El Cid Campeador
¬ Humberto Matalí Hernández domingo 13, Nov 2011Al son de las fábulas
Humberto Matalí Hernández
¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!
Anónimo | Poema de Mío Cid
En la encrucijada de los siglos X y XI falleció Rodrigo Díaz de Vivar (o Ruy de Vivar), (1043-1099). Es el gran héroe épico de España. Pero más importante es el legado que representa para la Lengua Española la existencia del “Poema de Mío Cid”, como la primera gran obra escrito en castellano y español. La versión original, aún imperfecta, sobre El Cid Campeador data de 1109, a unos diez años de la muerte del personaje.
El rey Alfonso X el Sabio escribió la “Primera Crónica General de España”, con el poema sobre El Cid, que abarca la mayor parte del legajo y fue redactada en 1289, bajo el reinado de Sancho VI, hijo del Sabio. Pero en 1344 aparece otra “Crónica General de España” que incluye una “Crónica particular del Cid”. Se supone que esa es la versión popularizada como poema épico en la versión antigua. Aunque para muchos el verdadero poema épico se escribió en 1140. El otro afirman algunos expertos que es copia del primero. Pero es una discusión bizantina, similar a la de qué fue primero el huevo o la gallina.
Lo cierto es que el “Poema de Mio Cid” es una excelente biografía completa sobre la vida y hazañas guerreras de Rodrigo Díaz del Vivar, así como las acciones contra los árabes, de los cuales fue amigo, compañero en el arte de lancear toros y otros hechos. También se habla de la lealtad al rey y la deslealtad del monarca contra noble y digno vasallo, de ahí EL epígrafe de esta entrega. Fue uno de los muchos casos en que el súbdito era superior al rey. O cualquier secretario de un gabinete al presidente o al primer ministro. Para desgracia de los mexicanos desde hace décadas no existe tal contraste en el país. La mediocridad es pareja entre mandatarios y empleados. Quizá resalte alguno por la exuberante torpeza y estulticia. Pero ante ello no hay defensa posible.
Leer y gozar de los versos del cantar de El Mío Cid es emocionarse ante un texto apasionante, cual novela de aventuras, que ayuda a comprender la lengua española, tan empobrecida y mal usada y ahora deformada por la nueva ortografía autorizada en la FIL de Guadalajara en sospechosa unanimidad por las academias de la Lengua Española, para concluir ante la oposición de escritores y lingüistas, en que son proposiciones y no imposiciones. Y en aberrante y cómoda decisión decir que el acento se aplica a gusto del usuario en palabras como este, solo, ese, aquel y otras. Pero si disminuye en dos letras el abecedario la ch y la ll porque están formadas por dos letras. El alfabeto pasó de 29 letras a 27. Quizá sea asunto de devaluaciones lingüísticas o el doblegar el idioma Español a los dictados del colonialismo.
En las ediciones de Porrúa y otras editoriales, el cantar de el Cid viene impreso con en la versión del castellano, en el naciente español y la traducción al español moderno. Son la versión antigua y la moderna. En el inicio del Mio Cid en la primera parte, a falta de la extraviada página inicial, se utiliza el relato de la “Crónica de veinte reyes”, con el relato del envío al exilio del Cid. Sobresale la parte en que la pequeña de nueve años habla con don Rodrigo -Ruy- Díaz de Vivar, para suplicarle que no entre a la posada de su familia, porque serán perseguidos y destruidos por mandato del rey Alfonso (ingrato como todo rey, primer ministro o presidente que se respete).
La riqueza histórica sobre Rodrigo Díaz de Vivar aporta otro material literario, como es el “Romancero del Cid”, menos docto y solemne que el “Poema de Mio Cid”, pero enriquecido con el decir popular, aumentado, mejorado y alterado por los trovadores medievales y renacentistas, que agregan acciones de las leyendas, como la parición del apóstol San Pedro en el lecho en donde agoniza el Cid Campeador. Es ahí en donde doña Jimena, la esposa del Campeador, ordena se coloque el cadáver sobre el caballo Babieca, para que muerto, dirija la carga contra el ejercito del rey moro Búcar, que tiene sitiada a Valencia. Esa es la leyenda de ganar batallas después de morir, pero no figura en el “Poema de Mío Cid”.
El final del poema épico concluye con este verso: “Nuestro Cid, señor de Valencia abandonó este siglo / el día de Pascua de Pentecostés; ¡Cristo lo haya perdonado! / ¡Hagámoslo también nosotros, justos y pecadores! / Esta es la historia del Cid Campeador; / y aquí se acaba el poema”. Y para quitar dudas, en castellano el mismo verso se escribe y se oye así: “Passado es deste sieglo mio Çid de Valençia señor / el día de cinquaesma; ¡de Cristus aya perdón! / Assí ffagamos nós todos justos e peccadores! / Estas son las nuevas de mio Çid el campeador; / en este logar se acaba esta razón”. (Amigo corrector no son faltas ortográficas, así escribieron los castellanos).
Abundan las ediciones del cantar de Mio Cid, desde las doctas y analíticas a las de nivel escolar. Destaca la importancia de la hecha por Editorial Porrúa, con la versión antigua y la moderna del “Poema de Mio Cid” y el prologo de Amancio Bolaño e Isla, incluido además el “Romancero del Cid”, en la indispensable colección “Sepan Cuantos…”