La guerra sucia caracteriza el sexenio
Francisco Rodríguez viernes 23, Jun 2017Índice político
Francisco Rodríguez
Cuando la modernización horizontal quiso imponer su credo contra todo argumento colectivo, contra las incipientes manifestaciones de repudio popular y a la aparición de contestatarios rebeldes, se impuso la guerra sucia. Los regímenes priístas se abocaron a liquidar cualquier brote de inconformidad, a aplastarlo desde su origen.
Los aparatos represivos del sistema se fueron con todo, armas, infidentes comprados, delaciones logradas por tortura, grupos de “inteligencia” o espionaje ubicados en todo el territorio nacional, conceptos de seguridad para servirle al patrón, estructuras burocráticas pensadas para crímenes y abusos, y todas formas de intolerancia, contra causantes e inocentes.
La guerra sucia impuso una doctrina de lealtad que pretendía eternizar la diferencia ideológica entre un gobierno empeñado en reprimir cualquier expresión disidente y una población que no encontraba alternativas para enderezar su rumbo. Las luchas ciudadanas, desde las disidencias magisteriales y ferrocarrileras hasta los últimos reductos de las ligas contra la represión, fueron sofocadas a sangre y fuego.
Los pomposos aparatos de seguridad nacional, las leyendas de la lucha gubernamental contra la discrepancia, supieron que no tenían futuro ni razón de ser cuando los adalides de la contrainsurgencia fueron suprimidos por obedecer a pie juntillas las órdenes de los tiranos.
Una gran contradicción de los sistemas. Sus mastines fueron pasados a la báscula por la presión de una opinión pública que ya no soportaba más la existencia de grupos de élite que habían arrasado contra las bases modernas del derecho humano a ser gobernado por sujetos que tuvieran más de dos dedos de frente .La serpiente se mordió la cola.
La lealtad a los sistemas políticos topó con su propio hueso. Si hoy los aparatos represivos quisieran acallar a los inconformes, se encontrarían con el 99% de la población que se expresa de una o de otra forma en contra de procedimientos salvajes, en contra del ejercicio demencial de la fuerza contra las ideas y contra la razón de la miseria generalizada.
Hoy, la guerra sucia tiene otro perfil. Los organismos de seguridad, anteriormente dedicados a la tortura en los sótanos de sus oficinas, monitorean desde sus computadoras las sarracinas del narcotráfico contra la población civil, sólo para justificar su existencia. Son organismos burocráticos sumisos y obedientes a la gran complicidad de las cúpulas en el poder.
Son simples receptores de las estadísticas del secuestro, los levantones, los chantajes a las actividades económicas, los asesinatos, las ejecuciones extrajudiciales, las torturas, los degüellos y las luchas que enfrentan todos los cárteles entre sí, para trazar la raya del control del trasiego en las regiones geográficas.
El aparato testimonia, certifica al ganador. Es su forma de saber con quién tiene que firmar el pacto, ante quién debe obedecer las reglas, quién tendrá el pandero, quien tendrá la responsabilidad de repartir los moches en cualquier lugar. Quién merece el control de las plazas, quién requiere de la compra de armas importadas por el sistema.
La guerra sucia ya no es contra las ligas de defensa ciudadana que reclaman derechos políticos y humanos, sino contra cualquier segmento de la población que se oponga o no se discipline a los mandamientos de la dupla narco-gobiernos. Doscientos cincuenta mil cadáveres y más de 30 mil desaparecidos lo comprueban.
Calificada como la peor masacre civil de los tiempos modernos, la guerra sucia mexicana —disfrazada de guerra civil para no herir la susceptibilidad de los mandarines en el poder—, los resultos del exterminio y del salvajismo institucional horrorizan al planeta Tierra. Lo peor es que tiende a perpetuarse, porque no hay quién le ponga fin.
Sus tácticas son reproducidas al absurdo. Al mismo tiempo que se asesina a la población civil, se espía y después se extermina a periodistas, líderes sociales, investigadores, defensores de derechos humanos, organizaciones no gubernamentales, grupos de conciencia, luchadores por la paz y la convivencia en libertad. El esparadrapo está al servicio del dinero.
Pero, en lugar de reducirse por la ampliación del ejercicio gubernamental del presupuesto, se ensancha a niveles nunca antes vistos. Ciento un millón de ciudadanos en pobreza son las potenciales víctimas de esta cruzada de los poderosos contra los desheredados. El gobierno sólo testimonia las masacres. No hay moros en la costa.
La guerra sucia es atizada desde cualquier oficina gubernamental que disponga de la firma para favorecer a las empresas trasnacionales consentidas, desde cualquier nicho que desplace a los competidores nacionales, desde cualquier rincón donde se perpetre la dominación y se solvente la fluidez de recursos para los bolsillos de los concesionarios.
Los cuarteles de la guerra sucia están en las secretarías de Hacienda, Comunicaciones y Transportes, Gobernación, Educación Pública, Defensa Nacional, Marina, Economía, en la Presidencia misma, y en empresas productivas del Estado en materia energética, de competencia y de regulación monopólica. Son los auténticos responsables de la indefensión. Son los palafreneros del despojo a mansalva. Todo el dinero presupuestal a su servicio y beneficio.
Una guerra sucia que no sólo cuenta con el equipamiento armado, sino con los aparatos publicitarios a modo para difundir sus argumentos vacuos contra los perniciosos efectos del “populismo”, del peligro que acecha a los mexicanos por el avance electoral de las divergencias, por el deseo de un cambio a contrapelo de sus designios.
Cualquier argumento nacionalista, de inmediato es atacado con una ráfaga de misiles dizque informativos, dirigidos a frenar el optimismo, a liquidar cualquier emoción social, cualquier idea que los ridiculice, cualquier información que los encuere. Es peor el remedio que la enfermedad. Los burros no tocan la flauta.
Para ellos, el único populismo de respeto es el que se asienta en la supremacía de su legitimidad, mil veces desmentida por las cifras oficiales. La bandera es el populismo ensangrentado que practican, el engaño teórico de las derechas que consideran al pueblo incapaz de decidir, o de protestar con fundamentos.
El rostro moderno de las dictaduras pasa por ese tamiz. Las atarjeas del sistema, a todo lo que dan, se abocan a desaparecer cualquier rastro de soborno, chantaje, robo descarado a los recursos nacionales, abusos delincuenciales, cifras de desaparecidos y desplazados, huellas de infamias imposibles de ocultar, más de defender. Ellos están para blindar a los atracadores y a los rateros.
La guerra sucia es el juguetito. La expresión chusca de la dictadura se vio en toda su crudeza en la reunión que reveló Anonymous en el cuartito de guerra de Ernesto Nemer, cuando éste llamó sin recato a romperle la madre a todo ciudadano que se opusiera al triunfo del PRI en el Estado de México.
Obedientes, los avezados militantes reunidos a su convocatoria levantaban los puños en señal de guerra contra los disidentes electorales, al conjuro de un funcionario que hacía denodados esfuerzos por hablar con la voz de un macho bravero. Sus modos perfumados y sus ademanes delataban su débil personalidad.
La guerra sucia perpetra la asociación narcos-gobierno-empresarios trasnacionales en contra de los superiores objetivos del pueblo. Higa y OHL, aparte de Odebrecht, lo comprueban. Aparatos de mercachifles que subsidian las campañas partidistas que lleven al poder a sus paniaguados para redondear el eterno círculo mexiquense, su pobre concepción del Estado, el credo de la depredación.
Y contra esta demencial guerra sucia la única defensa válida y posible es la respuesta electoral del pueblo. ¿Usted qué haría?
Índice Flamígero: “La catástrofe se desató en sólo 72 horas. ¿Hubo errores de conducción política y económica? ¿Información privilegiada? ¿Sabían qué hacer el gobierno y su gabinete económico? Esa noche del 19 de diciembre de 1994 marcó el estallido de la crisis financiera. Recién había iniciado una nueva administración federal, pero ese año estaba por llegar a su fin y también la calma que quedaba para millones de mexicanos. ¿Qué fue lo que congregó a los empresarios, líderes sindicales y sectores productivos a una reunión urgente y de noche? ¿Qué sucedió en esa reunión? ¿Tomaron las decisiones adecuadas para contener la crisis que amenazaba con estallar o la exacerbaron? No había dinero, pero sí muchas deudas que el gobierno federal tenía que pagar tan rápido como el siguiente mes. Las reservas internacionales se habían pulverizado. ¿En qué momento se salió de control el tipo de cambio? ¿Qué fue lo que detonó una salida masiva de capitales en tan pocas horas? ¿Cómo perdió el Banco de México tan apresuradamente la mitad de sus ya de por sí disminuidas reservas? En el segundo capítulo de El Error: Ficción, Miedo, Debacle —a transmitirse mañana sábado, a las 23:00 horas, en Azteca Trece— explora a fondo las 72 horas de acabose mediante los testimonios de los personajes decisivos de ese momento histórico y el análisis detallado de un equipo amplio y diverso de especialistas. ¿Por qué era tan importante para el gobierno de Estados Unidos rescatar con urgencia a la maltrecha economía mexicana? El presidente Bill Clinton apresuró un paquete de ayuda aun con la oposición del Congreso de EU y de la opinión general expresada en encuestas. ¿Qué costos implicaría para México y sus habitantes? ¿Estaba el país hipotecando su futuro? Millones de mexicanos enfrentaron la pérdida de su patrimonio y sus deudas se volvieron impagables. Los casos de depresión, suicidio e inseguridad pública aumentaron dramáticamente. Azteca Documentales —cuya productora general es Adriana Delgado— pone el foco en la crisis económica desatada en diciembre de 1994 que marcó un parteaguas en la manera en que se administran las finanzas del país”. Esta es, claro, una gran apuesta de Benjamín Salinas por una televisión renovada e inteligente.
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