¿Sabe EPN defendernos en el TLCAN?
Francisco Rodríguez jueves 24, Ago 2017Índice político
Francisco Rodríguez
Aunque la economía y el sistema político mexicano siempre han sido dependientes estructurales del Imperio, el PRI se sostuvo 70 años en el poder porque conocía los intríngulis, la fórmula de sacar provecho de su condición en beneficio del pueblo: la onza de oro fue descubrir ese intersticio donde la dependencia se puede revertir.
Sólo era necesario que el sistema tuviera ganas de permanecer, la inteligencia necesaria, si usted quiere, los dedos de frente para capitalizar la desventaja abismal entre una economía endeble y los grandes mandones con 3 mil kilómetros de frontera aparentemente insuperables. México nunca fue tierra para ignorantes, ni para cobardes ambiciosos.
Pero cuando los acojonados y depredadores se apropiaron del poder esto se olvidó de una manera maquinada, haciéndonos creer que se descubría diariamente el agua tibia, aplicando procedimientos entreguistas y ladinos que nos han traído a la trompa talega hasta aquí, sufriendo las de Caín con los anexionistas.
La solución siempre fue sencilla y valiente: ordenar las actividades productivas del sistema, hoy tan vilipendiadas por los bandoleros, por los amos del no hay y no se puede, por los que se rinden de entrada antes de intentar algo que no sea llenarse los bolsillos con moches provenientes de las maletas de los explotadores.
Ordenar las actividades productivas. Tan cerca y tan lejos. La eficiencia económica y la contribución de las plantas industriales al producto nacional debía favorecer al mercado interno y revertir sus beneficios al sector agropecuario en busca de una justicia histórica.
De este modo, se cumplía con dos objetivos, simultáneamente: la participación estatal en la regulación de la vida económica y se contribuía a elevar el nivel y la calidad de vida de los mexicanos, a través de multiplicar las fuentes de trabajo, la suficiencia alimentaria y finalmente la calidad de la vida.
La expansión del sector industrial, con inversión extranjera y local, sólo se justificaba si era aprovechada óptimamente la capacidad instalada de infraestructura y requerimiento de empleos en las factorías de los otros sectores, que los gobiernos financiaban con la construcción de corredores y parques industriales para su florecimiento. Ése fue en esencia el modelo del desarrollo.
Crecíamos a ritmos superiores al seis por ciento anual. La estabilidad del aparato era elogiada en todas latitudes y recibíamos a cada rato a grandes dirigentes de países emergentes que venían a tocar a los mandarines que habían hecho posible el milagro, todo para saber si de verdad eran de carne y hueso.
Hace apenas 38 años, sir Arthur Lewis, laureado con el Premio Nobel de Economía, un afrocaribeño que humilló a los flemáticos ingleses viniendo de una colonia ultramarina, Santa Lucía, descubrió, tal vez sin conocerlo, el secreto mejor guardado del sistema económico mexicano. Constató lo que había pasado en nuestra realidad, sin aspavientos, pero con un análisis certero.
La reina Isabel tuvo que tragar sapos sin hacer gestos, y reconocer el talento del colonizado caribeño, recibiéndolo en la Corte de Saint James e insertarlo con el remoquete de “Sir”, junto a las nóminas de la insufrible realeza, atestada de flemáticos descreídos.
Decía Lewis que las absurdas condiciones obedecidas de los Tratados de Bucareli, la imposibilidad de desarrollar nuestra planta industrial para que ésta no compitiera con el gabacho, más la resistencia al avance tecnológico de las empresas y de los aparatos industriales, tronó la posibilidad de dar trabajo a gruesos flujos de mano de obra. Habíamos anulado la posibilidad de penetrar en condiciones competitivas en los mercados del exterior, perdiendo las ventajas comparativas de nuestra ubicación geográfica.
Con su famoso “Punto de Inflexión”, una construcción teórica, parte medular de sus libros sobre el pleno empleo, Lewis demostró que era posible regresar sin despeinarse al esquema anterior: aquél donde los sectores industriales de alta productividad transferían los beneficios del mayor salario al excedente agropecuario de mano de obra menesterosa y necesitada.
El modelo de pleno empleo ganaba un reconocimiento internacional, después de décadas de demostrar en la práctica que era el sistema más higiénico para garantizar el desarrollo económico, la libertad y la convivencia pacífica en cualquier país, así se tratara de México mágico.
Ya había sido ejecutado con maestría por Franklin D. Roosevelt para vencer los efectos de la gran depresión; por Hjalmar Schacht, el ministro de Finanzas hitleriano para sacar a los alemanes de la hambruna provocada por la deuda francesa de posguerra; incluso, por el Plan Marshall de reconstrucción europea, el modelo de pleno empleo fue la catapulta del resurgimiento mundial.
Nadie en su sano juicio puede asegurar que los funcionarios hayan leído siquiera el prólogo de algún libro de Lewis, menos de Keynes, el inspirador original de la teoría, pero de lo que todo mundo puede estar seguro es que todo eso lo han interpretado al revés. Cualquier teoría del desarrollo se estrella frente al muro de la corrupción desenfrenada.
Ya me imagino a Franklin D. Roosevelt, a John Maynard Keynes, a Hjalmar Schacht, a George Marshall y a Arthur Lewis teniendo que enfrentar la voracidad de toda esa pandilla de mentecatos. La pregunta clave es: ¿Cómo se puede multiplicar el empleo cuando todas las obras rupestres y faraónicas recaen en la adjudicación ilegal a un solo grupo de constructores, atendido por un puñado de trabajadores y los familiares del clan favorecido? Las ramas de industrias beneficiadas con obras que sólo se han prometido tienen un tronco de pertenencia corporativo, no permiten a otros participar en ese rubro de desempeño.
Al no disponer de dinero del presupuesto, ni de ahorros gubernamentales, ni de márgenes de maniobra para transferir recursos ya comprometidos para pagos de salarios y prestaciones, intereses de la deuda externa, moche$, adeudos fiscales y obligaciones cotidianas, no puede ya echarse mano de nada. Ahorcaron a la gallina y sus huevos.
Es un círculo cuadrado. Vamos a pedir dinero prestado, muy caro, para dar chamba a los favoritos, derrochar el presupuesto aún inexistente, para dar negocios sólo a los mismos mercachifles. Un asalto en despoblado sobre ciento veinticinco millones de mexicanos necesitados precisamente de empleo. Pero ya en ninguna cantina les sirven ni una más.
Emblemáticas obras, que serían el orgullo de un faraón egipcio, con las que pretenden marcar el comienzo de una nueva era: Aeropuerto galáctico de seis pistas, tren bala a Querétaro, sin soporte de interconexiones, Museo Barroco poblano, medio millón de viviendas, mega-acueducto del Pánuco a Monterrey y 50 autopistas nacionales… pura agua de borrajas.
Aunque jamás se han concretado, ya los moches están cobrados de antemano. Han dedicado en el papel del gasto programado, aprobado sin chistar en la Cámara de Diputados, la cantidad de 3 billones de pesos, que no tardaron ni dos años en regresar, buscando dinero para importar comida, en el mejor de los casos; en el otro, sólo fue el retintín para secar la economía en favor del robo, del hurto para sus bolsillos.
Sí la economía mexicana no ha sido capaz de generar un solo empleo, ¿a qué le tiramos en las mesas de negociación del TLCAN? ¿A seguir desempeñando un papel chusco y entreguista, sin idea alguna del momento del país y del mundo?
Seguimos siendo dependientes estructurales, pero ahora sin la imaginación, el arrojo, la honestidad y los tanates para buscar una solución tan sencilla como lejana para sus cerebritos de papel cuché, afiebrados porque les crucen otra vez una banda tricolor desprestigiada que nunca han sabido para lo que en verdad debe servir.
Índice Flamígero: “¡A 111 años se reedita la criminal represión en Cananea!” es el título de la colaboración de don Rubén Mújica Vélez, quien señala: “Don Porfirio no necesita que traigan el polvo de su huesos.
Se mantiene instalado, agónico, en Los Pinos. En Sonora sigue desgobernando Rafael “ Izabal” Beltrones, porque la “muñequita” Pavlovich sigue coquetona en el aparador. A Germán Green Larrea sólo le falta pedirle unos marines a Trump El Energúmeno o La Colorina, deseoso de invadir… el mundo, igualito que el peor Roosevelt del imperio yanqui. Mientras bobalicones nos entretienen con Godzilla, sin reparar que ya entró hace mucho al territorio nacional y que la tragedia se refrenda en Cananea. Ni duda alguna: ‘la historia se repite, primero como tragedia, después como tragicomedia, pero sin importar la época con los sicarios de este lado’”. + + + “Habrá dedazo en Morena de la CDMX, coinciden PAN y PRD” es el título de algunas notas periodísticas que retoma don Alfredo Álvarez Barrón para que El Poeta del Nopal se solace recetándonos:
“¿Implicaría algún delito
en un sistema tan ralo?
no tiene nada de malo
¡lo que diga mi dedito!”
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