CDMX, soporte institucional del país
Francisco Rodríguez martes 20, Jun 2017Índice político
Francisco Rodríguez
La Ciudad de México es la tercera más grande del planeta. Se dice fácil, lo difícil es gobernarla. Y más, en medio de un torbellino de inquinas federales y del pasado que la acechan por envidia e incapacidad, sin reconocer que gracias a la estabilidad que produce la gran metrópoli es posible que los funcionarios se ensañen con los presupuestos públicos, sin explosiones sociales qué lamentar, casi sin consecuencias inmediatas.
Es inimaginable lo que se hubiera producido en el sistema político si priístas o panistas recibieran el encargo ciudadano de gobernar la capital nacional. Estaríamos en un conflicto de gobernabilidad permanente, en una zozobra social cotidiana, con las crisis pegándonos a toda hora del día, paralizando toda la actividad económica del país, que aquí se incuba.
Serían rebasados de inmediato por aludes desafiantes de trabajadores informales, comerciantes ambulantes que ya forman parte del 75% de la economía informal del país, comunidades diferentes, peticionarios de todos los servicios, grupos políticos de oposición y miles de reclamantes que exigen seriedad y diálogo callejero.
A qué nivel se hubiera disparado el descontrol si fuera manejado por quienes hasta hoy no se atreven a despachar en los domicilios oficiales de sus dependencias por temor a las organizaciones de inconformes? Con mayor carga de responsabilidades que cualquier entidad, con menor presupuesto para infraestructura y menor margen de maniobra, sometidos al escrutinio envidioso de los poderes centrales.
Afortunadamente para los habitantes de las seis entidades colindantes, casi conurbadas, del Valle de México y anexos, desde Querétaro hasta Morelos y Tlaxcala, abarcando Puebla, Estado de México e Hidalgo, la CDMX abastece las necesidades de quienes desplazados de sus lugares de origen buscan en ella alimento, trabajo, vivienda, salud, y casi todos los mínimos de bienestar.
Y aunque en el registro de población la ciudad tiene 9 millones de habitantes, en la práctica de los servicios elementales que se les niegan en sus estados colindantes, atiende las necesidades de sobrevivencia efectiva de más de 22 millones de mexicanos. Ellos transitan las vías urbanas, utilizan el transporte, el agua, la electricidad, el gas, la vivienda popular, los servicios médicos y la educación para sus hijos, al mismo tiempo que los capitalinos.
Los mandatarios de las entidades conurbadas son parte del problema, jamás de las soluciones. Cuando se les pide que arrimen el hombro en fórmulas de movilidad, transporte, vivienda o educación, medidas ambientales o elevación de salarios mínimos o seguridad ciudadana, esquivan el bulto argumentando que comprometerse en esas decisiones impopulares atenta contra sus puntos de popularidad.
Inmediatamente después de esta actitud abúlica se refugian en la protección presidencial, absolutamente seguros que contarán con su apoyo, pues engrosaran el número de gobernantes que se resisten a pasar por el tamiz de la severa realidad. Todos pueden seguir nadando de muertitos.
A pesar de todo, la ciudad avanza en renglones sensibles: ya es la entidad con la mayor independencia financiera del país, con niveles de suficiencia que registran su capacidad de solvencia ante cualquier organismo financiero internacional, como lo han manifestado el BID, la Comunidad Europea y la misma ONU, que replica sus programas sociales en el orbe.
En sólo cinco años, ha generado el 20% de toda la riqueza nacional, del trabajo productivo; ha incrementado en 12% la inversión acumulada en bienes y servicios para la población; ofrece uno de cada cinco empleos formales que se disponen en el catálogo de puestos de trabajo del país. No es poco decir.
Promueve la efectiva liberación carcelaria a primodelincuentes de delitos no graves, generalmente indigentes e indígenas, dotándolos de seguros de desempleo y servicios sociales para su reintegración ciudadana, de igual forma que a los migrantes deportados que buscan un lugar en este país, su tierra, de la que los desplazó un sistema económico injusto.
Lo inaudito, en estos tiempos de demagogia y populismo de derechas, es el hecho de que efectivamente, reconocido por los organismos foráneos, el gasto social que la ciudad eroga, beneficia de manera directa al 80% de la población del Valle de México. En otros niveles administrativos, el gasto social se sustrae, o se canaliza impúdicamente a los favoritos.
Es decir, su aparato hacendario capta impuestos, derechos, productos y aprovechamientos, más recursos autogenerados de su planta de servicios, que forman una masa monetaria dedicada a los rangos de bienestar ciudadano. Una concepción moderna sobre el Estado social de derecho. Tutela y equilibra, suple desigualdades: aborda la justicia social.
La gobernabilidad de la que goza atrae inversiones y turismo
La certidumbre en el rubro de la gobernabilidad no sólo atrae inversión económica, también jala corrientes turísticas de la mayor importancia: año con año ha superado los 13 millones de visitantes nacionales y extranjeros que derraman 25 mil millones de pesos en la CDMX, manteniendo el 80% constante de ocupación hotelera y un millón de empleos en el sector.
La estabilidad política la convierte en la ciudad más visitada de América Latina. El buscador Google registra que es uno de los cinco mejores destinos del mundo, junto a La Habana, Tokio, Toronto y Reikiavik. The New York Times y la londinense Time Out, le dan la sexta posición turística, por encima de París, Singapur y Barcelona.
Sede de más de 30 eventos deportivos de talla mundial, es la metrópoli con más museos en el mundo, sólo después de Londres. Es la que tiene más teatros, después de Nueva York. Es la primera ciudad latinoamericana que ha colocado bonos verdes en el mercado financiero para transporte sustentable e infraestructura hidráulica.
Tiene el liderazgo del Grupo C40 de alcaldes mundiales en la lucha contra los efectos perniciosos del cambio climático, el liderazgo latinoamericano de las redes de ciudades arcoíris, íconos de la equidad para las comunidades de preferencias sexuales diferentes, y se ha declarado Ciudad Santuario, en defensa de los trabajadores migrantes deportados.
Ha adoptado una nueva Constitución social que obliga a las autoridades a resolver educación, vivienda, salud, seguridad, alimentación, vestido, cultura, esparcimiento, cuidado del medio ambiente, recursos energéticos y agua potable para la totalidad de la población, en un lance inédito e inaudito a nivel federal.
Gracias a ese soporte, las organizaciones internacionales del mayor nivel sugieren actualmente a los países miembros replicar los programas sociales de la Ciudad de México en todos los confines de la Tierra. Es una prueba indubitable del éxito, a pesar de quienes se oponen con zancadillas y maniobras de baja catadura.
Por si lo anterior no fuera suficiente, en estos momentos de pasmo político, de catatonia institucional, de cuadraplejismo gubernamental, de ignorancia sobre qué hacer, la Ciudad de México se da el lujo de mostrar el músculo en el terreno de la estabilidad y la gobernanza. Demuestra su viabilidad y solidez, por encima de las insidias.
Su aparato político quiere aprovechar el año y medio que resta de la gestión para ir por más. No se arredra ante los desafíos, toma la delantera de las ideas para seguir siendo vanguardia. Aceita el aparato para dar mejores resultados a la población de la megaurbe.
Sin contemplaciones toma decisiones fundamentales, desplaza inercias, remueve lo desgastado, logra probar lo imposible, enfrenta obstáculos mediáticos, comprueba que la solidez de los programas aplicados, requieren nuevos bríos para permanecer, adopta lo necesario para arribar a nuevas y expansivas metas.
Bienvenida la osadía. Somos un país que ya no aguanta la abulia, que exige intrepidez y valor político. La ciudad capital de todos los mexicanos exhibe el músculo de la estabilidad y la profesionalidad en el quehacer gubernamental. Nadie puede hacer lo mismo. Supera las pruebas, ante el azoro de los incompetentes. Se expone al juicio de los interesados. Gana un lugar en la historia moderna.
Índice Flamígero: Con la venia del colega Rubén Cortés, retomo su columna publicada ayer en el diario La Razón —bajo el título “Metrobús sobre Reforma… Ebrard se mueve, se mueve— que también dirige: “Será un impacto social altísimo a favor de Miguel Mancera: el Metrobús de Reforma moverá a diario 100 mil personas de norte a poniente, con 90 autobuses de dos pisos y del modelo actual. Además, se irán a chatarra 179 camiones viejos y contaminantes que hoy operan en esa ruta. Se entienden entonces las siguientes piedras en el avance de la Línea 7 del Metrobús: — Que un juez cercano a AMLO y a Morena contra la movilidad de la CDMX, Fernando Silva García (Juez de Distrito desde el 23 de junio de 2010), ordenase el cese de su construcción… seis meses después de iniciadas las obras. —Que Ramón Ojeda Mestre, un ambientalista que dejó pasar la Supervía de Ebrard, la torpedee porque los nuevos vehículos harán ruido y serán 2 kilómetros por hora más lentos que los cacharros actuales, expulsores compulsivos de dióxido de azufre y de nitrógeno, monóxido de carbono… Es por eso que las baterías de AMLO y Ebrard se juntan para detener una de las obras que más ocupa al jefe de gobierno, aun cuando éste no la va a inaugurar, pues para entonces se encontraría encabezando un frente de izquierda progresista para llegar a Los Pinos en la elección de 2018. A los dos escuderos se les nota la costura por los cuatro costados. Sin embargo, el oportunismo de Ojeda Mestre parece hasta pueril. De pronto le preocupan más los altos decibeles y el tránsito lento por Reforma que la disminución que habrá en la emisión de contaminantes, algo raro viniendo de quien viene eh, porque Ojeda Mestre fue el creador del ‘Hoy No Circula’ hace 20 años para disminuir la… contaminación. Ojeda Mestre dice no oponerse al Metrobús en general, sino al de Reforma en particular. Claro, sabe bien para quién trabaja: no se opone a un sistema de transporte que arrancó con AMLO, que es el jefe de su jefe Ebrard. Y Ebrard fue un gran padrino del Metrobús. Ojeda Mestre sólo está contra la línea de Reforma porque tiene el sello de Miguel Mancera. Al igual que se opone a otro sello de Miguel Ángel Mancera: la planta del Bordo Poniente, que transformará 4 mil 600 toneladas de basura diarias para generar 965 mil MWH de energía eléctrica para mover el Metro. Aunque, eso sí: en agosto del 2010 se negó a interceder por los vecinos ante el entonces jefe de gobierno Ebrard, para frenar las obras de seis carriles de la Supervía Poniente, por la cual se derribaron árboles y ahora circulan cientos de vehículos. Es triste que, por mortificar a Miguel Mancera, dañe a 100 mil capitalinos… Mientras Ebrard lleva dos años en un autoexilio de terciopelo.”
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