La luz y la muerte
Alberto Vieyra G. viernes 2, Nov 2018De pe a pa
Alberto Vieyra G.
Desde hace casi 4 mil años, el Día de Muertos, entre las culturas mesoamericanas, estaba considerada, durante un mes, una fiesta sagrada para recordar a nuestros ancestros.
En el calendario mexica, el noveno mes estaba dedicado a rendir culto a nuestros muertos. Para las culturas nahuas que habitaban el Valle de México, la muerte era lo que permitía que la vida siguiera existiendo, no se la consideraba negativa.
Recuérdese que, para los antiguos pueblos mesoamericanos, sí existía la vida después de la muerte, sin embargo, no de la misma forma que el cristianismo lo concibe.
Para ellos, no había un cielo (lo bueno) y un infierno (lo malo), sino un destino que dependía del modo en que habías muerto y no de cómo te habías comportado en vida.
En la visión prehispánica, el acto de morir era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino de los muertos descarnados o inframundo, también llamado Xiomoayan, término que los españoles tradujeron como infierno.
Con la llegada de los españoles, allá por 1519, todo cambió.
Recuérdese que la conquista tuvo dos ejes fundamentales: el madrazo y la sobadita, es decir, la espada por delante y la cruz por detrás.
Sin embargo, la fiesta sagrada dedicada a los muertos ha conservado gran parte de su identidad milenaria, a pesar de la maldita intromisión del demonio gringo que metió su cola en México con el Halloween, que nada tiene que ver con nuestra hermosa cultura. Ya en la conquista, ambas culturas, la indígena y la española, pondrían su granito de arena para hacer una fiesta sargada o pagana para recordar a nuestros fieles difuntos.
Las ofrendas tienen un mucho de la antigüedad y otro mucho de la era colonial. Había ofrendas hasta de 7 niveles por aquello de que el número 7 es considerado como sagrado.
Por esta razón, es difícil hablar de un Día de Muertos exclusivamente prehispánico.
Sin embargo, sabemos que los pueblos mesoamericanos rendían tributo a sus difuntos con altares llenos de artículos personales, alimentos, fruta, flores, y hasta pulque y vino, piedras preciosas, instrumentos musicales, esculturas, braseros, incensarios, urnas. demás objetos que son referente directo de nuestras actuales ofrendas mortuorias.
Antes de los españoles, no había velas, veladoras ni cirios, la luz en el Día de Muertos se producía encendiendo teas de ocote que enciende asombrosamente. La flama que hoy producen velas, sirios y veladoras, significa “la luz”, la fe, la esperanza. Es guía, con su flama titilante para que las ánimas puedan llegar a sus antiguos lugares y alumbrar el regreso a su morada.
En varias comunidades indígenas cada vela representa un difunto, es decir, el número de veladoras que tendrá el altar dependerá de las almas que quiera recibir la familia.
Si los cirios o los candeleros son morados, es señal de duelo; y si se ponen cuatro de éstos en cruz, representan los cuatro puntos cardinales, de manera que el ánima pueda orientarse hasta encontrar su camino y su casa.
Yo creo que a los politicastros no hay que encenderles ni una vela, para que no regresen nunca, y menos por nuestros dineros públicos y a ultrajar la dignidad de los mexicanos.