El “Anómimo” y su risa, el lenguaje universal del amor
Opinión lunes 9, Jul 2018De la carpa a las letras
Arturo Arellano
Son muchos los festivales de música que se realizan alrededor del mundo, por supuesto México no es la excepción y se ha convertido con el paso de los años en un referente de este tipo de encuentros, donde la gente acude a olvidar las penas en medio de baile, música y cultura, lo cual es bastante plausible, ahora pues, en estos rincones del mundo donde la gente se reúne en nombre del arte, habitan también ciertos personajes que sin llamar demasiado la atención logran un mundo mejor, haciendo sonreír a las personas, sean payasos, standuperos, mimos, comediantes, ya se han vuelto parte fundamental de los festivales y con justa razón, pues siendo la música, según Beethoven, el lenguaje de Dios, no podía estar separada de la risa, el lenguaje universal del amor.
Llego a esto porque el pasado fin de semana acudí al Festival Zapal en Saltillo, Coahuila, donde se presentaron varios rockeros de gran talla y entre todo me encontré justamente con uno de estos personajes mágicos, un mimo de aspecto amable, mirada tierna y de cuyo nombre jamás estaré seguro, ya que siendo mimo no pudo decírmelo y yo tampoco pude descifrarlo, pero más adelante lo bauticé a mi gusto, como “Anómimo”, pues aquel personaje estaba más interesado y preocupado por divertir a la gente que por dar a conocer su nombre.
Lo que realmente me llamó la atención de este singular hombre fue que seguramente había sido contratado para entretener al público en general dentro del tianguis cultural ubicado en el festival, pero él, yendo contra las reglas cual experto payaso, no tenía los ojos puestos en la masa, ni en la gran cantidad de jóvenes bien acomodados que lo rodeaban, sino en un pequeño rincón dentro del mismo espacio, uno que era ocupado por tres niños indígenas y sus madres, que a su vez habían acudido a este evento para vender sus artesanías, ahí estaba la misión de este mimo anónimo, ya que como antes dije jamás supe su nombre.
Al percibir su energía, me quedé parado a la distancia para no incomodarlo, pero sin querer me volví parte de su pequeño gran público de seis personas, los tres niños, sus madres y yo, hipnotizados con sus historias contadas a través del movimiento del cuerpo, la gesticulación y de las divertidas puntadas que sin duda me hicieron carcajear más de una vez. Sin embargo, lo que me tenía mayormente fascinado era su capacidad para volverse invisible al mundo y enfocarse en estos pequeños de entre 3 y 12 años que no habían ido a este evento más que a trabajar, pero luego se encontraron con un hombre que decidió divertirlos sin reparo, haciéndose parte de su mundo y hoy de sus recuerdos de la infancia, esos que se atesoran para siempre.
El mimo cumplió su misión, interponiéndose entre las miradas tristes de los niños y las personas que despreocupadas paseaban por el lugar con cerveza en mano, regateando incluso el precio de las artesanías que ya de por sí vendían a muy bajo costo. El mimo anónimo cumplió su misión del día, cambiar esos ojitos tristes de los niños por un brillo esperanzador, uno que sólo se tiene en la infancia y que estos pequeños tristemente pierden antes que cualquier otro en esta sociedad tan desigual en la que vivimos los mexicanos, pero en la que existen también estos mágicos seres que van por el mundo coleccionando sonrisas y momentos. Así es, jamás sabré el nombre de “anómimo”, pero me basta con saber que existe y que como él hay regados en el mundo otros anónimos que seguirán luchando por hacer un mundo mejor, utilizando como arma la risa, el lenguaje universal del amor.