Un país desastroso
Freddy Sánchez martes 1, Ago 2017Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Descabezar el mando en materia legislativa y política y cortar cabezas entre la delincuencia organizada, dando pie a la rebatiña por el poder y el comando en torno al manejo de las políticas públicas, como de las organizaciones criminales, ha dado por resultado un ambiente de caos y zozobra en distintos órdenes de la vida nacional.
Podrá haber sido plausible la destitución social de un partido único, a fin de abrir expectativas de cambio con la participación de otros actores políticos (con un loable afán democrático de por medio), pero en la práctica la ausencia de una línea rectora provoca desbarajuste, confusión y por supuesto que dividido el poder, en casi todas las entidades oficiales y políticas, no falten los oportunistas dedicados a la corrupción.
Algo similar viene ocurriendo en el manejo de los grupos criminales, pues a falta de líderes que impongan su ley (después de que un buen número de los que antaño figuraban al frente de sus secuaces y con el paso del tiempo fueron presos o están muertos), los grandes liderazgos fueron sustituidos por un sinnúmero de aspirantes a mangonear el país en materia de actividades criminales.
Mientras los políticos, pertrechados en siglas partidistas tradicionales o de nuevo cuño, se diputan el derecho a decidir qué hacer y cómo hacerlo en cuestiones legislativas y de gobierno, las mafias del delito operan con alto grado de impunidad, debido a que sus mandos fraccionados y divididos más fácilmente se mueven, sustituyen y mantienen la operación de sus turbios negocios delictivos.
Prueba de esto último, es que a pesar de la captura de grandes capos, su extradición a los Estados Unidos, en algunos casos el decomiso de al menos una parte de sus fortunas mal habidas y la colocación de los nombres de sus más cercanos familiares y amigos en las listas de los criminales más buscados, el contrabando, la piratería, el tráfico de personas y el cultivo, trasporte y venta de estupefacientes continúan inundando el mercado nacional y extranjero de consumo como si sus maquinarias de operación siguieran incólumes.
Y en tanto eso sucede en el país, prosiguiendo y multiplicándose los ajustes de cuentas entre bandas criminales rivales, con asesinatos a mansalva incluso de menores de edad, los políticos en México no se ponen de acuerdo ni hallan la manera de poner un freno radical a las actividades delictivas, puesto que su mayor interés parece estar enfocado en otras cuestiones, ajenas las más de las veces al obligado deber de atender las necesidades colectivas.
Un vicio en expansión de la política que no es fácil achacar a un solo grupo de los que hoy por hoy se dividen las posiciones de mando, facilitándose con ello, ver hacia sus adversarios partidistas cuando se trata de encontrar responsables en materia de inseguridad, proliferación del delito, impunidad de no pocos delincuentes, en especial los de “cuello blanco”, prácticamente “intocables”, en virtud a sus lógicas complicidades con unos y otros políticos que hacen y deshacen a su antojo a falta de un mando central que ejerza sobre ellos su poder y control.
Exactamente lo mismo que ocurre entre los criminales, a diferencia de otros tiempos en que estando menos divididos, los políticos con encargo de la seguridad podían saber dónde y a quien apretar para lograr al menos cierto control en la comisión de los delitos y sobre todo aminorar las “carnicerías” sangrientas que alteran y desestabilizan la paz social y van en contra del buen ejercicio privado de las actividades económicas, provocando una constante caída en el bienestar de la población productiva y por lo tanto inclinaciones de desempleados y desamparados sociales a sumarse a los grupos delictivos.
Algo que le da a México en buena medida la apariencia de un país desastroso.