Juicio y condena a EPN. Exigencia de 30 millones de mexicanos
Francisco Rodríguez lunes 12, Nov 2018Índice político
Francisco Rodríguez
El pripanismo perdió todo el sentido, la brújula y la dirección de un aparato político que fue emblema de estabilidad y manejo de la cosa pública. Tiene muchos años que el país se manosea desde la sospecha y la comprobación del despojo, la entrega de la soberanía nacional y la traición. El nuevo régimen no debe cargar con ese fardo.
Ni en sus momentos más execrables, el sistema mexicano llegó, como ahora, al abismo de la ingobernabilidad, la falta de credibilidad y la pérdida absoluta de la confianza ciudadana. Es el desierto o el infierno, donde al llegar se pierde toda esperanza. Llegamos al fondo de un país burlado por sus usufructuarios dizque gobernantes.
En sus épocas de relativo equilibrio, al sistema se le acusó de haber optado por un modelo de modernización horizontal, sustentado en una gran concentración de la riqueza para unos pocos, lo que produjo dos Méxicos, uno, aparentemente moderno, otro, en la desgracia.
Perdimos los puntos de referencia, los rasgos de identidad como nación desde que los gorilas masacraron a los que sólo pedían elementales respetos por las diferencias y las desigualdades y abogaban por las mínimas aperturas. Los jenízaros sin escrúpulos, nuestras joyas Litempo (agentes de la CIA) liquidaron toda solución.
Pero la desregulación normativa, el permisionismo del embute, la entrega sin cuartel a los financieros neoyorquinos, la apertura comercial indiscriminada y el esquema de privatización de empresas productivas estatales sepultó la capacidad de mejorar el nivel de vida de las clases más necesitadas. No tiene comparación alguna.
Su resultado fue la dependencia crónica en todos los terrenos de la vida nacional. La vía inflacionaria y el endeudamiento bestial provocaron el naufragio y el desplome. Desplazaron a los operadores políticos y sociales para sustituirlos por patanes y simuladores de toda laya cuyas recetas copiadas del extranjero no tenían nada que ver con la realidad.
Acabaron con liderazgos regionales para poder desmontar la producción industrial y agropecuaria. Los gobernantes perdieron no sólo la brújula y el decoro, sino el equilibrio emocional, descomponiendo totalmente el escenario. Abarrotando de favoritos el cotarro.
Impusieron las reformas precipitadas y anexionistas impuestas desde el exterior para cumplir todos los caprichos de agencias e infiltrados internacionales en la cúpula presidencial. Pagaron todas las deudas de la imposición a rajatabla.
Los errores fundamentales y la traición al pueblo fueron los dos extremos de una pinza en la que se ha fraguado la naturaleza despótica y autoritaria de un sistema político que sobrevivió cien años en medio del robo, del escándalo, pasando encima de sus detractores.
Sin embargo, ninguna claque gobernante ha sido tan ominosamente desnudada en sus objetivos de rapiña descomunal como la pandilla. Nadie había sido señalado por llegar al poder con el único objetivo de robar. Nadie, ninguna claque había pasado sin dejar huella de obra alguna.
Nunca habían saqueado todos al mismo tiempo. Ningún régimen había sido preparado maquinadamente para destruir al país y burlarse de sus dolorosos saldos. Nunca, nadie, había enterrado la esperanza. No existe registro nacional de un régimen tan desastroso y proditorio.
El peñato tampoco tiene comparación, en su caída vertiginosa, con ningún otro régimen del siglo, por decirlo abiertamente. Aun si se mide con parámetros del siglo anterior.
Ni durante la noche demagógica del echeverriato, ni en el gorilato diazordacista, ni en la fanática ambición desaforada de alemanismo, ni durante el catatonismo avilacamachista, ni con los pasmarotes del Maximato, fueron tan demoledoramente criticados y expuestos.
Ni en los momentos más pasmados y grises de Miguel de la Madrid, ni en la frivolidad del lopezportillismo, ni bajo el codicioso y voraz cordobismo-salinismo-zedillismo, los riscos de la ignorancia y la infamia, vimos algo siquiera parecido a la vergüenza de los atlacomulcas, símbolo de lo peor que le pudo haber pasado a este país.
En todos los puntos geográficos del territorio nacional se oye el murmullo y la voz en pecho abierto que reclama y demanda la consulta popular para decidir una cuestión que se ha vuelto de seguridad nacional: llevar a juicio y condenar a Enrique Peña Nieto y sus cómplices, para restaurar la dignidad del país.
Nunca una petición como la anterior ha tenido el consenso mayoritario de una población despreciada y explotada durante seis largos años. Lo relevante es que el tufo del atracomulquismo es tan penetrante que nunca se había pedido algo así como una condición previa al inicio de un nuevo régimen.
Pocas veces en nuestro trayecto, una necesidad inaplazable, un reclamo indeclinable ha tenido la fuerza para concitar tantas voluntades. Se afirma que fue mucho más difícil echarlos del poder el pasado primero de julio, que aplicar decididamente la ley para los casos de corrupción y asesinato colectivo que han enlutado a los mexicanos.
No se quiere que ésta sea una tarea de tribunales extranjeros, sino que se adopte casi como un programa de gobierno, como una decisión colectiva que no admite demora ni participación externa en algo que sólo compete a los mexicanos en pleno uso de su soberanía constitucional, jurídica y judicial.
Es más, se afirma en diversos círculos políticos que ésa sería la única manera para que el nuevo régimen tuviera la credibilidad y la confianza de los mexicanos para decidir lo que a su derecho convenga. En caso de negarse, en cualquiera de sus formas y acepciones, regresaríamos a la etapa cancelada.
Llegamos a un nuevo gobierno, un nuevo sistema, nuevo régimen y nuevas maneras de abordar las soluciones urgentes e inaplazables. Los que llegan no tienen por qué cargar con tan pesado fardo.
Este es el momento esperado. Deben demostrar con el ejemplo que efectivamente son diferentes. Que el pueblo no se equivocó.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Mientras lo poco que queda de la CTM se dedica a elogiar al peñato –al tiempo que pierde afiliados—, ya hay quienes impulsan la creación de una nueva organización obrera para acompañar la Cuarta Transformación. Recién se conformó, en efecto, la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM) que encabeza Pedro Haces Barba, senador suplente de Germán Martínez, quien dijo que la confederación aglutina a diversas organizaciones sindicales y que buscan dar un nuevo enfoque a las relaciones sindicales en el país, privilegiando la democracia interna y por ello celebró que el Estado mexicano reconozca el convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que garantiza que ningún trabajador puede ser despedido por su filiación sindical. Por su parte, Patricia Sosa Castellanos, quien este lunes 12 de noviembre rendirá protesta como dirigente de la Federación Autónoma de Trabajadores y Empleados del Estado de Baja California (FATEBC) que forma parte de CATEM ha dicho trabajará con el gobierno de López Obrador para mejorar las condiciones de los trabajadores de esa entidad. En entrevista dejó en claro que no están afiliados a ningún partido y la bandera la federación que encabeza es analizar y resolver problemas que están afectando a los trabajadores de Baja California como el avance de las tecnologías digitales y la robotización de los procesos productivos están ya desplazando a miles de trabajadores. “Estos fenómenos asociados a la globalización son el principal desafío para la clase trabajadora”, dijo Sosa Castellanos, quien expuso que ante esta realidad se requiere un modelo sindical distinto, una organización moderna, más preparada y consciente de que se está produciendo una nueva forma de relacionarse laboralmente con el sector productivo.
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