Imperativo, devolver ética y moralidad a la función pública
Francisco Rodríguez jueves 15, Nov 2018Índice político
Francisco Rodríguez
Muchos opinan que la ética pública es el último recurso de un país que se enfrenta a su propio abismo. Cuando ya no hay salida posible, debe recurrirse a la ética en busca de interpretaciones y soluciones de fondo a los errores. Es una obligación de las sociedades encontrar en el pensamiento lo que se ha perdido por la violencia.
Ni Morelos ni Juárez impusieron grandes castigos a los corruptos, sólo la palabra empeñada en moderar la pobreza y la indigencia y recomendar la no exultación, “la honrada medianía” entre los servidores de una nueva República.
Los mexicanos hemos sido testigos de varios intentos éticos fallidos: desde la tarea educadora de algunos miembros del porfiriato, como Justo Sierra quien quiso a través del positivismo funcional poner coto a la corrupción y al aniquilamiento. La tarea era la instrucción como ellos la entendían.
José Vasconcelos no pudo ejemplificar con su conducta una cruzada educativa dirigida a los alfabetizados, los que quedaban después de esa vorágine de sangre y de reyertas revolucionarias que amenazaba no dejar piedra sobre piedra. Jaime Torres Bodet alcanzó a pergeñar la educación nacional, laica y democrática después de aquel congreso mundial para fundar la UNESCO.
Alfonso Reyes, que era todo menos ingenuo, en la Cartilla Moral de 1944, emitió una guía valedera para defender los preceptos de la ética laica. El regiomontano se dirigía a los triunfadores del obregonismo, sobre montañas de cadáveres, vacíos de futuro, que trataban de construir un país que ellos habían ayudado a demoler.
Desde entonces para acá, la molicie. El descuido de esas áreas tan importantes para la formación de los mexicanos. En la agenda de alemanistas, ruizcortinistas, lopezmateístas y todo lo que siguió, la enseñanza ética fue una asignatura pendiente. Las armas las tenían los señores de horca y cuchillo.
Ningún libro de texto gratuito que se recuerde tuvo un apunte, una ligera advocación sobre la necesaria lucha contra la corrupción. México era una tierra de abundancia, un cuerno inacabable, un país mágico donde todo se podía y nada fracasaba, ni para los estultos ni para los voraces, ni para los aprovechados de la ocasión.
Y así crecimos. El carácter del mexicano, su psicología, su etiología no era proclive a la moderación ni a la templanza cuando de ejercer el mando se trataba. Llegamos a extremos deleznables, a lugares sin límite que ningún país quisiera reclamar como suyos. Vivimos las consecuencias de no haber sido educados en la ética democrática del poder.
Jamás se ha tejido entre nosotros una ideología que introduzca la responsabilidad y la conservación de nuestros propios recursos y de los valores éticos que, aunque no lo sepamos, nos inundan desde los tiempos precolombinos de las grandes civilizaciones que poblaron estas tierras.
Sólo nos hemos dedicado a implantar la moralina, los bastonazos de ciegos, las tentativas hipócritas de renovación moral de la sociedad, de contralorías maniatadas, de acuerdos y circulares sobre declaraciones de impuestos, de riquezas y de conflictos de interés que han resultado vulgares zarandajas.
Fiscalías y legislaciones anticorrupción que han pretendido tripular los peores corruptos de la pradera. No hay el ejemplo válido del gobernante, menos el de la claque que lo acompaña, que lo ayuda para que parezcan sinceras sus propuestas, catálogos de hipocresía, redactados para que se cumplan en los bueyes de mi compadre.
Atenidos a la riqueza petrolera, manto salvífico de cualquier obligación para con la patria, hemos visto desfilar en países de iguales condiciones al nuestro intentos serios y efectivos para desaparecer a los corruptos, y aquí hacemos como que la virgen nos habla, nos quedamos como quien ve llover y no se moja.
Cuando destrozamos, subastamos, regalamos los vientres petroleros queda la solución de siempre: seguir pidiendo prestado a espaldas del pueblo, a fondos perdidos, a plazos incumplibles, a tamaños pantagruélicos de sujeción, al fin aquí adentro nadie reclama. Todos están involucrados en las tramas contra el país, en la cerrada competencia por los moches y los embutes.
Estamos materialmente arrinconados, porque el futuro nos alcanzó. Las pandillas en Los Pinos jamás pensaron que no hay plazo que no se cumpla. Y estamos descobijados para luchar contra el monstruo de la corrupción. El sistema de procuración e impartición de justicia venal, es un gran obstáculo para brincar la vara. Legislativo y Ejecutivo, para qué hablar.
Todo está construido para proteger y preservar eternamente la impunidad. Los mandarines son inmunes por derecho propio, igual que cualquier rey que no puede ser investigado ni incoado por ningún tipo de pesquisa, por cualquier insinuación de delito. Son esencialmente divinos, y la justicia de la tierra no se hizo para ser aplicada en el Olimpo.
Los Golden Boys de Atlacomulco, las” familias felices” del salinismo-zedillismo-foxismo-calderonismo y anexas forman un manto espeso de podredumbre, tan espeso que es refractario a la ley, imposible de observar para el ojo humano. Los metrosexuales del poder están por encima de cualquier mortal.
Fueron hechos a mano por un sistema escandalosamente desigual e injusto. Desproporcionado para encubrir a los delincuentes, fabricado para medrar. Hasta los extremos de poder, permitir la complicidad existente entre las castas burocráticas y los capos y sicarios de la delincuencia y del narcotráfico. Ya son uno solo.
La sevicia es la consigna. La música de banda la cultura, el sonsonete macabro de los ignorantes que parten el bacalao, que reparten las concesiones y prebendas del Estado. Estamos perdidos, sabiendo cuál es el camino que nos trajo hasta aquí, y nos resistimos, enajenados por los medios de comunicación vendidos a que se tomen las medidas indispensables para enderezar el rumbo
¡No toquen los privilegios de los bancos extranjeros! ¡No se metan a defender la usura que cae sobre los bolsillos ciudadanos! ¡Eso es socialismo! parece el rebumbio infame de los medios que critican hasta las vacunas contra la depredación. Algo tiene que cambiar, y eso está dentro de nuestras cabezas. Están envenenadas de idiotez.
Un país destruido se reconstruye con política. No hay otra solución, pero atrás de cualquier medida política, de cualquier jugada de ajedrez, de cualquier imaginación, debe estar el indispensable ejemplo del gobernante. Sobre él se deben construir los cimientos de una nueva Nación.
Nos falta ver muchas cosas. Tenemos que meterle recio la mano a cuestiones que van a sufrir la reprobación de las altas esferas del poder de los medios, siempre dispuestos a aliarse con los enemigos de la Nación, pero aun así debemos estar conscientes de que hay que hacerlo. De que siempre debió de haberse hecho.
Para lograr lo posible, debe empezarse por lo hasta hoy imposible. La ética es el tema indeclinable. Sin ella no habrá seguridad ni justicia. Todo lo demás es agua de borrajas.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Como de costumbre, Enrique Peña Nieto no tuvo los arrestos para salir al paso de la versión brindada por el abogado estadounidense de Joaquín El Chapo Guzmán, quien dijo que recibió millones de pesos de los narcotraficantes. Si antes envió a Angélica La Gaviota Rivera a decir que la casa blanca de Sierra Gorda 150 en Lomas de Chapultepec era de ella, adquirida con el sudor de las luminarias sobre sus “actuaciones”, ahora quien dio la cara fue el so called vocero, Eduardo Andrade. + + + Quien, en cambio, brincó como marioneta de resorte fue Felipe Calderón. Que no. Que el tampoco recibió dinero del narco. El caso es que, en realidad, durante su sangriento sexenio, el grupo delincuencial encabezado por Guzmán Loera no fue tocado ni con el pétalo de una acusación, menos con metralla. ¿Será que Genaro García Luna se quedó con el dinero y éste ya no llegó a Calderón?
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