Todos somos cuervos
Opinión miércoles 30, Ene 2019Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- El éxito de esta serie que termina con su cuarta temporada, recién estrenada en Netflix, radica en su realismo, en su acidez y en las referencias tan explícitas que hace al contexto nacional
En México, el futbol es una realidad ineludible. Nos guste o no, sepamos mucho o poco de él, el futbol es una fiesta cultural a la que todos los mexicanos hemos sido invitados al menos una vez en nuestras vidas. Es por ello que querer retratar la realidad de nuestro país desde este deporte resulta tan atinado: incluso si Club de Cuervos no tuviera esa pretensión sería imposible hablar del futból en México sin revelar un poco de lo que se siente ser mexicano.
El éxito de esta serie que termina con su cuarta temporada, recién estrenada en Netflix, radica en su realismo, en su acidez y en las referencias tan explícitas que hace al contexto nacional. A su manera la serie nos plantea temas con los que como sociedad seguimos lidiando, entre ellos, el aborto, el tráfico de influencias, los monopolios comerciales, las distancias entre clases sociales, la homofobia, la diversidad de identidades sexuales, el consumo de drogas, etcétera. El hecho de que el medio para comunicar estas reflexiones sea la comedia hace pasar estos mensajes de manera tan sutil que, antes de que uno lo anticipe, la duda y la evaluación sobre estos y otros temas sucede por sí misma. Y es que el futbol, el humor y la especulación sobre eventos reales es una fórmula invencible en nuestro país. No es casualidad que haya sido la primer serie producida por esta compañía de streaming fuera de los Estados Unidos.
En lo personal destacó el personaje de Isabel Iglesias que me parece plantea un ejemplo de empoderamiento femenino. Es cierto que no es el más acabado de los ejemplos y que el contexto del que se le dota al personaje no es particularmente feminista, pero en definitiva es una muestra de las constantes luchas —racionales, sociales, familiares y emotivas— que llevan a cabo las mujeres para ser exitosas en los ámbitos laborales. Para esto, que dichas batallas sucedan en un escenario tan masculinizado como el del futbol resulta inmejorable, tanto para la narrativa como para la comedia.
A mi parecer, esta serie plantea una pregunta que resulta fundamental para nuestra identidad, a saber, ¿qué sucede cuando el poder cae en las manos equivocadas? Entre risas y genialidades cómicas, Club de Cuervos nos enfrenta con temas como la corrupción en el futbol, la política y la televisión y, al mismo tiempo, las tensiones entre los distintos intereses de sus personajes que, además, exhiben una genuina evolución psicológica a lo largo de sus cuatro temporadas.
Es ahí donde la expresión “todos somos cuervos” me resulta tan atractiva. Y es que puede leerse de dos maneras: todos somos cuervos, es decir, todos somos egoístas y echamos mano de cuantos recursos están en nuestro poder para lograr cometidos que nos benefician sólo a nosotros; y, a la vez, todos somos cuervos, formamos parte de un mismo equipo y debemos colaborar para construir en comunidad las condiciones que nos permitan alcanzar nuestras búsquedas más íntimas.
Como es evidente, los deseos individuales y los comunes suelen entrar en conflicto, incluso en franca oposición. Sí, muchas veces lo que queremos de manera personal afecta los grupos sociales a los que pertenecemos y muchas otras lo que exige nuestra comunidad entorpece nuestro camino para alcanzar nuestras metas individuales. Este problema es, de hecho, bastante clásico desde los ojos de la filosofía y ha sido constantemente replanteado con la esperanza de hallar una solución. Ya los antiguos griegos se preguntaban por la mejor dinámica posible para armonizar los intereses de los individuos y los intereses de la polis, ciudad-Estado.
En el 2007, el filósofo escocés Alasdair MacIntyre, inspirado en la filosofía de Aristóteles, propuso una solución a este dilema: recordar que nuestra vida incluye una narratividad. Dicho de otro modo, hacernos conscientes de que nuestra vida es como una novela de la cuál somos el personaje principal pero, al mismo tiempo, un autor. Nosotros escribimos nuestra historia de vida y, por eso, perseguimos con el más férreo ímpetu y las más egoista de nuestras voluntades nuestros más intimos deseos; sin embargo, no podemos olvidar que no somos el único autor de nuestra historia pues, como dice MacIntyre, “sólo en la fantasía vivimos la historia que nos apetece” porque estamos determinados por el escenario en el que actuamos — este país, esta ciudad, esta casa — y porque vivimos en constante contacto con otros individuos — que son, a su vez, actores y autores de sus propias vidas.
Así, tal como Chava e Isabel Iglesias el verdadero secreto para satisfacer nuestras más sinceras necesidades está en no olvidar que nuestra vida tiene una narrativa contada y escrita por nosotros mismos, en parte, y contada y escrita por el lugar donde vivimos y las personas con las que interactuamos. Recordar, pues, que todos somos irremediablemente cuervos, pero que para serlo no podemos ignorar que todos somos cuervos.