200 años de vida y muerte
¬ José Antonio López Sosa viernes 5, Nov 2010Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
PLAYA DE CARMEN, Q.R.- La celebración del Día de Muertos resulta una mezcla de las creencias prehispánicas aquilatadas con la religiosidad de quienes nos conquistaron hace 500 años, la vida y la muerte en su conjunto resultan antagonismos que de una u otra forma se perciben de forma distinta en nuestra sociedad mexicana.
En un momento histórico donde nuestro país cumple 200 años de comenzar aquella justa revolucionaria que nos dio independencia, llegó una vez más el Día de Muertos y fuimos testigos de uno de los festivales que difunde más todo lo relativo a estas tradiciones mexicanas. El quinto festival de tradiciones de vida y muerte de Xcaret en la Riviera Maya. Chiapas fue el estado invitado por lo que el festival se centró en la celebración maya de la península de Yucatán y las distintas raíces que conforman el mosaico cultural chiapaneco.
Durante cuatro días este rincón de México conjugó arte, cultura, literatura, poesía, teatro, música y decenas de tradiciones populares.
La Calaca Cantarina del difunto Germán Dehesa y el espectacular concierto de Astrid Hadad, puestas en escena de las que hablamos el lunes pasado en este espacio fueron sólo el inicio. La obra Jalando Patas Parejo del grupo Isadora confronta dos leyendas de la muerte que existen en el inconciente colectivo: la catrina y la llorona. Las tertulias históricas aderezaron el festival dándole un tinte mucho más crítico a estos 200 años que cumplimos como nación.
La marimba Nandayapa honró la presencia de Chiapas presentándose en la Capilla Guadalupe del parque, fusiones de marimba y xilófono contemporáneas convivieron en plena armonía con piezas chiapanecas tradicionales que resumen parte de la historia musical del sureste mexicano. El teatro regional yucateco que puso en escena La Bicentenaria, dirigido por Raúl Niño además de entretener, rescata parte importante del folclor yucateco muchas veces desconocido en el resto del país.
Una obra en particular que me pareció excepcional por los mensajes transmitidos sobre todo a los niños, fue la Leyenda de la Cruz Parlante con Apolonio Mondragón, en ella se comprende desde una óptica diferente cómo los españoles conquistaron a los mayas, lo que significó y cómo comprenderlo para ubicarnos en nuestro presente por demás imperfecto.
Réquiem por un Payacho del grupo Comparsa La Bulla, el PIb Nah Pakal del grupo Xipetotek, el balet juvenil de Chunhuhub, el juego de la vida y la muerte, la Muerte Roja y Negra de Comalché de Petancingo, el balet folclórico Aztlán, el gran concierto Juárez no debió morir de Oscar Chávez, en fin, cuatro días que comparten con los visitantes nacionales y extranjeros además de la tradición del día de muertos mexicana, parte importante de nuestro folclor, arte y colorido mexicano.
Hace algunos meses publiqué en este espacio una columna titulada El México de Miguel Quintana, en ella comenté lo importante que resulta que más de un millón de visitantes al año que recibe Xcaret -entre mexicanos y extranjeros-, se lleven en sus sentidos una visión y realidad de un México distinto y de pronto oculto, uno que pareciera itinerantemente asomarse y esconderse ante nuestra cotidianeidad pero que está ahí, tras los ojos de Miguel Quintana, tras los ojos de Xcaret. Ese México es precisamente el que pudimos observar durante los cuatro días de festival, me parece una de las muestras artísticas y culturales más importantes en el país por el alcance y sobre todo, el apoyo a la proyección de artistas que tienen que ver con ese México que de pronto olvidamos y no vemos, de esta tierra nuestra que a pesar de los pesares, sigue celebrándonos a nosotros mismos. Las líneas no me alcanzan para describir las emociones, paisajes y sensaciones que este festival convida a cada uno de los visitantes.
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