«Contra las estrellas», de Claudia Gray
Cultura martes 3, Oct 2017Editorial Montena
- La autora bestseller de la saga Medianoche y de Mil lugares donde encontrarte, nos ofrece un viaje interestelar en el que busca responder qué significa ser humano.
- Una batalla intergaláctica. Una alianza forzosa. Una pasión imposible.
Noemí Vidal es una joven soldado del planeta Génesis, una antigua colonia de la Tierra sumida en una dura guerra por conseguir su independencia. Tras un ataque sorpresa, Noemí termina perdida en el espacio, vagando en una nave abandonada.
Abandonado también está Abel, uno de los robots más sofisticados del ejército de la Tierra. Un robot que debería ser su enemigo. Sin embargo, su programación lo obliga a obedecer a Noemí y, aunque ello lo lleve a poner su vida en peligro, termina por ayudarla en su propósito de salvar Génesis.
Poco a poco, Noemí se irá dando cuenta de que Abel es mucho más que una máquina, y Abel, por su parte, aprenderá que su devoción por Noemí nada tiene que ver con su software…
FRAGMENTO:
“—Ésta es la posición de navegación del piloto, ¿verdad?
Noemí se pasa la mano por el pelo. Están en el puente de mando de la Dédalo. Las paredes curvas permiten que la pantalla de la nave se extienda a su alrededor en un ángulo de casi 360 grados, también por el techo. El firmamento que los rodea se ve con tanto detalle que el puente parece una plataforma metálica suspendida en medio del espacio.
—La silla del capitán está claro cuál es y entiendo que ésta es para las comunicaciones externas. Y ésa es la consola de operaciones.
—Correcto. Tu sofisticación tecnológica resulta sorprendente en un soldado de Génesis.
Noemí lo mira con el ceño fruncido.
—Limitamos la tecnología por propia elección, no por ignorancia.
—Por supuesto, pero con el tiempo lo primero lleva inevitablemente a lo segundo.
—¿Por qué tenes que actuar como si fueras superior?
Abel considera la pregunta.
—Es que soy superior en casi todos los aspectos.
Las manos de Noemí se cierran sobre el respaldo de la silla del capitán, sujetándola con fuerza, y cuando vuelve a hablar, lo hace con los dientes apretados.
—Cállate de una vez.
—La modestia no es uno de mis principales modos operativos —admite—, pero lo intentaré.
Ella suspira.
—Me conformo con eso.
La observa mientras ella recorre todo el puente. El exotraje verde esmeralda dibuja su cuerpo atlético en la oscuridad del espacio que tienen de fondo. Entre las estrellas brillan los planetas del sistema genesiano, grandes y sombreados. Abel reconoce Génesis, de un azul y un verde exultante, con sus dos lunas visibles como dos puntitos de color blanco.»
«Del material del que están hechos los sueños», de Elizabeth Eulberg
Editorial Montena
- ¿Serías capaz de abandonar a tu mejor amigo en el momento más importante de su carrera? ¿Arriesgarías su amistad por ganar su amor? Todo se precipitará en un divertido, emocionante y conmovedor final que solo Elizabeth Eulberg podría realizar.
Este es el último curso en el Instituto de Artes Creativas y Escénicas de Nueva York para el grupo de amigos de Emme. Después de tres años de duro trabajo y constantes audiciones, están a punto de alcanzar sus metas: Sophie confía en ser una aclamada cantante, Carter se está convirtiendo en un actor de éxito y Ethan y Emme poseen un don especial para la composición.
Llega el momento decisivo, la audición final, donde las universidades, las academias de baile, los productores, elegirán a los mejores. La tensión se palpa en el ambiente, y los celos, las venganzas y las puñaladas por la espalda se suceden. A veces el amor, la amistad y la ilusión avanzan por caminos divergentes, y es entonces cuando toca elegir…
FRAGMENTO:
“CARTER
Mi vida ha sido un gran casting.
Ni siquiera recuerdo la primera vez que mi madre me llevó a uno. Escogían niños para un anuncio de pañales. Por aquel entonces, vivíamos en los Ángeles y yo tenía seis meses. Si le preguntas a alguien por sus primeros recuerdos, casi todo el mundo te hablará de cuando jugaba con sus amigos de la infancia, pero a mí me vienen a la memoria los fríos pasillos donde aguardaba a que me llamaran. Lo único bueno de todo aquello era que cuando salíamos mi madre me llevaba a comer a McDonald’s. Solo entonces me sentía como un niño normal.
Después de que seleccionaron para participar en la primera película de Los Chicos Kavalier, ya no tuve que hacer tantas pruebas. Me ofrecían los papeles directamente. A los nueve años ya había aparecido en la portada de la revista People y había presentado los Óscar; siempre contaban conmigo cuando necesitaba un niño bonito. Fui el «hijo» cinematográfico de todas las grandes estrellas. He trabajado con los mejores. Y cuando Los Chicos Kavalier se convirtió en franquicia, aparecí en incontables loncheras, conjinres, cajitas felices; piensa en un objeto y seguro que mi retrato ha aparecido en él. (No creo que me haya recuperado aún de haber visto mi sonrisa dientona en un rollo de papel de baño. En serio, papel de baño. Al parecer, el departamento de marketing del estudio no tenía vergüenza).
Grababa una superproducción en primavera y una entrega de Los Chicos Kavalier en otoño (para el estreno del verano). Y aunque mi infancia fue de todo menos normal, recuerdo con cariño aquellos filmes. Los otros actores infantiles eran lo más parecido a mis amigos que tenía. Como mínimo, yo los consideraba mis amigos, o lo que yo entendía por amigos. Eso sí, únicamente nos relacionábamos en el estudio. Nada de quedarse a dormir en casa de los demás o de comer pizza y ver la tele, mi vida se componía solo de clases particulares y repasos de guión.
Todo iba de maravilla cuando se produjo un… llamémoslo «altercado» entre mi madre y el productor. Me expulsaron de la franquicia. Un nuevo grupo de niños bonitos llegó a Hollywood y a mí me relegaron al papel de estrella invitada en series policiacas.
De modo que tomé una decisión. Iba a hacer lo que mi madre más temía en el mundo, más aún que las arrugas y los taxis. Y no hablo de vivir en Nueva York ni de participar en una teleserie que no estaba «a mi altura». No. todo eso ya lo había hecho, de modo que por fin podía dar el paso que aterrorizaba a madre por encima de cualquier otra cosa.
Ir a la preparatoria.”