La derecha imperial se muerde la cola
Francisco Rodríguez miércoles 23, Ago 2017Índice político
Francisco Rodríguez
Sería necio negar la penetración ideológica que los escritores de la derecha lograron durante décadas de la Guerra Fría en el traspatio latinoamericano. Plumas prestigiadas, escritores lúcidos, gangsters disfrazados de intelectuales que cumplieron a plenitud una labor de confusión y cooptación para las causas del Imperio.
Entre los imprescindibles de la derecha imperial, sin duda, A.J.Cronin, John le Carré, Frederic Forsyth, Ian Fleming, Graham Greene fueron la detente del Imperio ante el impacto de la Revolución cubana, del movimiento negro por los derechos civiles, de la lucha de nuestros migrantes desplazados, de los frentes de liberación nacional surgidos después de la Guerra de Argelia.
Los escritores de derecha eran la caja de resonancia de las bondades estadounidenses del Plan Marshall —destacando sus afanes industrializadores, frente al Plan Morgenthau que buscaba convertir a todos en sociedades pastoriles—, las tapaderas de la sangría de sus grandes asesinatos políticos; la sordina obligada de los triunfos vietnamitas e indochinos y de los barbudos de Sierra Maestra.
La de los cantos elegíacos a la sabiduría del libre mercado, a la maestría de su mano invisible que desfacía cualquier entuerto económico; la retaguardia ideológica de la fuga de sus hampones de la Cosa Nostra hacia los casinos del Paseo de la Reforma en la capital de este país o a los hipódromos de Tijuana.
Los escritores de derecha rescataron la “cara linda” de la Alianza para el Progreso, inventada por trasnochados y votada en una resolución eufórica anti socialista en el balneario de Punta del Este, Uruguay; la defensa a ultranza de los créditos atados y la necesidad de continuar encadenados a la ideología de la penetración.
En contrapartida, Oliver Stone, Costa Gavras, Gillo Pontecorvo, Michael Moore, Wim Wenders, Inmanuel Wallerstein, Gore Vidal, Noam Chomsky, Stiglitz, Krugman y tantos otros, en la cinematografía y en la literatura, se dedicaron a lo contrario, a develar la venda que necesitábamos rasgar.
Las casas Reader’s Digest, Life y la revista Foreign Affairs fueron la pantalla para disfrazar la masacre africana de los rebeldes sociales que amenazaban contaminar el pensamiento virginal latinoamericano. ¿O acaso no supimos que un asesino a sueldo de Ronald Reagan, su secretario de Defensa, Frank Carlucci, molió a palos y destruyó en ácido los restos de Patricio Lumumba para que no quedara huella del defensor de los minerales preciosos del Congo?
¿Nos enteraron a tiempo del martirio en prisión de Mandela, de los esfuerzos nacionalistas de los coroneles egipcios, de la rebelión petrolera de Muammar el Gadafi, de la resistencia pacífica hindú que acabó con el orgullo de la pérfida Albión?
A cambio de todo eso, sólo nos vendieron a precio de ganga, para los devoradores de libros en América Latina, el triunfo del secesionismo paquistaní y la derrota del movimiento tibetano en su lucha heroica por defender su enorme producción mundial de litio, material indispensable para prolongar el estado de la vida humana.
Jamás supimos que en algún lugar del África negra estaban los mayores depósitos de tungsteno, cromo, manganeso y tantalita, o dónde estaban los lechos petroleros que explotaban los europeos del Mar del Norte como la base de la civilización occidental y de un modo de vida que nos sometía a todos.
Porque todas esas publicaciones, muchas con ropajes académicos, alababan hasta la ignominia a Luis Muñoz Marín, un badulaque que dedicó su vida a hacer de Puerto Rico un protectorado, una estrella pobre de la bandera de los huesos y las calaveras, un auténtico desastre de la causa latinoamericana de la libertad.
Los grandes homenajeados de esas plumas fueron Konrad Adenauer, Arturo Frondizi, Alan García, Fulgencio Batista, Machado, François Duvalier y tantos otros mequetrefes laureados que después, ya conscientes, tiramos al basurero de la historia. Una lista inenarrable de vergüenzas y oscurantismos.
El mismo Nobel, Giovanni Papini, dio al diablo el papel protagónico y salvífico, de una manera maestra, orillado a la condición humana a no tener salida, salvo hacia la regresión. Los escritores de la derecha nos inocularon un culto al poder falso y desmedido.
¿En nombre de qué poder sepultaron nuestro reconocimiento y pertenencia a las raíces afrocaribeñas de nuestra raza, a los ritmos de percusión demoníacos de salsa, rumba y conga que alteraba el alma, según los pudorosos y gazmoños teóricos de la pureza, que disfrazaba las invasiones soterradas?
Ensalzaban hasta al mandilón Pètain, gobernante títere del colaboracionismo francés de la República de Vichy, al mismo tiempo que deturpaban al heroico escuadrón Britania de la Resistencia nazi, encabezado por Jean Moulin y André Malraux.
¿A cuenta de qué, Francisco Franco, aferrado al brazo incorrupto de Santa Teresa, era un caudillo ejemplar y Manuel Fraga Iribarne el genio de las finanzas turísticas que convertía dólares en pesetas, cuando todos sabíamos que estos eran movimientos monetarios que se hacían desde la Bolsa de Valores en Nueva York para prolongar la vida política del infame gallego?
¿Por qué nunca supimos de la participación ahistórica de nuestros gobernantes de los setentas y ochentas, marcados en los archivos de la CIA como colaboradores y agentes Litempo, en el asesinato de Salvador Allende y el golpe de Estado que entronizó a Pinochet? ¿Y las masacres argentinas de Videla?
La música latinoamericana y española de protesta de los 60’s era convertida, tan pronto salía al mercado, en melifluas baladas que perdían su empaque rebelde. Preferían otorgarle el premio musical de Eurovisión a Las rosas en el mar de la cantante Masiel, que al auténtico musicador de las frases inmortales de Miguel Hernández, Joan Manuel Serrat.
Tapaban lo mismo los excesos de las monarquías borbonas, Habsburgo o Austria, que los desmanes de la indómita derecha, ladina, marraja y retrechera, representada hasta hoy por la socialdemocracia europea, aunque siga sosteniéndose todo lo contrario, contra viento y marea.
Se nos ocultó el asesinato a mansalva del líder agrario morelense Rubén Jaramillo, con el capote de que era un “revoltoso” incómodo. Se nos ocultó la lucha centroamericana influenciada desde los veinte por la guerrilla guatemalteca, y hasta la ignominia se resguardó en las cajas de la derecha la lucha ecológica de Chico Mendes, en la Amazonia brasileña.
Hasta ahora quieren reivindicar a Luther King y a César Chávez
Hoy, la serpiente se muerde la cola, como en todo ciclo histórico. Si durante décadas los latinoamericanos, estructuralistas, historiadores, filósofos, y escritores comprometidos con la búsqueda de la verdad reclamaron toda la información y expedientes sobre sus denuestos, la defensa de la libre expresión y de la conciencia, hoy resulta que los más agraviados son los de la claque derechista tradicional del Imperio.
Espantados de su propio engendro, connotados derechistas estadounidenses, indignados por los procederes del filo fascista y declarado nazi, Donald Trump, prototipo del supremacista blanco, le exigen que se defina en favor de las causas de la libertad. Es demasiado tarde. Ellos empollaron la serpiente, y ocho décadas después tenía que nacer el retoño de sus falacias invasivas.
Recuerdan a Martin Luther King,a César Chávez, las luchas negras y latinas de liberación, mientan hasta la soga en la casa del ahorcado, con tal de recuperar la placidez de una inocencia disfrazada. Volver a hacer de las suyas sin estorbos de conciencia. Para eso nos gustaban.
Hasta la más recóndita derecha estadunidense se encuentra compungida. Aquí no. La derecha cree que este mundo ha sido descubierto. Mientras todos los íconos de la desgracia se conduelen de Trump, los funcionarios le queman un incienso vergonzoso y lamentable. No saben que también están en la lista. Y serán ajusticiados por sus mismos héroes de pacotilla. Según ellos, la infame derecha entreguista y depredadora acaba de nacer.
Índice Flamígero: A los calificativos de inepto y corrupto que la sociedad ha endilgado a Gerardo Ruiz Esparza y habrá que agregar ahora el de cínico. Ya desde la semana anterior se había curado en salud filtrando a un medio impreso con no más de 3 mil ejemplares en circulación que todos, absolutamente todos, tenían responsabilidad en el episodio conocido como “socavón”, todos, claro, menos él. Ayer en la mayoritariamente dócil Comisión Permanente del Congreso de la Unión confirmó su procacidad. Mención aparte merecen las intervenciones de Rocío Nahle y otros legisladores de las oposiciones, que sí lo pusieron en evidencia. A la suegra de Ruiz Esparza, por ejemplo, la atropellaron a las afueras de un supermercado en el barrio Lomas de Chapultepec, de la Ciudad de México. Por ello sí pelearon millonaria indemnización. A doña Soledad Romero viuda de Mena, esposa y madre de los fallecidos en esta trampa mortal construida por la corrupta empresa Aldesa, en cambio, la intimida y amedrenta para que cobre lo poco que le ofrece la SCT o Secretaría de Corrupciones y Transas del gobierno federal. Todo un caso este funcionario que, como muestra de su prepotencia, se pasea en Rolls Royce por Toluca e Ixtapan de la Sal, cuartel veraniego. + + + Hoy don Alfredo Álvarez Barrón nos recuerda uno de los recientes decires de Margarita Zavala (de Calderón): “Ni con spots me aventaja Ricardo Anaya”. Y El Poeta del Nopal nos regala una rima al respecto:
De una manera inaudita
Anaya se desafana:
yo voto por Margarita
¡para jefa de manzana!
www.indicepolitico.com
pacorodriguez@journalist.com
@pacorodriguez