Lo que diga mi dedito
Freddy Sánchez jueves 15, Mar 2018Precios y desprecios
Freddy Sánchez
¿Debatir?…
Ni hablar, que se arriesguen y busquen el debate, los que lo necesitan. Porque Andrés Manuel López Obrador, definitivamente, no tiene motivo que lo incite a aceptarlo con sus contrarios electorales.
Mucho menos lanzar el reto y esperar que los demás se lo acepten.
Eso lo tendrán que hacer como lo están haciendo los que a estas horas ven cuesta arriba la posibilidad de ganar la Presidencia, si consideramos como un buen termómetro de lo que pudiera pasar en la elección presidencial, cuanto hasta el momento han revelado los sondeos de opinión.
Los que independientemente de las empresas a cargo de realizar encuestas electorales, previas a las elecciones, en sus respectivas prospecciones ponen a un solo candidato en la cúspide de las preferencias con una cómoda ventaja.
Y como ciertamente se trata del tabasqueño, debatir con sus adversarios, no tendría sentido como parte de su estrategia electoral.
La forma en que López Obrador, en su reiterada posición de observador y crítico de las situación que vive el país, se ha dedicado a ver y señalar el “lado flaco” de sus oponentes, le ha permitido descollar en las encuestas y cambiar de táctica no redituaría beneficio a su favor.
Una cuestión que, por el contrario, debería ocupar a sus principales contrarios en la búsqueda de la primera magistratura.
Y es que si las más recientes encuestas electorales pulsan una realidad entre los potenciales electorales, no cabe duda que tanto José Antonio Meade y Ricardo Anaya no se están viendo favorecidos por sus respectivas estrategias de confrontación para afianzarse en el segundo lugar de las preferencias, pretendiendo después disputarle a López Obrador el primer lugar y ganarle al final cuando llegue el momento de la verdad que será el día de la elección presidencial y no antes.
Los sondeos para conocer las tendencia electorales, como se dice constantemente, lo único que pueden garantizar es un análisis del presente y si acaso un atisbo del futuro, pero con sus posibles desatinos si consideramos que no todos los encuestados expresan honestamente su sentir, algunos lo cambian en el curso de las campañas, y por otro lado, es más que sabido que las encuestas electorales jamás podrán tener el peso de las expresiones ciudadanas expuestas directamente en las urnas, con el amparo de la libertad y secrecía.
Aun así, naturalmente, las tendencias electorales tampoco pueden ser ignoradas. Porque si bien es un absurdo reconocerles infalibilidad, lo sería también lógicamente, desconocerlas y tirarlas al bote de la basura.
Una cosa no puede negarse en relación a las encuestas conocidas: López Obrador está muy arriba.
Y esto revela una realidad inocultable en México: por tercera vez en tres sexenios consecutivos, muchísima gente continúa insatisfecha con la forma de gobernar, la falta de sustento económico familiar, la corrupción que no se acaba entre los responsables del ejercicio público, sobre todo políticos y funcionarios de alto nivel, además del crecimiento exponencial de la delincuencia y su impunidad que de plano deja un “mal sabor de boca” incluso entre los que quisieran ver un país “color de rosa”.
Lo que definitivamente no sucede, al menos en la percepción de toda esa gente que sigue empeñada en un cambio radical en el estilo de gobernar y no duda en hablar de darle su oportunidad a ya “saben quién”, que por lo pronto cabalga con el donaire triunfador que le dan las encuestas electorales pudiendo negarse con desdén a debatir simplemente diciendo: “lo que diga mi dedito”.