Tláhuac, maniobra distractora
Francisco Rodríguez miércoles 26, Jul 2017Índice político
Francisco Rodríguez
Como es su costumbre, el gobierno enfrenta cada problema… ¡con una distracción! Se ha vuelto artículo de cuño corriente que los graves acontecimientos que suceden en el país son aligerados con la presencia “oportuna” de uno cada vez peor. Son tantos, que sobran, al gusto del que quieran magnificar en los medios a modo.
Así como acontecen por generación espontánea, también existen aquéllos que inventan o se sacan de la manga con el exclusivo objeto de distraer a la opinión pública, a base de enormes inversiones mediáticas que, como usted sabe, han costado a nuestros exprimidos bolsillos la aterradora cantidad de 34 mil millones de pesos para gastos de promoción de imagen y publicidad.
Nada más deleznable que utilizar los sucesos de una escaramuza contra narcomenudistas en Tláhuac, pandillas menores, convirtiéndola en una batida por la seguridad nacional y el restablecimiento de la paz pública. Un asunto ordinario, convertido en extraordinario por la urgente necesidad de escurrir el bulto.
Y no era para menos el ridículo en el que todos los aparatos ministeriales y de procuración de justicia cayeron, enseñando el cobre, tratando de cuidarle las espaldas y procurando inmunidad a Javier Duarte de Ochoa, un impune por propio derecho, tras su complicidad en los negocios bursátiles, electorales y comerciales.
Habían sido demasiados errores en la mal diseñada estrategia de comunicación, dirigida por empleados privados de toda la vida, sin una idea del manejo de opinión política, que se hacen llamar publirrelacionistas…
… lo mismo que a los desastrosos acontecimientos del socavón de Cuernavaca, una obra de la ingeniería de la corrupción y de la estulticia…
… quisieron hacer frente inventando hacer caer todo el peso de la ley contra el enfermo mórbido veracruzano, a quien en el terreno de la práctica le pelaron los dientes los incapaces y soberbios ministerios públicos de barandilla que mandaron a la PGR a inculparlo con los cargos más graves de la nación.
En síntesis, había que cubrir a Gerardo Ruiz Esparza, en complicidad con los españoles Grupo Eppcor y Aldesa, que lo único que saben es construir moches a todo funcionario indiano que se les presente, y la absoluta ignorancia jurídica de los agentes ministeriales en el terreno de la justicia oral, quienes tiraron al gobierno en un socavón todavía más profundo que el criminal de origen. Cierto: el país es un estercolero y también un socavón inmundo.
Se necesitaba urgentemente, según los publirrelacionistas que derrochan nuestros recursos pagando gacetilleros, un asunto a la medida de su incompetencia, un caso que pudiera servir de disfraz a su mendacidad e inoperancia.
Y según ellos, lo encontraron, enviando a las huestes de la Secretaría de Marina, distinguidas por su alta capacidad, a combatir a unos narcomenudistas en las delegaciones Tláhuac e Iztapalapa.
Los marinos, a cargo de Francisco Javier Soberón Sanz, ex secretario particular del titular del ramo, ascendido a secretario de Despacho con un poder de fuego que rebasa las entendederas, hicieron de las suyas, sembrando cuerpos propiciatorios esas demarcaciones de la capital nacional. A alguien tenían que echarle el bulto escurrido.
Cubriéndose de gloria ante el Alto Almirantazgo de Las Bombas de Coapa, gente que tal vez no conoce ni el mar, ni sus pececitos. Engrosando el currículum letal que ya enlista a nuestras fuerzas armadas como unas de las más sanguinarias del planeta… ¡y de peores resultados efectivos! Ya hicieron pasar a los juanes del Ejército a un segundo plano, despreciados por Videgaray y sus patrones del extranjero.
Con acciones letales monitoreadas por los extraordinariamente pagados ex alumnos de la escuela de contrainsurgencia estadunidense de Annapolis, una cueva de asesinos. Con estipendios muy por encima de los generales entorchados de Lomas de Sotelo, con prestaciones y emolumentos que insultan la imaginación más febril.
Con el encabronamiento generalizado del Ejército.
Son los mismos que, antes de reportar a Los Pinos, lo hacen del inmediato conocimiento de los comandos Norte y Sur, para significar a los almirantes como más sangrientos y cumplidores que cualquiera. Para que allá arriba, en Annapolis y en Washington, vean que Soberón Sanz sí merece la categoría de presidenciable —ya lo habían candidateado como reeemplazo de Osorio en el Palacete de los Covián—, por cumplir a pie juntillas las instrucciones del Pentágono. No hay otra razón de asesinar mexicanos con esa saña.
Además, desde un punto de vista estrictamente militar, es una tontería pretender acabar con el narcotráfico a base de una batida focalista. Esto en vez de remediar, complica en grado extremo. La lucha contra el narcotráfico es o no es. Los cárteles nacionales de la droga, especialmente poderosos se han de estar orinando de risa ante tanta barrabasada cometida frente a la pandilla de Tláhuac.
Es como querer acabar el antibiótico a base de inventar enfermedades. Los cárteles de la droga, que obedecen instrucciones directamente del extranjero, de las agencias anticrimen de los Estados Unidos, son las que a base de control de territorio geográfico, autoridades políticas y militares, y armas de alto poder, acaban surtiendo a los narcomendudistas.
A su vez, los narcomenudistas no hacen otra cosa que distribuir la droga entre los consumidores, y a ninguno de sus burros les conviene calentar las plazas, pues a mayor vigilancia policíaca tienen que “caerse” con mayor cantidad de moches.
La plaza se calienta cuando ya reporta más problemas que utilidades. Es el caso en Tláhuac y algunos municipios circunvecinos de Morelos y —among all states— el Estado de México. La complicidad no tiene límites, igual que el dinero no tiene color.
¿El narcomenudeo ha sustituido en peligrosidad a los capos del narco?
El hoy famoso Jesús Pérez Luna, alias El Ojos, y su pandilla de mercachifles pachecos, pagó el pato a nombre de todos sus colegas, en el narco que no han sido tocados ni con el aroma de un pétalo de rosa. Por unos minutos, frente a El Ojos temblaron como niños de teta los Mayos Zambada, los Beltrán —proveedores de la pandilla de Tláhuac—, los Coronel, los Guzmán, los Menchos, los Valencia y todos los barones de los opiáceos y de las anfetaminas, desde Sonora hasta Yucatán.
Ahora, sucede que por una necesidad política de emergencia para lavar las caras de todos esos personajes, inmiscuidos en el fabuloso negocio guerrerense de la amapola negra, están más limpios que un culo de monja.
Ahora resulta, pues, que el narcomenudeo ha sustituido en peligrosidad y atropellos a los sanguinarios capos del narcotráfico, dueños de vidas, haciendas y territorios de grandes franjas nacionales, más de las que controla el poder burocrático. Es muy fácil arrancar un grano para decir que extirparon el cáncer nacional.
Los sucesos de Tláhuac pasan a engrosar el expediente de la ineficacia, la estulticia y el crimen organizado. La complicidad vuelve a enseñorearse del país, las conciencias deben estar tranquilas, pues piensan que con esto se ha olvidado la complicidad con Duarte de Ochoa. Gerardo Ruiz Esparza también aprovecha, para creer que saltó la vara.
Las investigaciones del fracasado Congreso, tocaron a su fin. Se repliegan ahora los diputados y senadores para dedicarse a las inmundas truculencias de encontrar la base del narcomenudeo en todas las ciudades del país. Pronto de darán cuenta del tremendo daño a la nación y la gran “alivianada” a los funcionarioss.
El ignaro ha abierto otro flanco, encubierto como línea de investigación a fondo perdido. Ahora, a perseguir a los rateros del narcomenudeo. Todos a coser y cantar y, como decía el inefable Fox, a otra cosa mariposa.
A quien esta maniobra de distracción le viene a pedir de boca es a Calderón Hinojosa, pues la guerra desatada contra el narco, que arrasó con el país, ya tiene un nuevo capítulo telenovelesco. ¡250 mil muertos del narcotráfico! ¡Y ya tienen a quien echarle la culpa: a los mercachifles narcomenudistas!, finalmente vendedores ambulantes. ¿No es así, my dearest Dr. Watson?, ¿Usted qué haría?
Índice Flamígero: Hasta el año 2000, México sólo era territorio de paso de las drogas hacia Estados Unidos y el producto pecuniario de ese comercio se “lavaba” aquí. Cuando el imperio se percató de la gran cantidad de dólares que escapaban de su circuitos financieros, decidieron pagar a los narcos en especie —con la propia merca, pues— y ya no con tantos billetes verdes. Los Mayos Zambada, los Beltrán, los Coronel, los Guzmán, los Menchos, los Valencia y todos los barones de los opiáceos y de las anfetaminas, ocuparon a narcomenudistas. Volvieron adictos a niños y jóvenes —¿se acuerda usted de las jícamas, pepinos y dulces con droga en el exterior de las escuelas?—. Crearon, así, un mercado interno de la droga, a ciencia y paciencia de las autoridades que cerraban los ojos, a cambio de sustanciosos moche$. Y en Washington y en Wall Street, todos felices. Ya no se escapan los dólares a México. Ya podían poner a funcionar el chaca-chaca y el Miami en la azotea, en bancos como Wachovia, que tuvo que ser absorbido por Wells Fargo, tras que se descubriera que ahí se blanqueaban 375 mil millones de dolaritos de capos mexicanos. ¿Cómo la ve usted? + + + Otra banda, esta de “Justicieros” en el populoso barrio capitalino de Santa Julia, ha sido diezmada. Dos más de sus miembros fueron recién aprehendidos y ya se les fincaron cargos: secuestro y cobro de piso. El jefe de gobierno de la CDMX, empero, no deja las cosas así. Miguel Ángel Mancera estará mañana en el tradicional mercado de la zona, para echar a andar un programa social, “Mi Mercado Seguro”, que combina atención a los problemas de los ciudadanos, mejora la comercialización e incluye avances tecnológicos, con la instalación de cámaras y mayor seguridad para comerciantes y clientela.
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