El mero mero
Freddy Sánchez jueves 15, Feb 2018Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Como si hubiera entonado a voz en cuello el famoso canto de José Alfredo Jiménez, “Yo sé bien que estoy afuera…”, a José Antonio Meade su “yo mero”, le dio aire fresco y resonancia a su precampaña.
Con toda proporción guardada resultó algo semejante a un batazo de cuatro bases que cambió el marcador cuando nadie lo esperaba en un juego de las grandes ligas del beisbol o ese milagroso touchdown en el último segundo de un Superbowl.
Al menos, tal es la lectura efusiva y gozosa que los partidarios del abanderado priísta han querido darle a la frase que el señor Meade usó para responder a la pregunta que él mismo había hecho acerca de quien tendrían el mejor perfil para gobernar a México.
El ampliamente difundido “yo mero” que contestó a una interrogadora el aludido se esparció rápidamente en las redes sociales y los medios de comunicación.
Increíble, pero cierto: lo de retirar el dinero y las armas a los narcos y su iniciativa de ley para recuperar el dinero de la corrupción, bajo el argumento de que el que no demuestre que lo que tiene es legítimo, que lo pierda, incitó mucho menos expectación que el ahora tan socorrido dicho que catapultó la empresa proselitista de Meade y que incluso repite continuamente cada que se le hace una entrevista sobre sus aspiraciones, proyectos y posibilidades de ganar la presidencia.
Ese “yo mero” adquirió repentinamente un poder seductor electoral, como el que tuvo el ditirambo de Vicente Fox del “hoy…hoy”, que soltó al insistir en que se diera un debate entre candidatos presidenciales.
Ocurrencias que inexplicablemente surgen en una contienda política y de súbito se convierten en una joya de gran valor que favorece la imagen de uno de los contendientes.
A diferencia de aquellas otras frases, que suelen producir el efecto contrario como sucedió con el “cállate chachalaca” que le despachó López Obrador al mismo Fox, y sus adversarios panistas en la campaña presidencial que perdió con Calderón, aprovecharon para desacreditarlo y restarle muchos votos.
El caso es que en cuanto a José Antonio Meade haber dicho lo que dijo (algo planeado o producto de una improvisación jocosa), le hizo subir puntos en las encuestas electorales sobre la sucesión presidencial.
Y si algo funciona, hay que seguirlo usando, sin lugar a dudas.
Pero, bien haría el abanderado priísta en no sólo repetir la frase contantemente sino buscarle otro enfoque y buen uso para su campaña.
Lo que inclusive podrían hacer los dos prospectos para suceder a Enrique Peña Nieto, en la silla presidencial: López Obrador y Ricardo Anaya.
Que contesten los tres, por ejemplo, quién es “el guapo” que quiere dar el ejemplo de absoluta transparencia sobre la posesión y origen de sus bienes, los de su esposa y familiares hasta el quinto grado, estando de acuerdo en difundir públicamente esta información antes del día de la elección presidencial.
Quién se compromete a obligar mediante un mandato legal a que lo hagan todos y cada uno de los servidores públicos, incluidos naturalmente los diputados, senadores, gobernadores y presidentes municipales, que asumirán encomiendas de representación popular este mismo año, una vez que se conozcan los resultados electorales.
Quién estaría dispuesto a someterse a un referéndum a los tres años de su gestión presidencial, supervisado por instancias ciudadanas nacionales y extranjeras, a fin de renunciar al cargo si no recibe la aprobación de la mayoría consultada.
Quién aceptaría ser sometido a un examen sicológico y de adicciones para demostrar ante la opinión pública que se trata de una persona con estabilidad emocional y sin vicios.
Quién obligaría a sus colaboradores de primer nivel a someterse a los mismos exámenes como condición para obtener y conservarse en el empleo.
Y así a otras tantas cosas a las que el señor Meade, López Obrador y Ricardo Añaya, podrían responder justamente “yo mero”.
La gente necesita escuchar compromisos serios, concretos y viables de los aspirantes a la primera magistratura de la nación. Para ganarse la confianza de la sociedad no basta decir, hay qué hacer.
Porque de alocuciones promisorias sobre actos de bien a cargo de los políticos, la gente cree poco o no cree nada.
De modo que a las palabras hay que enriquecerlas con actos que les den credibilidad.
Y así pasar de ser, solamente el que diga, “yo mero”, a convertirse en el que haga lo que se tiene hacer y distinguirse sobre los demás como el que posee la voluntad de trabajar por el bienestar de la nación, terminando con la delincuencia, la corrupción e impunidad, porque en realidad se cuenta con el talento y las agallas para hacerlo.
Por lo mismo entonces: no sólo decir “yo mero”, sino que en eso de estar preparado y más que dispuesto a resolver los grandes problemas del país, ser justamente, el mero mero.