2018 = violencia
¬ Augusto Corro lunes 8, Ene 2018Punto por punto
Augusto Corro
Desde el 2006 México cayó en el infierno de la criminalidad:
A partir de la guerra fallida contra la delincuencia organizada, el número de personas asesinadas se encuentra en constante incremento.
Son pues, miles de mexicanos que perdieron la vida de manera violenta a manos de los sicarios de los cárteles, los pandilleros y los dictadorzuelos que practican la política. En 2017 la espiral de violencia dejó más de 26 mil muertos.
A esto hay que agregar la ola de extorsiones y secuestros que ahora se presentan como hechos cotidianos ante la impotencia de los representantes de la justicia para frenarlos. En tierra sin ley, hasta los más cobardes se empeñan en convertirse en delincuentes.
A la impunidad, a la falta de castigo a los malhechores, les acompaña la corrupción de las autoridades. Nuestro país es reconocido como un paraíso para la práctica de cualquier delito, desde el asalto en camiones del transporte urbano, la trata, hasta la cadena de feminicidios; claro, van incluidas las venganzas entre los pandilleros y la lucha por las plazas del narcotráfico.
Debe añadirse también los homicidios originados por la denominada narcopolitica en un sinnúmero de pueblos de nuestra geografía.
En este renglón, decenas de alcaldes, ex alcaldes, tuvieron que pagar con su vida aciertos y errores. Los sicarios, con el lema de plata o muerte, tienen sus campos de acción en Guerrero, Puebla, Chihuahua, Colima, Michoacán, Veracruz, Morelos, etc.
Tienen sembradas sus amenazas mortales para aquellos que se niegan a colaborar con los maleantes que cultivan, por ejemplo, la droga en tierras guerrerenses o se dedican al saqueo de los ductos de gasolina de Pemex, en Puebla y en otras entidades.
A esa intensa actividad delincuencial, las autoridades ven con extrema pasividad como se enlutan miles de familias mexicanas y lo grave de la situación es que no se ven ni de lejos, ni de cerca, la posibilidad de vivir en un país seguro. Porque, para nuestra mala fortuna, la criminalidad del fuero común también creció en los últimos años.
La vida en las ciudades cambió. Las actividades nocturnas solo la practican aquellos valientes o indolentes que se atreven a visitar cantinas o centros de diversión. En las calles se camina con temor e incertidumbre. Subirse a un camión de pasajeros es apostarle a la ruleta de la muerte.
La guerra contra la delincuencia organizada, desde un principio, estuvo plagada de errores. Uno de éstos, fue el desconocimiento del gobierno federal, encabezado por el entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa (FCH).
Este funcionario fue el responsable de la lucha fallida contra los cárteles de la droga. Sin un plan que se asegurara la victoria, optó por enfrentar a los cárteles. El resultado todos lo conocemos.
Los grupos criminales se pulverizaron y en lugar de ser unos cuantos, se multiplicaron en diferentes regiones. Cada pandilla con su respectiva carga de violencia y mayor número de delitos.
No se concretaron al narcotráfico, sino que, amparados en su fuerza, incursionaron en las extorsiones, desapariciones y secuestros.
En algunos pueblos, la nula presencia de la autoridad permitió la llegada de grupos criminales. En otras ocasiones no fue necesaria la existencia de grupos policiacos para brindar seguridad a la sociedad.
Los propios delincuentes se encargaban de corromper a los representantes de la ley. Así, por ejemplo, en un sinnúmero de casos, uniformados municipales pasaron a formar parte de la delincuencia activa.
No sólo los policías, también los políticos, encabezados por el alcalde, o autoridades menores que temerosos acataban las reglas del narco, para proteger su vida. La corrupción de la narcopolítica tuvo el desenlace trágico en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Iniciamos, pues, el 2018 lleno de incertidumbre. Tenemos más de diez años de conocer las estadísticas sobre la violencia y su incremento constante.
La fallida guerra de Calderón se extendió al presente sexenio y que también ofreció, hasta la fecha, cifras récord de asesinatos, desaparecidos, etc. El país se convirtió en un cementerio clandestino gigantesco, con el peregrinar de miles de familias en busca de sus hijos, hermanos, padres desaparecidos.
¿Qué sigue? Supongo que más de lo mismo. Sin planes reales, efectivos, para combatir la delincuencia no se puede cantar ninguna clase de victoria. De los cuerpos policiacos no se obtendrá respuesta alguna. Nadie se empeñó en prepararlos para enfrentar a los criminales. Ahora, la sociedad, sin deberla, paga esos errores.