Malos hábitos
Freddy Sánchez martes 18, Jul 2017Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Menuda tarea se han echado a cuestas los habitantes de la Ciudad de México con el nuevo modelo para la recolección de basura y ante ello es inevitable considerar que la suposición oficial de que no habrá mayor problema para que tenga éxito el cambio, parece más que optimista.
El método actual para clasificar y dividir los desechos en los domicilios de la metrópoli, en forma minuciosa, requisito indispensable si se quiere recibir el servicio de recolección, ciertamente facilitará un mejor aprovechamiento de la basura, aparte de los beneficios que implicará en el ambiente.
Hasta un niño entendería entonces que cooperar con el programa de limpia es un deber ciudadano que no se vale eludir. Aunque, desde otro punto de vista (quizás de la mayoría de los llamados a cambiar de malos hábitos), la convocatoria a adoptar un formato distinto para el depósito familiar de los desperdicios, a fin de entregarlos a los recolectores en paquetes debidamente clasificados, parece tener “gato encerrado”.
Se especula que el mayor beneficio lo tendrán quienes de tiempo atrás han hecho del manejo de la basura un negocio multimillonario, que desde ahora les redituará mejores dividendos, dado que ocuparán menos tiempo y reducirán sus gastos, teniendo a la gente desde su casa como sus virtuales pepenadores, (separando los desechos, ensuciándose las manos, percibiendo y padeciendo olores nauseabundos), al tener que hacer una sucia “talacha” por la que los “amos y señores” de este negocio comúnmente pagan a sus sirvientes.
Cierto o falso que cambiar el proceso de recolección de la basura en la Ciudad de México y en general en el país, tiene oscuros afanes de lucro de parte de burocracias corruptas, mediante nuevos arreglos con los que reciclan y venden productos derivados de la basura, lo que no podría negarse es la desconfianza de la gente.
Algo que sucede en cada cosa que se hace desde el sector oficial, poniendo en duda el elevado propósito de elevar la calidad de vida de los habitantes de las ciudades y pensando tristemente en que sólo se trata de una nueva transa de la corrupción.
El propio responsable del gobierno de la Ciudad de México, el señor Mancera (uno de los prospectos para competir en la lucha por la silla presidencial del próximo año), lo dijo bien al reconocer que la gente no confía en lo políticos. Aunque, la verdad se quedó corto en su aseveración.
Y es que la mayoría ha perdido la confianza también en los abogados, arquitectos, ingenieros, médicos, intelectuales, comunicadores, empresarios, practicantes de casi todos los oficios y hasta de los curas y las madres de la caridad.
De provocar desconfianza a los demás cuando alguien dice o hace cualquier cosa, casi nadie se escapa.
Tantos años hemos padecido de retóricas demagógicas, promesas incumplidas, garlitos para estafar la buena fe, políticas institucionales ineficaces y tramposas, cuentos y más cuentos de que se trabaja para mejorar la calidad de bienes y servicios y los productos de consumo, con la finalidad de ofrecer precios accesibles y baratos y demás patrañas en las que se incurre habitualmente para engañar y sangrar la economía de a gente, que bien podría decirse que en México ya no hay tontos, porque muchos se pasan de listos obrando deshonestamente y en desquite por lo que padecen.
De modo que para cambiar al país primero hay que modificar el comportamiento de la mayoría y ponerle un freno entre los políticos y la colectividad en general a los malos hábitos.