De nuevo, el aborto
¬ José Antonio López Sosa jueves 16, Ago 2018Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
Lo que sucedió en el senado argentino, trajo de vuelta el eterno debate con relación al aborto en nuestro continente.
Habría que comenzar insistiendo en que, cuando se argumenta con la fe y la creencia religiosa en la mano, no hay debate, tal como lo decía la gran Ikram Antaki.
No se puede debatir con argumentos imaginarios, como aquellos que tienen que ver con la religiosidad o la fe.
Para los creyentes desde el instante que un óvulo y un espermatozoide se unen, consideran que es un ser con alma y de ahí nadie los va a mover.
Ahora bien, en la ciencia sí hay un debate serio con relación al cigoto y al feto, que si antes de las 12 semanas ya es un ser humano o no, que si es vida como la entendemos o es un conjunto de células que están generando una vida, en fin, hay argumentos en ambos sentidos.
Desde el punto de vista social, la mujer debiera —como para nuestra fortuna ocurre en la Ciudad de México— el poder de decidir sobre su cuerpo, tal como lo dicta nuestra legislación, tener el derecho de abortar hasta la semana 12 en un esquema de salud pública.
Quienes defienden esa supuesta vida antes de la semana 12, son por lo general los que le quitarán derechos si ese cigoto se transforma en feto y ser humano homosexual, se quiere casar o pretender adoptar niños.
Por supuesto que el aborto no debe ser un método anticonceptivo, tampoco debe ser algo recomendado para las mujeres, simplemente es una alternativa muy personal, un derecho que las mujeres deben tener sin poner en riesgo su vida.
En las sociedades donde el aborto está prohibido por ley, las clinicas clandestinas proliferan causando muertes, como ocurría antes en la Ciudad de México.
Es muy sencillo: si no le gusta el aborto, no aborte, hable con sus cercanos para que no aborten, súmese a las campañas de educación sexual, promueva el uso de anticonceptivos, converse con los suyos con relación a su opinón sobre el aborto, pero no, bajo ninguna circunstancia sea tan soberbio (a) para creer que sus pensamientos son universales y, menos aún convertirlos en una ley prohibitiva como parte de un estado paternalista y religioso.
Tengo una familia, una esposa y dos hijos. Digo sí al derecho de la mujer para decidir si aborta o no.