Frena el poder la lucha anticorrupción
¬ Armando Sepúlveda Ibarra martes 24, Oct 2017Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
Desde las más oscuras entrañas del poder se orienta ahora mismo una tenaz y feroz campaña para que su perversidad en marcha desbarranque a la sociedad en la lucha contra la corrupción, una cruzada oficialista paralela que destruya fiscalías autónomas y arrebate el tibio aliento de los tímidos o cortejados árbitros electorales y, de una vez como antes, perpetúe los fraudes en los comicios por venir y, al final de cuentas, triunfe una estrategia que en síntesis renueve y revitalice la dictadura perfecta y sus vicios y corruptelas en provecho del nuevo PRI, sus aliados y sus cómplices de oposición de mentiras y consolide la añeja inmoralidad y la impunidad como sello del sistema político mexicano en su conjunto, al seno del cual todos los actores de cabecera de partidos y gobierno pactan y transan entre sus cúpulas para conservarse inmunes en todos sus deslices y, más aún, en la simulación de una vida democrática de caricatura, parecida a las legendarias farsas con que la partidocracia inepta y pilla se aferra al desahuciado régimen y al saqueo de la nación, mientras el pueblo duerme a sus anchas en la placidez de sus laureles.
Por un camino sinuoso con tintes del más puro autoritarismo, como acostumbran exhibirse y envilecen el ambiente, los clanes empoderados dispararon dos obuses con dedicatorias para embaucar a incautos y protegerse a futuro, uno, con la renuncia sorpresiva a la Procuraduría General de la República de Raúl Cervantes, frustrado “fiscal carnal” por el momento, en la peregrina idea de instalarlo en una antesala menos incómoda que pudiera, con un poco de suerte, allanarle un paso más sencillo para coronarlo por fin, después de las elecciones de 2018, si les va bien, al frente de la Fiscalía Anticorrupción, como el feliz protector de las hazañas de dudosa transparencia del señor Peña y su grupo de notables salpicados tiempo ha por sospechas de corrupción: Verbigracia la Casa Blanca de las Lomas de la familia real, la casa de Malinalco del aprendiz de canciller, Luis Videgaray, las correrías y sociedades ocultas entre el secretario de Comunicaciones y Transportes, el impresentable Gerardo Ruiz Esparza, con empresas consentidas de Los Pinos como OHL e Higa con contratos y adjudicaciones de obras bajo la mesa o, para decirlo con más claridad, entre las tinieblas de la componenda institucional. O en esta misma ruta, desenredar las alegres andanzas del ex director de Petróleos Mexicanos, Emilio Lozoya, con la compañía brasileña Odebrecht que, según confesión de sus ejecutivos ante la justicia de Brasil, sobornaron al tipo de marras con diez millones de dólares para que les obsequiara con contratos multimillonarios de la paraestatal cuando asumiera su dirección general. Por entonces pudo invertir parte del rico y deshonroso guardadito (conforme deducen los indicios en manos del depuesto titular de la Fiscalía Especializada en Atención de Delitos Electorales (Fepade), Santiago Nieto Castillo) en la campaña del actual Presidente de la República durante el desaseado año electoral de 2012, un monumental lavadero de dineros de procedencia ilícita.
Y el otro burdo torpedo contra la perseverancia de una sociedad hastiada de los corruptos en el gobierno, el cese ilegal de Nieto Castillo (que recuerda las torpezas y el cinismo despótico de los viejos regímenes priístas a la usanza de Plutarco Elías Calles, Díaz Ordaz y Luis Echeverría, por citar algunos de sus héroes de pacotilla), vino a enrarecer más el panorama de la sucesión presidencial, a poner en riesgo el proceso y, todo junto, a cerrar el paso a las investigaciones del hoy ex titular de la Fepade, quien andaba tras las pistas y huellas que, a su entender, Lozoya y los diez millones de dólares fueron dejando entre empresas fantasmagóricas, lavaderos domésticos y bancos de paraísos fiscales, donde los pícaros redomados mexicanos y de otros países de políticos corruptos, como los de México, lavan sus raterías y esperan tiempos de amigables correligionarios para estrenarse como los nuevos ricos sexenales a la manera de Carlos Hank González y otros conspicuos militantes del viejo y nuevo PRI que han traficado con influencias y han saqueado con la mano en la cintura los tesoros del país con olímpica impunidad, ante la desmemoria de un pueblo pasivo y ensoñador pisoteado desde la invasión y barbarie española por Cortés y sus reyes católicos y luego por la dictadura de Porfirio Díaz, la dictadura callista de El Jefe Máximo a partir del asesinato de Álvaro Obregón en 1928 y la durable dictadura perfecta, envidia de otras dictaduras continentales y europeas menos longevas y encantadora arma política de los falsos herederos de la Revolución y sus renegados engendros.
A reserva de si la PGR prueba que Nieto Castillo violó el “debido proceso” ventilando en el diario Reforma las presiones de Lozoya para que el hoy cesante, solícito y generoso, divulgara la honorabilidad de los padres del sospechoso y su “inocencia”, así como algunas evidencias sobre la secuela y el destino de los sobornos del consorcio de Brasil a los altos mandos de Pemex, encabezados por el propio indiciado, según testimonios de jerarcas de Odebrecht, al titular de la Fepade por ley sólo puede removerlo el Fiscal General, que todavía no se elige al desinflarse el “fiscal carnal”, nunca por un encargado de despacho como Alberto Elías Beltrán: sólo ameritaba abrirle un procedimiento por conducto de la Visitaduría General, con garantía de audiencia, como argumenta el propio destituido. Fiscal incómodo para las fechorías de los ilustres miembros de la antaño orgullosa nueva generación de gobernadores del PRI, muchos de los cuales miran el espectáculo político detrás de las rejas por pillerías o andan prófugos o a punto de serlo, Nieto Castillo desató iras de la delincuencia electoral organizada con sus pesquisas y denuncias contra gobiernos priístas de varios estados del país que desviaron recursos de los erarios públicos para financiar campañas políticas de sus candidatos y, de refilón, apartaron unas jugosas tajadas del pastel para robárselas, como en los viejos tiempos.
Nadie duda que la soñada Fiscalía Anticorrupción, blanco de agresiones y bloqueos abiertos y soterrados aun antes de que comience a revisar los bolsillos de los ladrones en el poder –si al final del camino como un logro avalan su autonomía en el Senado con la designación de una personalidad proba y sin conflictos de intereses, fuera de los carnales– tendrá un campo de acción gigantesco y, con sólo estirar la mano, podrá escoger entre esos linajes de oprobio a muchos candidatos a sentarse en el temido banquillo de los acusados. Ya la gente sabe que, para comenzar con el pie derecho, sólo bastaría asomarse a las cúpulas: los líderes de los partidos más antiguos como el PRI, el PAN y el PRD, Enrique Ochoa Reza, Ricardo Anaya y Alejandra Barrales, enfrentan la sospecha pública y de la autoridad de haberse enriquecido de la noche a la mañana durante su paso meteórico por puestos políticos y de gobierno sin explicarse ni haber algún antecedente de trayectoria empresarial, salvo la creación de ciertas empresas fantasmas con que, ¡vaya picardía inocente o de novato!, han querido enjuagar dineros sucios y con la intención de algún día poder hablarse de tú con los verdaderos hombres de empresa. Otro líder vitalicio, Dante Delgado, de Movimiento Ciudadano e hijo putativo del tenebroso policía-político represor, Fernando Gutiérrez Barrios, impulsor de la siniestra y multihomicida brigada blanca, autora además de incontables desapariciones durante la guerra sucia, fue en su momento distinguido huésped en la cárcel del puerto de Veracruz, procesado por malos manejos financieros cuando fue gobernador sustituto de su padrino por cuatro años a partir de 1988, en que su tutor asumió el cargo de secretario de Gobernación de la mano de Salinas de Gortari tras el fraude electoral. Y si la naciente Fiscalía suma a las listas las personalidades ya citadas y a otros notables del gabinete actual y los de los clanes de Vicente Fox y Felipe Calderón, incluyendo a sus cabezas, hasta internarse en el pasado más remoto, habrá mucha tarea y tela de dónde cortar como para que fueran pensando en crear un penal especial, o varios si combaten a fondo este lastre, para políticos corruptos.
En la disyuntiva entre los caminos para atajar a los corruptos y juzgarlos o volver a la sumisión ya tradicional y dejarlos que manipulen leyes, fiscalías, órganos y magistrados electorales y los reclamos de una sociedad urgida de abrirse al cambio real y sacudirse lastres de la partidocracia inepta y corrupta, México vive un instante crucial, entre el retroceso y el parteaguas, acaso la oportunidad que acariciaban todos desde la barrera, o casi todos…
*Premio Nacional de Periodismo de 1996