Violan las garantías de Rafa y Julión
Francisco Rodríguez martes 15, Ago 2017Índice político
Francisco Rodríguez
En memoria de mi abuela paterna, doña María Zarco Burgos
Hace poco más de dos meses, a los 89 años de edad, murió Zbigniew Brzezinski, politólogo estadunidense de origen polaco, maestro emérito de la Universidad Johns Hopkins, de Baltimore, Maryland, un recinto de estudios privados, en donde él dirigía el Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, alma mater de los halcones ilustrados gringos.
Desde ahí se regentó la última embestida, la puñalada letal a las soberanías de los países occidentales que caían bajo la hegemonía del Imperio, ubicado en los grandes centros financieros neoyorquinos. Muchos estudiosos le atribuyen la paternidad de la ignominia.
Multitud de estudiantes latinos de diplomacia y de los negocios foráneos estadounidenses están convencidos de que, de esa alma mater de halcones, y de la Universidad de Notre Dame, en Indiana, se decidió investir a Augusto Pinochet como el estadista emblemático que requería América Latina, ejemplo a seguir por los caporales de la peor ralea, por los sañudos dictadores y déspotas de nuestra tierra.
Y no les falta razón. Aunque la estocada fue del anticomunista furibundo Richard Milhaus Nixon, Brzezinsky apoyó en toda la línea esa jugarreta, pues aparte de ser consuegro de Henry Kissinger, operador central del asesinato de Salvador Allende, era el jefe de los Consejeros de Seguridad Nacional del ladino Jimmy Carter.
Posiblemente, referirse a Brzezinsky cuando se habla de la tragedia latinoamericana pueda ser juzgado alevoso y desfasado. No lo es tanto cuando recordamos que un estudiante mexicano, Eduardo Beltrán, al indignarse por la manera en que el gringo polaco se refería a las peores formas de abusar de nuestro pueblo, le espetó en cara una pregunta:
¿Por qué los Estados Unidos, sabiendo que existe una dependencia estructural entre las demografías y las estructuras económicas de nuestros pueblos no tratan con respeto a México? La respuesta fue brutal y aleccionadora en grado sumo: “Los Estados Unidos, contestó Brzezinsky, respetan sólo a aquéllos pueblos que se dan a respetar”.
Por la mente de los estudiantes latinos presentes en aquel episodio, seguramente se cruzaron los recuerdos de los bravos cubanos de Bahía de Cochinos, de Playa Girón, de los inteligentes pies desnudos vietnamitas del Norte, y muchas anécdotas de lucha por la soberanía, hasta el revés propinado por Kim Il Sung, al defender a Corea del Norte de la intromisión de las tropas gabachas al mando del juniorcito general Douglas MacArthur, vencido en todos los flancos.
Otros más pensarían en los heroicos esfuerzos de Francisco Villa en las sierras de Durango y Chihuahua para burlar la expedición punitiva de John J. Pershing —y en la que, entre otros, fueron tenientes Ike Eisenhower y George Patton—, enviado por Washington a cobrar la afrenta del ataque a Columbus, Nuevo México, cuando el valiente duranguense se cobró la injuria de haberlo surtido con balas de a mentiritas en su lucha contra los caudillos sonorenses.
La historia guerrera de los Estados Unidos es medularmente fallida. Sus invasiones truculentas en los últimos cien años siempre han estado soportadas en la fuerza de la desventaja. Una estructura bélica de destrucción y de arrase de tierra es lo único que puede hablar en su nombre. El grito de guerra, hoy, de Donald Trump lo revela: contamos con arsenales atómicos mucho más mortíferos que todos ellos, de quien se oponga a la voluntad del Imperio.
En nuestras latitudes también cuentan, de manera estelar, todas las actitudes ramplonas y entreguistas de los mandarines que nos desgobiernan. Cuando Estados Unidos les ordena actuar son más papistas que el Papa. Si les dice siéntense, se acuestan sin chistar. Antes se arrodillan vergonzosamente arrastrando el honor de la Patria.
Tanto así que una incriminación de tercer cachete, donde se violan todos los derechos humanos, jurídicos y procesales de los connacionales, cuando señalan que alguien tiene vinculación con lavado de dinero de procedencia del narcotráfico, cuya sanción es retirar la visa foránea y congelar sus cuentas en Estados Unidos, los de aquí oyen ladrar cualquier perro y se doblegan sumisos para ejecutar al extremo lo dictado.
El debido proceso, las garantías penales y fundamentales contenidas en nuestra Constitución les valen sorbete. Para ellos sólo cuenta la voz del amo, no las prerrogativas que ordena la Carta Magna de nuestro país. No estoy diciendo que los involucrados sean mansas palomas, estoy hablando de los procedimientos esenciales que deben seguirse.
La presunción de inocencia, el derecho a conocer siquiera cuales son los pelos y señales del delito que se imputa, las pruebas procesales que los incriminan indefectiblemente, pasan a un segundo plano, como si en ese ajo estuviera juzgándose a ciudadanos estadounidenses, sujetos a todo atropello constitucional de los empoderados gabachos.
Aquí basta que se enteren que cualquier oficinista de tercer talón del Departamento del Tesoro tuvo la ocurrencia de deslizar la especie, para que, como perros de presa, todos los excesivamente pagados y protegidos funcionarios de las áreas de seguridad nacional, procuración e impartición de justicia, relaciones exteriores y política interior corren tras el supuesto infractor aplastando todo vestigio de legalidad.
Inmediatamente, los medios a modo y los loritos radioeléctricos suficientemente avituallados con nuestros impuestos, se enjaretan la toga de Caifás y señalan con índice deplorable a los nuevos judas del firmamento político, los escándalos salvíficos que les funcionan como elementos distractores de sus pendejadas en todos los ámbitos de la justicia y del lamentable gobierno.
Ésa y no otra es nuestra condición, muy por debajo de la dignidad de cualquier colonia o protectorado de quinto talón que se respete, en la parte del mundo que usted elija. Cuánta razón tenía el gringo polaco Zbigniew Brzezinski, cuando dijo aquéllo de que los Estados Unidos sólo respetan a quien se dé a respetar.
Conceptos como la dignidad, el honor personal, la fama pública, la presunción de inocencia, el declarar culpable a alguien después de ser oído y vencido en juicio, sobran, no existen en la bitácora de esa infamia, desmedida y atrabiliaria, aparte de vergonzosa, que sufrimos a diario los habitantes de éste que todavía llamamos país.
Que nadie eche las campanas a vuelo. Menos los infelices. Después de episodios como el narrado, nadie, absolutamente nadie, está a salvo de las garras vengativas del Imperio gabacho. Mucho menos los que calientan la silla presidencial y esto sí, al tiempo. Porque, oiga usted, si los Estados Unidos sólo respetan a quienes se dan a respetar, ¡está por caerles encima toda la voladora!
Como si no estuviéramos hasta la madre de tanta indignidad, de tanto despojo cometido a nuestras costillas, de tanta vergüenza en el llamado servicio público, de tantos coyotes que tienen en el hambre a más de cien millones de mexicanos.
Como si no supiéramos de qué lado masca la iguana.
Como si los habitantes de este exprimido país no supiéramos que los dueños absolutos del negocio del narcotráfico, el lavado de dinero y la delincuencia organizada fueran los mandamases gabachos que operan desde los escritorios del Imperio, incluyendo política, seguridad, banca, finanzas y destino de los caporales.
Como si ignoráramos que todos los proditorios asesinatos, la perpetración delitos de cuello blanco y el diseño y actuación de policías, investigadores, políticos, presidentes, gobernadores y jueces locales de aquí, de Zacazonapan, fieles lacayos de ese cometido, absurdo por donde se le quiera ver, artero y esquizoide igual que todos ellos, obedecen a una sola causa: la venta maquinada del país, la subasta de su soberanía y el entreguismo de Peña Nieto, Videgaray, Osorio Chong, Meade, Nuño, Narro… y toda esa pandilla.
Como si no fuera público y notorio, y además comprobado, que todos quieren llevarse el santo y las limosnas. Como si la situación nacional todavía estuviera para andarse chupando el dedo. Como si no supiéramos que el país y sus ciudadanos más insignes desprecian y ridiculizan a los feroces mandarines.
¿Qué necesidad de seguir incendiando no sólo el país, sino lo valioso que tienen sus instituciones constitucionales, jurídicas y procedimentales? Por lo menos, respeten lo que dice el papel.
¿Usted qué haría?, pregunta el falaz que a esta hora debe estar pensando en cómo rematar los saldos, antes de que el procesado sea él, antes de que efectivamente le caiga la voladora, mientras se distrae persiguiendo a la diosa fortuna.
Índice Flamígero: El anterior 20 de julio, el amigo y lector Enrique Esquinca escribió bajo el título “El Socavón del PRI”: “Es necesario conocer los planos ejecutivos firmados por la dependencia (SCT), especificaciones particulares y generales; el estudio de mecánica de suelos, cálculos estructurales, planos de obras inducidas*, pruebas de Laboratorio de Construcción (para concretos asfálticos, hidráulicos, acero de refuerzo y la de los rellenos compactados para estar seguro si compactaron a los porcentajes especificados), etc. Tanto la dependencia, como la constructora y la empresa de supervisión tienen toda la responsabilidad de la mala ejecución de los trabajos (el procedimiento para la adjudicación del contrato de la obra es otro tema)”. Y este fin de semana: “Agrego de acuerdo a mi leal saber y entender, te refiero qué son ‘*las obras inducidas’, en donde radica parte del problema del mentado socavón. Las obras inducidas son aquellas que existen en el área en donde se pretende construir y que pueden interferir la ejecución de los trabajos y exponen al peligro a la gente que hiciera uso del paso. La dependencia debería de tener en su poder los planos de Obras Inducidas para que los proyectistas determinaran si se cancelarían o adecuarían estas obras que podrían ser todo tipo de instalaciones (hidráulicas, sanitarias, eléctricas, de gas, alcantarillado, agua potable, registros, pozos de visita, cajas de conexión, etc.) También podrían ser estructuras de concreto o estructuras metálicas, etc. Si no existían estos planos, los ingenieros de la constructora y de la supervisión deberían de haber exigido a la dependencia que les proporcionaran planos para tener la seguridad para construir; no debieron continuar con los trabajos, hasta estar seguros que no representaría problemas de ejecución. Pero, al parecer, les ‘valió madres’ a todos, la carencia de tales planos. Aquí se aplica aquello de ‘tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata’. En cuanto a la adjudicación del contrato, es motivo de un análisis aparte, o sería necesario preguntarle al titular de SCT”. + + + Y se pregunta don Rubén Mújica Vélez: “¿Meade Kuribreña el ya ungido? Pues, con padre que participó en la construccion del IPAB, papá del Robaproa y nieto de uno de los fundadores del PAN que ocultaba y sigue ocultando su fascismo innato, trasnochado, “mocho” y violento, simplemente los priístas han sido enviados a casa de ‘la China Hilaria’. Además, Meade Kuribreña, con singular cinismo, ha servido al PAN y PRI, con la meta de ser presidente. Por eso, los panistas no lo rechazan y calladamente lo sienten de los suyos. Además, sin afiliarse a partido alguno, Meade Kuribreña es un independiente que no tiene compromiso con nadie… sólo con el PAN. ¿Lo permitirán los pocos priístas aún no aborregados? Hemos llegado al escenario político perfecto: el de los políticos sin partido, ¿sin ideología?, y sin compromiso con el pueblo. Se representan los prolegómenos de un fascismo ridículo, ¡pero ambicioso en grado superlativo! ¿Felicidades a los priístas?” + + + Y desde Torreón, Coahuila, don Miguel Ramírez envía su comentario: “Se acaba de decir que ‘cuando gana el PRI gana México’. Innumerables pruebas le dan certeza a esta afirmación. Algunas de las más recientes son los triunfos de Mario Villanueva, Andrés Granier, Tomás Yarrington, Eugenio Hernández, César Duarte, Javier Duarte y Roberto Borge. Todos ellos forman parte de la kakistocracia mexicana. Si alguien desconoce el significado de la palabra kakistocracia, simplemente con fijarse en su fonética podrá imaginarlo. Es el gobierno de los peores”.
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