Matracas y matraqueros
Alberto Vieyra G. lunes 19, Feb 2018De pe a pa
Alberto Vieyra G.
La matraca o carraca, es un instrumento musical con un sonido tosco y rudo. El primer músico que la incorporó a una orquesta fue Richard Strauss, el de los famosos valses de Strauus, en su obra titulada “Las aventuras de Till Eulspigel”.
La matraca es un instrumento con una lámina de madera que es percutida repetidas veces por una rueda dentada, parecida a un engrane, que se acciona por medio de una manivela.
En la antigüedad había unas “matracotas” que se usaban en la iglesia y junto con las campanas eran usadas para acallar a las ruidosas multitudes.
A los que ejecutan una matraca, se les llama matraqueros, y con una o cientos de matracas, producen, en eventos públicos, incluyendo los políticos, un ruidazo de los mil demonios.
¿Por qué hago historia de las matracas y los matraqueros? Mire usted.
En días recientes, el Don Nicolás Zúñiga y Miranda de este siglo, es decir, San Peje López Obrador, con su clásico lenguaje lapidario, tuvo la brillante ideota de llamarle, al general secretario de la defensa nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda, como “un matraquero al servicio de José Antonio Meade”.
Después, San Juan Diego, le siguió cargando las pulgas al titular de la Sedena, y evitó, incluso, que fuese condecorado con el título de Doctor Honoris Causa, a cargo de la Universidad Autónoma de Chiapas. ¿Cuál es el hipo del eterno candidato presidencial? Pues nada, que el general Cienfuegos criticó severamente la otra idiotez del Peje que propugna por otorgar amnistía a narcos y delincuentes que han enlutado a México con gigantescas narcofosas y alrededor de medio millón de compatriotas asesinados a partir del sexenio de Felipe Calderón y hasta la fecha.
No conozco a un solo ser humano con sano juicio que esté de acuerdo en perdonar algo que es imperdonable. Le pregunto. ¿Usted perdonaría a alguien que masacró, de la forma más vil y sádica a un hermano, hijo, padre o lo que sea?
Recordaré que, según la tesis de Agustín de Iturbide y Arámburu, el primer emperador de México, en lo que se ha dado en llamar el pecado original, ningún presidente de la República podrá gobernar si no tiene el respaldo de la iglesia católica, los empresarios y el Ejército mexicano.
Si nos atenemos a esa tesis, el Peje San Juan Diego jamás podrá sentarse en la silla presidencial por muy santo que sea y ni volviéndose matraquero. Sin embargo, la armada de México dice que nuestros Juanes apoyarán al candidato que elijan los mexicanos, sin importar el color de la chaqueta.
Los rancheros, allá en mi pueblo, sostienen que en esta vida no se debe uno pelear con tres cosas: El pagador, la cocinera y el segundo frente. Pero ¿Qué se puede esperar de un mercenario político beligerante que toda su existencia ha vivido al margen de la ley, comenzando por sus dos crímenes, entre ellos el de su hermano Ramón, o el desafuero al que fue sometido en el 2004 por desacato a la orden de un juez? ¿Es, acaso, un luchador social o un apóstol de la democracia quien no predica con ejemplos de honestidad y, en cambio, acatarra con una supuesta honestidad valiente?
Me parece que el señor Peje, ya se aprendió su papel de engañabobos durante los últimos tres sexenios, y los mexicanos tenemos que ser muy inteligentes con nuestra suprema voluntad en las elecciones del uno de julio, para no llevar al poder a un enemigo de las instituciones y las leyes. Mis tres lectores y radioescuchas me piden que hable de los dos crímenes del señor López Obrador. Lo haré con agrado en capítulo aparte.