Derrumba el terremoto a la clase política
¬ Armando Sepúlveda Ibarra martes 17, Oct 2017Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
Junto con las víctimas inocentes y los edificios desplomados por la corrupción oficial, el terremoto del 19 de septiembre pasado, también derrumbó por los suelos y damnificó a la desprestigiada clase política en el poder desde el primer día de la tragedia y, un poco después, en una reacción oportunista y de sobrevivencia ante el repudio general de la sociedad contra esos clanes, sus partidos y líderes y su alta burocracia surgieron desfallecientes de entre los escombros del decadente sistema político mexicano y, con un renovado cinismo, fingieron espontanearse en preocupaciones y falsos lloriqueos y saltaron en busca de un vital oxígeno electorero como donadores de tajadas del gigantesco pastel de recursos asignados para elecciones carnavalescas que, como todo mundo sabe, dilapidan o embolsan en sus cuentas bancarias bajo el telón de una democracia simulada, una farsa que avalan los órganos de jueces de las elecciones de supuesta independencia y abierta y descarada sumisión al régimen.
Como si las voces de los clásicos resonaran amenazantes en sus oídos con las advertencias de que “todo final encierra un nuevo comienzo” o “todas las mañanas del mundo carecen de retorno”, a propósito de su pésima imagen pública, las élites de la desacreditada partidocracia y sus personeros en el gobierno quisieron congraciarse con el hostil rechazo de la sociedad con sus intenciones de apropiarse de este nuevo drama y manipularlo a su antojo con perversidades electoreras, pero la multitud de rescatistas y solidarios con quienes sufren, sobre todo de jóvenes, puso a esas mafias en su lugar ignominioso y las rebasó y desplazó con abucheos y distintas muestras de encono por su incómoda presencia, hasta colocarlas en otro escenario, su hábitat natural, su circo legislativo, donde comenzaron a guerrearse con el cruce de acusaciones veraces y certeras, como tiro al blanco, sobre las corruptelas, saqueos e inmoralidades de sus líderes y próceres, todo para intentar reivindicarse y rescatar entre la ciudadanía, si creen que todavía es posible, un poco de credibilidad y empatía de un pueblo que abomina de sus actos y desea echarlos con un verdadero cambio de la forma de hacer política.
Todo se vino abajo para las esperanzas de los señores empoderados y sus cuentas alegres sobre las intenciones reales del voto, fuera de las encuestas arregladas, a partir del sismo y las secuelas y, en particular, el nuevo fenómeno de participación ciudadana que, en auxilio de los damnificados por el terremoto, cubrió los vacíos de un gobierno y unos políticos de escasa utilidad pública, ajenos y extraños a la sociedad, grupúsculos de burócratas que saben mucho de cómo robarse los dineros del pueblo, menos de cómo acercársele para servirle como debe ser la función esencial de la política. Impactados por el rechazo general de la sociedad y por el coraje de los voluntarios en contra de su pomposa y ridícula asistencia a orillas de los escombros para ensuciarse los zapatos y trajes de marca y salir en las fotos y videos de los medios y lucirse con el dolor ajeno, los politiquillos en cuestión saben que vienen las duras para sus proyectos de perpetuarse con sus hijos y nietos en los puestos con el engaño, la compra de votos, el robo de urnas y conciencias necesitadas de sustento. (Esta juventud que sirvió de auxilio y bálsamo para las víctimas y damnificados con su participación rescatista del 19 de septiembre y días posteriores, podría volverse ícono de la nueva estafeta del país, si el lector estima que en las elecciones de 2018 algo así como unos 17 millones de jóvenes tendrán por vez primera oportunidad de votar: así que hagan cuentas sobre qué giro daría México si todos o al menos la mayoría votaran).
Al calor de los miedos brillaron las nuevas estrategias de los cárteles de la política, comenzando por destrozarse sus reputaciones –si algo les queda– con ataques a sus formas de robarse los dineros de los mexicanos con una facilidad increíble e impune, porque los mismos corruptos manejan los órganos de justicia o intercambian sus valores entendidos para salvarse del brazo de la ley, excepción hecha si han caído en desgracia o es ya difícil evitar ponerlos tras las rejas, como los casos de los ex gobernadores priístas, calificados en su tiempo por el señor Peña Nieto como “la nueva generación de políticos del PRI”, entre los cuales les daba orgullo personajes como Javier Duarte de Ochoa, ex de Veracruz, Roberto Borge, ex de Quintana Roo y una larga relación de prófugos o sujetos a proceso.
En una parodia de alarido, propia de las antiguas carpas de la Ciudad de México, donde se foguearon en la sátira, la comedia y el burlesque personajes de la talla artística de Medel, Cantinflas y Palillo, un actor de inferioridad histriónica a la de los mimos, como César Camacho Quiroz, pastor de los legisladores priístas en la Cámara de Diputados y famoso por su colección de relojes Rolex con que resalta y engalana su muñeca y, sin malpensarlo, le costó el sudor de su frente, hizo recordar a los mortales de las tribunas de la Cámara de Diputados, donde el circo divirtió, la socorrida frase popular de “¡Al ladrón! ¡Al ladrón!”, cuando hace unos días lanzó el temerario reto y desató a las jaurías opositoras con el proyecto de un punto de acuerdo para que una comisión de legisladores investigue y enjuicie la corrupción del líder nacional del PAN, Ricardo Anaya; atentó en su novatada contra los intereses de su clan priísta, deslizó una falta de tacto de alguien que ha envejecido en las altas burocracias de su partido al amparo del mayoriteo y la vista gorda y colocó sobre la mesa la confirmación de que posee una pequeña testa sin memoria, rijosa y temeraria además, porque sólo despertó las iras de las pícaras mentes panistas y sus recientes aliados y alicaídos perredistas y, para regocijo general del respetable público que asiste a este teatro de tragicomedias, revivió el reestreno de otras películas de la serie de corrupción que enloda a la inmensa mayoría de las cúpulas de este podrido sistema político, como recordarle que su presidente Peña Nieto y familia se embarraron con la hilarante historia oficial de la compra sin esclarecer o –como dice el pueblo a voz en cuello– regalo quemante y comprometedor de la popular Casa Blanca de las Lomas de Chapultepec, o la desmesurada e inexplicable riqueza del actual líder del PRI y Rey de los Taxistas, Enrique Ochoa Reza, concesionario de flotillas de taxis (algunos viejos políticos y voceros ex priístas estiman en más de mil unidades), coleccionista de obras de arte, cuentas bancarias en el extranjero y otros detallitos habituales entre los más adinerados del país y del mundo. Y la avalancha de lodazal donde debatían las virtudes morales de sus líderes alcanzó de rebote la frágil silueta de Alejandra Barrales, líder de las ruinas del PRD y alfil de las ilusiones descabelladas del jefe de gobierno de la Ciudad de México, el priísta soterrado Miguel Ángel Mancera Espinosa (por sus siglas, Mame sin albur), aspirante a candidato con partido o independiente a la Presidencia de la República o como venga, una señora (Barrales, pues) que de aeromoza saltó al lujo de vivir entre los más ricos del país y quizá algún día codearse como iguales entre esos linajes y, bajo la sospecha de los nobles del nuevo PRI, desnudaron sus propiedades de envidia, como una residencia también en las Lomas de Chapultepec, donde gozará de la vecindad del mismo señor Peña Nieto, ni más ni menos, y un departamento valuado en un millón de dólares en Miami, Florida, cerca del emporio hotelero de mister Donald Trump, con sus ahorritos, por supuesto.
Y para cerrar este nuevo circo, maroma y teatro, como dirían los clásicos, saltó a la palestra el interés también descabellado de la esposa de Felipillo Calderón, el presidente que manchó de sangre sus manos con decenas de miles de muertos y desaparecidos con la absurda y demencial “guerra contra el crimen organizado” sin ninguna estrategia, durante su gobierno, que vale decir, se distinguió por la ineptitud y la corrupción de los panistas y familias enteras, la señora Margarita Zavala con sus ganas ansiosas de ser candidata a la Presidencia con o sin partido, sin más recursos que su vacío intelectual, una cabeza hueca sin ideas ni propuestas que, ayuna de talento, recibe el impulso de su marido sólo para ampliar por otros seis años su impunidad, por si algún extraño a sus dislates y otras atrocidades documentadas entre 2006 y 2012, cuando desgobernó al país, llegara en 2018 a Los Pinos con ánimo de justicia.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996