Elefantes blancos y cisnes negros en el cambio de rumbo
Francisco Rodríguez miércoles 5, Dic 2018Índice político
Francisco Rodríguez
En su conocida Ronda de los animales, el pensador bilbaíno Miguel de Unamuno, puntal de la Generación del ‘98, precisó: “Maúlla el gato. El perro ladra. La abeja zumba. Croa la rana. Ulula el búho. El pato parpa. El mono chilla. El cuervo grazna. El león ruge. El loro garla. Aúlla el lobo. La oveja bala. La vaca muge. El toro brama. El pollo pía. El gallo canta.” Normalmente, ya ni eso puede decirse del homínido.
En la antigüedad surgió la leyenda del elefante blanco. Se refería a quien recibía un presente del rey de Siam, quien acostumbraba regalarle un animal de ese color a los súbditos con los que estaba molesto, con el objetivo de arruinarlos con su mantenimiento, comida especial y exposición en lugares destacados para hacerlo símbolo de veneración para todo el pueblo.
Esta acepción se usa en la actualidad para describir un objeto, aventura de negocios, regalo, idea o facilidad considerada inservible y sin valor. Se designa como elefante blanco a un proyecto o construcción sin sentido práctico, sumamente utópico, demoledor y corrupto… como cualquier proyecto faraónico de los mexiquitas, recién caídos en la peor de las desgracias políticas.
Los pueblos emergentes, cada vez con mayores necesidades de expansión, han conocido de cerca este fenómeno. Gigantescas obras, inversiones y flujos que necesariamente debían ir a parar a un barril sin fondo y de ahí al olvido. Ha habido excepciones en el último medio siglo que usted y yo trataremos de desentrañar.
El Cisne Negro es una metáfora surgida de la pluma de Nassim Nicholas Taleb, ensayista y financiero libanés, para explicar el desproporcionado papel del alto impacto, difícil de predecir, y los sucesos extraños que están fuera del ámbito de las expectativas normales de la ciencia, la historia, las finanzas e incluso la tecnología.
Los cisnes negros se refieren a sucesos inesperados de gran magnitud considerados atípicos, extremos y colectivamente juegan roles mucho más grandes que los sucesos regulares. Atraen a su núcleo sesgos y reacciones psicológicas que acuden ante un evento extraño, sumamente decisivo en el papel histórico de cualquier sociedad.
Los países emergentes y con grandes necesidades económicas estamos expuestos, más que otros, a una cantidad impredecible de elefantes blancos y cisnes negros que siempre están ahí y aparecen de repente como augurios del fin de ciclo, del agotamiento de cada época en la vida consuetudinaria.
Los elefantes blancos más relevantes y resueltos satisfactoriamente los últimos tiempos en México han sido la idea de construir una Ciudad Universitaria al sur de la capital nacional, expuesta en su momento por el talentoso rector de la UNAM Rodulfo Brito Foucher. Trasladar del Centro Histórico de la vieja ciudad todas las escuelas y facultades existentes para poblar un espacio académico que entonces parecía fuera de toda capacidad y futuro.
Igual, la construcción de un periférico que partiera a la Ciudad de Norte a Sur, para hacer viable la movilidad y la viabilidad de su sistema de comunicación urbana, demoliendo colonias enteras, logrando derechos de paso a costos incalculables, invirtiendo cantidades estratosféricas en su construcción durante todo un sexenio. López Mateos lo entregó terminado.
El Plano Regulador de las arterias viales, elaborado hace 100 años por el urbanista visionario Carlos Contreras, totalmente ignorado en la actualidad, atisbó la necesidad de obtener una nueva concepción para una ciudad de un millón de habitantes, muy lejana de la sociedad porfirista que se movía en tranvías, mulas y carrozas.
De ese diseño partió también la concepción de las nuevas vialidades del Viaducto del Río la Piedad y del Río Churubusco. Asimismo, la necesidad inminente del Circuito Interior, las principales vialidades primarias y los equipamientos de infraestructura y habitabilidad indispensables. El plano regulador marcó un hito en la historia de los elefantes blancos mexicanos.
Lo mismo puede decirse de los acertijos de la modernidad, resueltos por el Estadio Azteca, la Ciudad de los Deportes, el Autódromo y el Velódromo de la Magdalena Mixhuca, los centros comerciales Plaza Satélite, Plaza Universidad, Perisur, Perinorte, Santa Fe o Interlomas. Cada uno en su momento, un elefante blanco que debía sentarse a tomar café en nuestra sala. Los paquidermos albinos tuvieron que ser resueltos en el curso de los últimos sesenta años, lapso que equivale a un suspiro en la historia de cualquier país.
Fueron infinitamente más difíciles nuestros cisnes negros. Los acontecimientos que cambiaron para siempre el rostro de la sociedad. Los que nos enseñaron a acostumbrarnos a que el Estado no podía crear artificialmente a la Nación. Los que nos han convertido en un pueblo impredecible y errático, en busca de esperanza factible.
Entre los más significativos: el nacimiento de la protesta civil y del justo reclamo al goce de las libertades democráticas, representado indudablemente por la valiosa generación del ‘68; la que tuvo que pagar con sangre, tortura, cárcel e incomprensión ciudadana la construcción de la modernidad política, aunque fuera en blanco y negro.
Las grandes catástrofes geográficas y telúricas que derrumbaron esperanzas y esfuerzos, pero que han hecho emerger fuerzas sociales desconocidas que rebasan las capacidades del Estado y del gobierno, exigiendo la participación ciudadana en reconstrucciones, emergencias y auxilios indispensables a damnificados, víctimas y familiares.
Cisne negro, la aparición en escena del poder real del narcotráfico, como una pesada loza sobre la tranquilidad y la convivencia pacífica, que ha desplazado con saña inaudita y eficacia los limitados parámetros del poder civil, convirtiéndose en el rector de la economía, los servicios y el curso monetario del cuño corriente. Una economía informal más efectiva que la real, demolida por la corrupción mexiquense.
La revelación real del tamaño inaudito de la corrupción en el país, representada sin duda por la emblemática pandilla mexiquense, que no tiene similitud ni parangón con ninguna claque que en cualquier pasado haya asolado los bolsillos de una sociedad. Todo dentro de un cinismo ramplón y una ignorancia desaforada. Vendepatrias y traidores que opacan cualquier imaginación desquiciada.
Movimientos civiles por las libertades, terremotos, catástrofes naturales, narcotráfico y corrupción son los cisnes negros que han aparecido los últimos cincuenta años en México y que no tenemos cómo resolver. Cuando estos acertijos descomunales se presentan en un país, ha llegado el momento de cambiar de rumbo.
Durante mucho tiempo, demasiado tiempo, las dinastías en el poder nos han hecho creer en la imposibilidad de cambiar de régimen político. Han repetido hasta el cansancio que se trata de una insensatez, de un proyecto ilusorio que nos llevaría al precipicio institucional, al vacío de futuro. El tiempo mismo se ha encargado de desmentirlos rotundamente. Ha sido más difícil resolver los enigmas atemporales de nuestros elefantes blancos que cambiar de régimen político. Y lo acabamos de conseguir.
La coincidencia histórica de los elefantes blancos y los cisnes negros, apuntan hacia un cambio de régimen político, para lograr que el hombre escuche…
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Apenas este lunes, Ricardo Monreal Ávila, líder de la mayoría morenista en la Cámara alta, se reunió en Palacio Nacional con el Presidente Andrés Manuel López Obrador, quien solicitó al zacatecano que transmitiera el reconocimiento del Primer Mandatario a los integrantes de la bancada por el apoyo y el trato ejemplar que han mostrado. Monreal, por su parte, precisó que la misión de Morena frente a la Cuarta Transformación es ser complemento en la conducción de México a una etapa superior de desarrollo, progreso y bienestar. Recordó que las reformas constitucionales, como la eliminación del fuero o la austeridad republicana, con las que inicia la Cuarta Transformación “son las mínimas necesarias para garantizar eficiencia en el arranque del nuevo gobierno”.
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