Rupturas y traiciones
Alberto Vieyra G. jueves 8, Mar 2018De pe a pa
Alberto Vieyra G.
El 6 de marzo de 1994, hace 24 años Luis Donaldo Colosio Murrieta pronunciaría ante el monumento a la revolución y ante miles de priístas el llamado discurso de la muerte¸ con el que rompía con el inquilino de Los Pinos, Carlos Salinas de Gortari cuando hablaba del “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia…”.
La ruptura de Colosio con el régimen salinista era obligada, toda vez que, desde las entrañas del gran poder político, se conspiraba para que el PRI cambiara de caballo a mitad del rio, quitándole la candidatura presidencial a Luis Donaldo, para dársela a Manuel Camacho Solís, quien, desde las montañas de lo alto de Chiapas, protagonizaba la campaña contra la campaña del candidato presidencial del PRI.
Colosio tenía un gran arrastre ante el electorado nacional y no hay la menor duda de que ganaría, principalmente, con el voto de las mujeres, pero se le atravesó la narcopolítica y el gran poder de los organismos empresariales multinacionales que veían seriamente amenazados sus privilegios si, Luis Donaldo, llegaba a la silla presidencial.
Sobre su asesinato se escribió mucho, y en todos los casos, los caminos conducían a Los Pinos. El resto de la historia es de sobra conocido.
¿Por qué traigo a colación a Luis Donaldo?
Veinte años después, el actual candidato presidencial del PRI, José Antonio Meade, está urgido de mandar a la rechintola al que quita y pone en Los Pinos, con el fin de oxigenar y levantar su campaña electoral, si es que quiere ganar la grande y hacer la horadación de derrotar al traidor panista Ricardo Anaya, y al engreído Zúñiga y Miranda de este siglo, Andrés Manuel López Obrador. Otra vez se conspira para cambiar de caballo priísta a mitad del rio.
José Antonio Meade está urgido de cortarse el cordón umbilical que lo ata a Los Pinos y mucho bien le haría la autocrítica hacia el gobierno actual que, por cierto, arrastra vergonzosos actos de corrupción, como el asunto de la casa blanca de Las Lomas y otros trinquetes de la familia presidencial.
A los ojos de todo México, José Antonio Meade parece, hasta hoy, ser un hombre impoluto, sin actos de corrupción que lo avergüencen o lo señalen como un corrupto.
La ruptura con la casa presidencial puede ser real o arreglada. Es decir, fingir que su honestidad le permite o le da la calidad moral para hablar sin pelos en la lengua del dedo sagrado que lo eligió en diciembre pasado.
José Antonio Meade está contra el reloj. La ruptura real o arreglada con el presidente de la república, tiene que darse inmediatamente antes de que comience la madre de todas las batallas electorales el 31 de marzo.
Para entonces, el gallo del PRI debe convertirse en un férreo auto crítico del gobierno y de los regímenes priístas que han ultrajado la dignidad de los mexicanos saqueando las arcas públicas como ocurrió en Veracruz con Javier Duarte, en Chihuahua con César Duarte Jaques; en Quintana Roo con Roberto Borge Angulo, igual que en Nayarit con otro ladrón llamado Roberto Sandoval.
José Antonio Meade deberá reeditar a Luis Donaldo Colosio siendo implacable fustigador del poder empresarial y de las 50 poderosas familias que ostentan el 75 por ciento de la riqueza nacional, mientras los trabajadores de a pie viven con salarios miserables.
¿Será capaz, José Antoni Meade, de romper con Peña Nieto para salvar su candidatura presidencial?