El cambio no es populista, es por el retorno a la legalidad
Francisco Rodríguez miércoles 2, May 2018Índice político
Francisco Rodríguez
Moribundo, el sistema político mexicano enseña sus amarillentos dientes, muestra sus pútridas fauces, da coletazos, pero no exhibe sus luces. Increíble, pero un aparato centenario no tiene un solo grupito que lo pueda defender decentemente. Es el colmo. Cualquier dictadura de cuarta lo tiene, y éste siempre se muere en la raya.
Hasta la canalla porfirista, supuestamente llena de octogenarios insensibles, tenía al grupo positivista y a los famosos científicos, que defendieron al dictador hasta lo sublime, mientras producían obras y silogismos marca caguama que iluminaron el tránsito de dos siglos. Hoy, el sistema no tiene a nadie.
Quienes defienden la permanencia del sistema lo hacen desde la atalaya de lo indefendible. Defienden sólo sus negocios. Se mueren en la línea, pero por defender precisamente aquello que la gente repudia. Es la culebra que se muerde la cola, aquella que no puede abrir la boca porque tiene la cola larga y sucia.
Por eso, el cambio que la gente exige implica cambiar todo: el modelo de crecimiento injusto y dependiente, el sistema político, el régimen, las maneras y los modos. No es posible defender un país que con costas turísticas, recursos naturales abundantes, minería, ecosistemas fantásticos y población emprendedora esté en el sótano del sótano.
La fracasada gestión panpriísta de los últimos noventa años arroja, según las cifras duras del Fondo Monetario Internacional, un crecimiento menor a uno por ciento anual en cuatro décadas, lo que ubica al país por debajo de casi todo el mundo. Ni cómo explicarlo. Países como Botsuana se encuentran siete veces arriba. ¿China? Cien veces más arriba, por si se les ocurre volver a hablar de otro tratado comercial con asiáticos.
Lo que sus dirigentes han hecho con México es simplemente un crimen de lesa humanidad: han condenado a más de 120 millones a vivir en la miseria y el hambre, mientras un grupito menor al uno por ciento de su población nada en Jauja y puede ubicar a sus palafreneros en los primeros lugares de la revista Forbes.
Si eso no es reprobable e ilícito, la gente no tendría razón en haber decidido un cambio de baraja, de mesa de juego y de tugurio. Quiere cambiar hasta de vasos, por aquello de las malditas dudas. Forzosamente, por algo debe empezarse, no es posible pedirle peras al olmo, por eso estamos como estamos.
Revisarlo todo. No se habla de expropiar, los que lo dicen y defienden, probablemente ni saben los orígenes históricos de la palabreja. En petróleos no se expropió el recurso del subsuelo que era nuestro, siempre ha sido nuestro. Se apropiaron las factorías y almacenes que lo explotaban.
Tiene un siglo que habita en la Constitución el concepto de” imponer a la propiedad privada las modalidades que exige el interés público”. Es un derecho inmanente, irrenunciable de cualquier gobierno que se respete, de la tendencia que sea. Que no lo hayamos usado, allá ellos. Está vigente, vivito y coleando.
Con mayor razón, existe el fundamento constitucional para revisar todo aquello que se haya contratado o concedido a espaldas del pueblo o de la legislación vigente. Y eso simplemente no es populismo, se llama estado de legalidad, o de Derecho, si se prefiere. Los que lo atacan están en contra del mismo pueblo.
Si un régimen político agotara su sexenio revisando y corrigiendo lo que está mal entregado o concedido o subastado, pasaría a la historia por sus alcances y beneficios en favor de los intereses populares, aunque no hiciera otra cosa. Creo que la defensa de los recursos naturales y de los espacios habitables bien vale un Potosí.
De paso, corregiría casi todas las deficiencias del modelito económico de los rateros. Imponer las modalidades que reclama el interés nacional no es un asunto menor, aunque nunca se llegue a expropiarle a nadie una sola propiedad bien habida. Hablar con propiedad es la primera condición de la legalidad. Llamarle a las cosas por su nombre. Al ratero, ratero. Al loco, loco.
La gente quiere también cambiar el régimen, no nos engañemos. Ya no es posible confiar en el presidencialismo unipersonal. El poder debe abrirse para permitir aires frescos e ideas renovadoras, no sólo gobernar en base a la intuición y a lo que diga Juan Pueblo. Estamos en medio de una vorágine internacional que amenaza con dejarnos más pobres que un perro de ciego. Y ante eso, debemos estar unidos y compactados.
La verdad es que el régimen presidencialista ya no estira más. El Ejecutivo termina por caer en tentaciones inalcanzables y en frustraciones irremediables. Nuestros regímenes políticos deben cancelarlo, igual que lo han hecho todos los países de la Tierra, excepto 14.
Los presidentes deben rodearse de todos los talentos, grupos regionales y fuerzas que se requieran para sortear los nuevos obstáculos comerciales, soberanos y diplomáticos. No hay de otra. La humildad debe ser la base.
El cambio del sistema político se dará por sí mismo, el día siguiente que los mexicanos constaten que el viejo Ogro filantrópico —Octavio Paz dixit— perdió casi todas las gubernaturas que eran la fuente de su poder, aunque parecían más sus chivos expiatorios. De ahí vendrán las ideas para modificar el entorno del sistema hacendario, del modelo económico y del sustento jurídico de la Nación.
Cambiar el modelo de crecimiento, el régimen presidencialista y el sistema político no es tan difícil como muchos comentócratas opinan. Creen que se trata del círculo cuadrado. Sólo es cuestión de darle a la gente la posibilidad de cambiar en lo esencial, que es en el sentido de tomar y respetar su decisión de cambio. No hay más cera que la que arde.
En la historia de los últimos cien años, los mexicanos hemos logrado cosas muchísimo más importantes que ésas. Díganlo si no, el hecho de haber soportado la evacuación de treinta millones de connacionales que tuvieron que salir del país expulsados para buscar el pan en otros lugares inhóspitos y más difíciles.
Díganlo si no las luchas por las libertades civiles y políticas que, en comparación con todas las latitudes, aquí han costado miles de vidas de enormes líderes sociales, la cárcel, las torturas y el ostracismo.
Díganlo si no, la fiera devastación del narcotráfico, coaligado con los sistemas panpriistas, que ha costado la pérdida de cerca de un cuarto de millón de vidas inocentes, el salvajismo, la ejecución, el desplazamiento y la desaparición forzada de una buena parte de nuestra población. Nuestra tierra grita todo lo que ha costado la esperanza del cambio. Es hora de oírla.
Díganlo si no las enormes sangrías al patrimonio popular que han llevado a cabo los regímenes dictatoriales que hemos padecido desde que Dios es Dios. Llámele como quiera a una bola de sátrapas que se aposentan en la silla de Los Pinos y se transmiten dinásticamente el poder. Ya no está el horno para bollos. O cambiamos, o nos enfrentamos por otras vías, mucho menos pacíficas, pero igual de eficaces.
Así es que el próximo primero de julio, a cambiar modelo de crecimiento, régimen y sistema político, sólo con nuestro voto. Es una oportunidad histórica, a la mano de un crayón para cruzar la boleta electoral.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: ¿Y ahora para quién trabaja Javier Lozano Alarcón? Ya lo hizo para el PRI, luego para el PAN, y dicen que ahora otra vez para el PRI, pero parece que lo hace para Morena. Y es que ayer, en una entrevista radiofónica, reveló que el medroso sector empresarial mexicano no está con el candidote Meade. Que prefieren que el pri-itamita renuncie —y que lo mismo haga Margarita Zavala de Calderón— para fortalecer al candidato panista Ricardo Anaya y, con él, hacerle frente a AMLO. Y tras correr la cortina y dejarnos ver lo que en medio del pánico se cocina en el war room tricolor, el poblano remató: “Con Anaya —una de sus muchas fobias del momento— ni a la esquina”. O sea, que prefieren quedar en tercer y, muy probablemente, hasta en cuarto lugar en la contienda presidencial. De las gubernaturas mejor ni hablamos, ¿verdad? + + + Escribe Bibi Villavicencio, lectora crítica de este espacio: “Dice Meade que en esta elección echemos abajo todo lo que hemos logrado. Hemos, dijo aquel. Ellos, que es diferente, han logrado instaurar institucionalmente la corrupción e impunidad, han logrado incrementar la pobreza a niveles vergonzosos para quienes se las dan de próceres de esta nación, han logrado un crecimiento de PIB infame para tanto talento de los Yales y Harvards. ¿Le sigo? ¡Ay Meade que ciego estás! Eso es lo que queremos: echar abajo todos estos logros. No hay duda de que ‘no entienden que no entienden’. Y le digo ciego a partir de que en una entrevista con Adela Micha, ésta le preguntó si de veras, de veritas en 20 años de servicio púbico nunca vio actos de corrupción. Y Meade, achicando la boca, frunciendo los labios, con ojos de borrego a medio morir (ya está muerto como candidote) dijo: No. De ahí que le diga que está ciego”. Gracias Bibi.
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