades espléndidas, hermosas catedrales, magníficos palacios, caminos, aeropuertos, armadas y ejércitos, misiles, y satélites. Pero sobre todo, se convirtió en hospitales y escuelas y se volvió riqueza inagotable en la medida en que se convirtió en laboratorios y universidades y en empresas tecnológicamente avanzadas. Pero nada de esto dio frutos, sino por el esfuerzo consistente de varias generaciones para invertir sus ahorros en generar, difundir y avanzar los conocimientos de auténticos ejércitos de investigadores, ingenieros y empresarios innovadores, todos ellos de excelencia.
Urge construir un ducto hacia el futuro de México. Un amplio y firme poliducto financiero y humano que vaya directamente y sin rodeos del petróleo a la educación, la investigación científica y tecnológica y la innovación, tanto pública como privada. Una nación con futuro debe asegurar que los frutos de la explotación de su patrimonio no renovable se inviertan en la creación de un patrimonio perpetuamente renovable, que sustente el bienestar de la presente generación e incremente el de las venideras. Y es de sobra sabido que el único patrimonio inagotable es la combinación de los recursos humanos, en especial los altamente calificados, con el conocimiento que se produce y reproduce constantemente.
Al Estado mexicano le es ya urgente dotarse de fuentes de ingresos suficientes, y capaces de crecer junto con la economía nacional, para financiar su gasto corriente de manera saludable y sin modalidades de financiamiento que eleven en exceso los costos reales del crédito y, en la práctica, excluyan de él a la actividad productiva privada y social. De esta manera, será posible liberar los flujos financieros provenientes de la explotación petrolera para destinarlos íntegramente a la inversión. Sin duda y primeramente a la inversión indispensable para mantener y ampliar las capacidades de producción y reproducción de la industria petrolera mexicana. Incluyendo, cuanto antes, las inversiones necesarias para dotarla de las capacidades técnicas, humanas y financieras que necesita para proyectar sus actividades hacia otras latitudes. Ir más allá de las fronteras mexicanas, a fin de dejar de ser la única gran empresa petrolera integrada que, en el mundo entero, está confinada en un sólo país. Pero tras cubrir estas inversiones, de inmediato y sin titubeos ni componendas, el flujo de los ingresos petroleros debe destinarse a la inversión en educación y conocimiento.
Hoy, inmersos en los complejos retos y las inmensas oportunidades que la crisis global nos plantea, los mexicanos tenemos una oportunidad extraordinaria y quizá irrepetible para encaminarnos por fin a la senda del crecimiento sostenido e incluyente que nos lleve ya de modo irreversible a la prosperidad democrática de México.