De kindergarten
Freddy Sánchez martes 8, May 2018Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Ahora sí, Andrés Manuel apabulló en el debate. A diferencia de lo que sucedió frente a sus adversarios presidenciales, en el Canal de las Estrellas de Televisa, lo que se vio y escuchó fue otra cosa.
Aquello que le faltó ante Anaya, Meade, “El Bronco” y Margarita Zavala, en aquel primer debate con sus opositores, al tabasqueño le sobró con la empresa del señor Azcárraga.
Casi siempre sonriente, con voz mesurada, ademanes controlados, prácticamente impertérrito, el primer invitado de lujo de la nueva temporada de “Tercer Grado”, nada menos que el candidato presidencial de Morena, podría decirse sin temor a equivocarse que: “fue, llegó y venció”.
Las extraordinarias tablas que mostró López Obrador en este debate, lo hicieron ver más que bien, pese a los intentos (no muchos ni tampoco al estilo de “fulminantes ganchos al hígado”), que tuvieron bajo su encomienda quienes en calidad de anfitriones lo recibieron en el programa.
Siete interrogadores de reconocida prosapia periodística para “calar” el temple y la astucia del candidato a vencer en la sucesión presidencial. Entre los entrevistadores, figuraron cuatro que lo fueron en la primera temporada: Leopoldo Gómez, Denise Maerker, Joaquín López Dóriga y Carlos Loret de Mola, sumándose Leo Zuckermann, René Delgado y Raymundo Rivapalacio. Puro equipo pesado.
Denise fue la primera en lanzar lo que parecía un “dardo envenenado”. Preguntó al señor López la causa de su desprecio ante sus colegas por no haberse despedido. Fue irónica y quiso ser incisiva, pero sin alterarse, tranquilo y habilidoso, su invitado la calló antes de que pudiera continuar entre interrogando y afirmando esa clase de cosas que según se dice, al tabasqueño pronto lo sacan de quicio. Pero, esta vez pausadamente se dio el lujo de hablar cuanto y lo que quiso, sin permitir que lo inquietaran.
López Dóriga, Denise y Loret de Mola, que fueron los que más interrogaron al tabasqueño, quisieron y no pudieron hacerlo enojar. La táctica que le funcionó muy bien fue negar lo que pudiera serle perjudicial y afirmar lo contrario, sin dejarse interrumpir, aprovechando que no hubo moderador ni reloj para callarlo.
De la mafia del poder manifestó lo que quiso. En defensa del empresario Romo, ligado a su campaña, de quien no negó haber hablado mal en un libro, aseguró que la gente cambia. Refirió el caso del pintor Orozco, que primero pintó a Madero como “un pigmeo”, en su afán de exaltar la figura de Porfirio Díaz y al final “se reivindicó” con obras pictóricas totalmente distintas. A Carlos Salinas lo acusó de ser “el padre de la desigualdad moderna”, pero de inmediato pidió que no le preguntaran más. Y nadie le preguntó.
Así que la visita de López Obrador al foro de la televisora mexicana terminó muy al estilo de una fiesta taurina.
Una de aquellas en las que el torero parte la plaza y le da la vuelta al ruedo, recibiendo la ovación eufórica de su público.
Con la diferencia de que “el matador” en Televisa, aparte de incólume y triunfante, salió con 14 orejas y siete rabos entre sus manos, después del “capoteo” maestro para sus interrogadores.
Y es que en contraste con los programas de antaño (de horas aciagas para sus entrevistados, dadas las tremendas “puyas” de sus interrogadores), en su nueva temporada uno de los memorables programas de Televisa, estuvo lejos de ser lo que fue.
Porque su primer entrevistado, López Obrador, más que tener que pasar un examen de “Tercer Grado”, fue sometido a una prueba de kindergarten.