La escuela: rapiña en Chiapas
Francisco Rodríguez miércoles 14, Feb 2018Índice político
Francisco Rodríguez
Aconseja la sabiduría popular que para tener la lengua suelta y la piel delgada primero hay que tener la cola limpia. No se puede ir por la vida, menos si se es una figura pública, con recatos y sensiblerías de doncella. En medio del tráfago de una función deben aguantarse los chaparrones y acusar recibo de las consecuencias.
Y es que recién iniciado el llamado sexenio, el respetable se dio cuenta de la hipersensibilidad de los mandarines llegados del rancho a imponer sus desvaríos. La primera llamada de atención, la de los estudiantes de la Ibero durante la campaña fue escandalosa: el premier se quejaba amargamente de que le echaran en cara la represión y los asesinatos ordenados en Atenco.
La corte de Los Pinos acusó recibo y trató de no volver a exponer en público al de Zacazonapan, hasta que fue indispensable por aquello de las funciones, usted sabe. Convocaron a los invitados de piedra que cubren la fuente de prensa presidencial, y al notar que ni ellos aplaudían, el presidente tomó una decisión extrema:
Cada vez que entraba en depresión popular, producto del desprecio del colectivo, buscaba tablas refugiándose entre el barullo del Estado de México, su patria chica, donde Eruviel Ávila era el maestro de ceremonias indicado. Coreados y apapachados ambos por centenares de menesterosos, proclives al halago y a la porra… torta y chesco de por medio
Todo lo demás nunca existió. Las vallas, las citas a los invitados dos horas antes del evento, las revisiones exhaustivas y, enfrente, las amenazas de linchamiento, las persecuciones a las comitivas oficiales encabezadas por Peña Nieto en cualquier rumbo del país, los macanazos, la cárcel para los inconformes, los asesinatos de periodistas independientes fueron acontecimientos de todos los días.
Los periódicos locales, la prensa extranjera que no trajera una insignia para el mejor mandatario o para el financiero del universo, Videgaray, no valía la pena conocerlos y, menos, leerlos. Los Pinos debía ser lo que ha sido durante el fallido sexenio: una burbuja sellada a cal y canto para cualquier voz, expresión o lamento.
Y es que cuando Peña Nieto fue convencido de que recibiera a los padres de los 43 de Ayotzinapa, el oso había sido mayor. Un aparato que reaccionaba tarde y mal a los sucesos, dejó la impresión, consolidada en todas partes del planeta, que lo de La Montaña guerrerense sí había sido un crimen de Estado.
La residencia de Los Pinos fue la preferida para coronar los moches, provenientes de adjudicaciones sin licitación, concesiones a diestra y siniestra de todo lo rematable, empresas extranjeras y prestanombres locales favorecidos con retazos de geografía para saquear la soberanía, enjuagues con la delincuencia organizada o suelta, y todo lo que usted se imagine.
Nada de pasarelas fáciles, donde a algún parroquiano o asistente se le fuera a ocurrir preguntarle al mandarín si había leído algún libro, o de plano, si sabía leer, o sabía de su existencia, o había memorizado el título o el contenido de alguna cubierta.
La depresión presidencial fue creciendo exponencialmente. Las rabietas cotidianas, llevaron a pensar que lo mejor era dedicar el poder a aplicar todas las artimañas para conservarlo, a como diera lugar. De ahí surgieron las peores recetas, las irresolubles estrategias. La piel se fue haciendo más delgada, la lengua más suelta y la cola más sucia.
Cuando el presidente visitó Chiapa de Corzo, con el único fin de hacer un paseo por el Cañón del Sumidero con un cantante grupero muy popular y tomarse una selfie en su compañía sobre una barcaza, tuvo que hacerlo después de sufrir un motín del pueblo entero que lo maldijo y amenazó en las calles y la plaza del pueblo. Nunca se ha arrepentido bastante.
Las fotos del motín y de la indignación popular, así como la selfie en compañía de Julión Álvarez fueron la comidilla del mes, porque a las pocas horas, el Departamento de Estado del gabacho dio a conocer las órdenes de investigación por lavado de dinero al acompañante de Peña Nieto. El candor o la insidia del Estado Mayor lo expusieron demasiado.
Manuelito Velasco demostró que no controla ni a su familia
El golpe fue dado. Peña Nieto comprobó en carne propia que el exultante control del que presumía el gobernador Manuel Velasco Coello simplemente no era tal, que lo había mandado a los leones y que como acompañante de la aventura presidencial en la próxima campaña podía ser una trampa por parte del infantiloide gran gurú de los verdes ecologistas.
A partir de ahí el trato presidencial ya no fue el mismo para el chiapaneco. Anahí, la que oficia como primera dama de aquel cotarro, lo resintió de inmediato. Se prolongaban demasiado las ausencias y los apoyos, se abandonaba a su suerte al novel verde que algún día soñó con ser el abanderado de la alianza contra natura con el PRI.
Y aún hay más, dijera el clásico de la farándula ranchera. Una indiscreción de la prensa chiapaneca, seguramente basada en escabrosos datos duros oficiales, reveló informaciones interesantes y comprometedoras de Leticia Coello, la mami del imberbe chiapaneco.
La intención de la señora por construir el corredor turístico Agua Azul-Palenque, con resorts de alto vuelo internacional, campos de golf e inversiones principescas. Reprimir y desalojar a los zapatistas de la comunidad de Bolom Ajau, donde se encuentran las paradisíacas cascadas. Alfredo de León Villard, el encargado de la masacre.
De León Villard, el socio de la señora Coello es el propietario de las casas de seguridad que se encuentran en los fraccionamientos de Los Laureles y La Chacona, el operador del trasiego de la droga hacia Estados Unidos, el que pone a disposición sus Lear Jets…… para los viajes de la doña y de los allegados al gobernador, así como de la disposición a su libre albedrío de miles de millones del presupuesto estatal. Todo un valedor, al gusto del mandarín, a quien tiene, dice el periodista Fredy López Arévalo, verdaderamente de rodillas.
El mismo que estuvo a punto de causar la primera tragedia de dimensión internacional que iba a suscitarse, cuando los terremotos de septiembre, dijeron en las oficinas del gobierno chiapaneco, habían desviado el río que alimenta las cascadas, y éstas se habían quedado sin agua.
En una reunión de altísimo nivel, donde se dieron cita los mayores estrategas de Velasco Coello, y sus principales operadores de crisis, éstos dieron a conocer a los medios que necesitaban 29 días para poder dar una opinión de lo sucedido con uno de los mayores sitios turísticos de la Nación.
Y no era eso. Al enterarse los propietarios originales de las tierras, los ejidatarios y comuneros zapatistas de Bolom Ajau del encamotamiento gubernamental, se hicieron cargo de la situación y desazolvaron las corrientes de las cascadas que río arriba estaban siendo taponeadas por las obras de la entente turística y narcotraficante chiapaneca, a las órdenes de los Villard y los Coello.
Un oso del tamaño de una catedral, que refleja hasta dónde puede llegar un gazapo. Las infidencias de los antiguos socios de Velasco, oficiantes de Los Pinos, estuvieron a punto de causar una tragedia inconmensurable. Paradójicamente, fue resuelta en unas cuantas horas por la inteligencia y sagacidad de los afectados, carne de cañón de los narcos gubernamentales.
Sin embargo, la amenaza sigue latente. No tardarán en aparecer otros testimonios filtrados sobre la incapacidad del imberbe chiapaneco y de su familia cercana, porque en esa casa se cuecen habas, y por comaladas. Además, dentro de la estrategia de vengarse de sus socios incómodos, pueden llegar a extremos impensables.
Total, se trata de que los mexicanos nos saturemos de decepción, que las expectativas del voto, si no son para el partido y el candidato oficial, mejor que ni aparezcan. Que la abulia y la abstención formen la cuarta fuerza electoral, la que haga posible el triunfo tricolor. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Escribe don Rafael Segura Millán, en torno a la anterior colaboración titulada La corrupción mexiquita, punto cimero del salvajismo delincuencial: “El tema cotidiano sobre la (in)seguridad que impera en nuestro país ya llegó a límites que hacen que, desde que despertamos hasta que iniciamos el descanso nocturno (si lo logramos) vivamos en el terror, sea, definitivamente, junto con la corrupción galopante, lo que deberían abordar seriamente los aspirantes a los puestos de elección popular, desde los que aspiran a la presidencia hasta los puestos de ediles o regidores a nivel municipal. Pero, no con vaguedades como las que acabamos de sufrir en las intolerables (pre)campañas (¿??).
Las expectativas de que esto suceda son casi nulas, sino todo lo contrario, por lo que tendremos que actuar toda la sociedad (con excepción de los políticos y sus amafiados) para tomar un nuevo rumbo que reconstruya el tejido social que a la fecha nos ha colocado en lugares que ni los más corruptos países africanos o del sudeste asiático han logrado alcanzar. El caso de su colaborador Gregorio Ortega Molina es una raya más al tigre que carga el que se queja de la ‘irracional indignación social’ por su gestión corrupta y bañada con sangre, que ni siquiera sumando las de sus cuatro antecesores (y mentores) lograron alcanzar. Un saludo afectuoso y de solidaridad para el señor Ortega y para usted en lo personal. Desde este estado (Veracruz) en donde sólo hay delitos y matazones entre los delincuentes, gracias al impoluto gobierno aspirante a monarquía de huarache que nos protege”.
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