“Napito”, a recoger pedazos del sindicalismo
¬ Arturo Ríos Ruiz viernes 15, Feb 2019Centro..!
Arturo Ríos Ruiz
Napoleón Gómez Urrutia, ha de decir: “Valió la pena la espera”; diez años en Canadá, donde hasta se nacionalizó; salió huyendo del gobierno de Felipe Calderón, amenazado de irse a la cárcel, acusado nada más y nada menos que de agenciarse 50 millones de dólares de los trabajadores mineros.
Evidentemente, ya era un hombre rico, heredó la fortuna y el sindicato de su padre, Napoleón Gómez Sada, herencia del priísmo que los mantuvo intocables por décadas.
El padre militó en las filas tricolores desde 1935, era el PNR, papá del PRI y fue senador varias veces por esas siglas.
Igual fue el fundador y líder vitalicio del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros y Metalúrgicos de la República Mexicana (SNTMMRM), y antes de fallecer a los 87 años de edad, le dejó los trastos a su hijo, de ahí, le nació “El Napito”, heredero además una fortuna.
La historia de su resurrección en la política en el país, ya está más que contada, por eso, nos vamos al meollo del asunto, ahora don Napoleón, con su escaño en el Senado, se dispone a renovar el corporativismo sindical a favor de Morena, un plan ambicioso con el que pretende convertirse en el Fidel Velázquez moderno.
Cobra vigencia con esto, lo que ya se ha dicho, vamos de retorno a los años 70s, cuando los diputados, senadores y los sindicatos giraban en torno un sólo eje tricolor, hoy, van hacia el morenismo.
Se entiende que cambiarían las siglas de las devaluadas organizaciones CNOP, CNC y CTM, que desde el año 2000, se vinieron hasta el suelo y ya ni pintan bardas con ellas. La que viene, será la Confederación Internacional de Trabajadores (CIT).
Ante los mineros, Napoleón, ofreció desaparecer los vicios del sindicalismo que él mismo ejerció.
El llamado de don “Napo”: Que vengan si ya están hartos del “charrismo”, claro que ya lo están; una demagogia bien marcada, pues su padre, con todo respeto a su desaparición, fue tan “charro” como él y los que aún existen son acomodaticios, como Víctor Flores, de los ferrocarriles, que buscó cómo acercarse a ya saben quién.