Dos terremotos políticos
Alberto Vieyra G. martes 3, Oct 2017De pe a pa
Alberto Vieyra G.
Con su actitud negligente, cobarde y criminal por no salir en ayuda de damnificados por el terremoto de 1985, el gobierno de Miguel de la Madrid provocó que el PRI dejara de ser el partido único en México.
Ese primer terremoto político marcaría también el inicio del fin del presidencialismo, pero con la caída del sistema electoral priísta que terminaría por derrumbarse, en 1988, cuando Carlos Salinas usurparía la silla presidencial.
En el sexto y último informe de Miguel de la Madrid ante el Congreso de la Unión, el 1 de septiembre de ese año, el diputado californiano, Gustavo Almaraz Montaño, y el senador del Frente Democrático Nacional, Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo de la Vega, se encargarían de ponerle la camita a ese negligente régimen de Miguel de la Madrid, convirtiendo al Palacio Legislativo de San Lázaro en un herradero.
-“Permítame una interpelación, señor Presidente”- clamaba Muñoz Ledo. Al grito de “fuera, fuera…” la noble masa priísta haría que Muñoz Ledo, uno de los muy contados políticos honestos y cultos en México, tuviera que salir por el llamado pasillo imperial en medio de abucheos y gritos. No faltarían politicastros porros, como el entonces gobernador de Aguascalientes, Miguel Ángel Barberena Vega, que le lanzaría a Porfirio Muñoz Ledo puñetazos, uno de los cuales se estamparía en la grabadora de este átomo de la comunicación cuando caminaba junto a él.
Ese fue el principio del fin del día del presidente, que terminaría en la era foxiana, cuando al guanajuatense, los diputados no le permitieron que subiera a la máxima tribuna de la nación para hablar de cuentas alegres.
Treinta y dos años después, ocurre otro terremoto político con el sismo del otro 19 de septiembre.
La asombrosa organización y empoderamiento ciudadano pondría al pueblo de México por encima del gobierno y marcaría el principio del fin de una ponzoñosa partidocracia, que agoniza por ultrajar la dignidad de la gente con incontables actos de corrupción, que nos exhiben ante el mundo, como una nación de inmorales.
El noble y leal pueblo mexicano, particularmente los jóvenes de la generación millenial, aunque no faltarían ejemplares casos, como el del señor Víctor Serrano, que a pesar de no contar con sus piernas, se lanzó con su corazón de oro a rescatar muertos y heridos de entre los escombros, cosa que ningún politicastro ha hecho hasta ahora, poniendo en ridículo a esa ineficiente clase política.
Se desgranaría el clamor popular para quitar a partidos políticos el subsidio del Estado y evitar que sigan haciendo, con los dineros del pueblo, la democracia más cara del mundo, una democracia que no se refleja en las panzas, las mesas ni en los bolsillos de más de cien millones de mexicanos.
Usted no me lo va a creer, pero hasta los perros se pusieron por encima de esa clase política: Manolo, Frida, Evil y Eco, son los canes rescatistas que merecen un monumento, porque humanizaron a este pueblo de oro y nos dieron más esperanzas que nuestra clase política.
¿Esa maldita partidocracia resistirá el segundo terremoto político en vísperas del 2018?