Primero los corruptos
Freddy Sánchez jueves 2, Ago 2018Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Andrés Manuel afirmó varias veces en el pasado: “a mí podrán decirme peje, pero no pejelagarto”.
Puso en claro la diferencia de una cosa y otra.
En ese tenor hay que decir que el político tabasqueño llegará a la presidencia precedido de una imagen de ex priísta, pero no de tecnócrata.
Otra diferenciación que es oportuno hacer notar.
Sobre todo, si consideramos que la tecnocracia en el mundo ha dejado mucho qué desear (con todo y sus vanagloriados manejos macro-económicos) siendo factor determinante en México para que dos veces el PRI y una vez el PAN fueran echados del poder presidencial en los últimos 18 años.
Esto sucedió después de sesenta años de un PRI político, que a lo largo de tantísimo tiempo se mantuvo inconmovible en el ánimo electoral de la mayoría, porque la gente más allá de inducciones al voto como sucede todavía en la actualidad, simple y llanamente así lo quiso.
Recuérdese, asimismo, que durante esas seis décadas de PRI político, surgieron para el beneplácito de la nación grandes instituciones, que a la fecha continúan siendo baluartes de progreso y bienestar colectivo.
Y que lo digan si no, los que ahí tienen su fuente de empleo y los que estudiaron y estudian en la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional y demás centros de enseñanza artística, cultural y de ciencias, forjados en beneficio de la comunidad con mayores carencias.
Exactamente igual que sirven para atender la salud de las masas, los hospitales e institutos médicos oficiales, independientemente de esas otras instituciones dedicadas a la construcción y financiamiento para la vivienda y otorgamiento de crédito para actividades económicas, entre tantas otras cosas que el priísmo político legó a éste país.
Por eso, justamente, se antoja oportuno, dejar en claro que a ese PRI (no al tecnocrático), perteneció Andrés Manuel López Obrador. Y con él, no pocos de los que lo acompañarán en su encomienda sexenal, una vez que los “aborrecidos y repudiados tecnócratas” vuelvan a dejar el poder con cajas destempladas.
Cierto es también que entre los que se sumaron a “la bola” del cambio que se avecina, hay émulos desvergonzados de la tecnocracia.
Y la pregunta es si estarán dispuestos a enmendar su insensibilidad social o seguirán necios en pensar únicamente en mantener a salvo la macroeconomía, sólo para la tranquilidad de los mercados en beneficio de sus archimillonarios accionistas empresariales.
De ser así, no hace falta reiterar que a estos tecnócratas de plano la sociedad por partida doble los reprobó en las pasadas elecciones presidenciales. Y no se piense que solamente lo hicieron los que apoyaron y lograron el triunfo de Andrés Manuel, sino los que volvieron a echar de Los Pinos al PRI como paradigma de la frivolidad tecnocrática.
En ese contexto, es inevitable referir el pasado priísta del futuro jefe del Ejecutivo federal, siendo preciso recalcar que su pasado es político y no tecnócrata. Habría qué decir pues que es: “peje, pero no pejelagarto”. O sea, político de corazón y no un político tecnócrata de pieza cabeza.
Y que bueno, porque este país francamente no se merece más tecnocracia sin ese tacto político social, que se hace indispensable para impedir que haya ricos demasiado ricos y pobres extremadamente pobres.
Así que en las futuras políticas públicas a la par de considerar primero a los pobres debe darse la procuración de los equilibrios sociales en los que no caben la corrupción ni la impunidad ni tampoco única y exclusivamente la defensa a ultranza de la macroeconomía empobrecedora de la mayoría.
Es menester por lo mismo que en el gobierno de Andrés Manuel se cuide el patrimonio de lo que funciona bien y para bien de la nación, erradicando abusos y privilegios en aras de aminorar la desigualdad social, poniendo en el blanco sancionador de la acción pública: primero a los corruptos.