La versatilidad del trasiego
Francisco Rodríguez miércoles 14, Jun 2017Índice político
Francisco Rodríguez
Durante el período del llamado desarrollo estabilizador, el gobierno mexicano era observado por los analistas continentales de seguridad como un aparato experto en el tratamiento del narcotráfico. No es que reprimiera a las bandas de delincuentes. No. Los trataba como sus muchachos, como un mal necesario, algo con lo que tenía que subsistir para cubrir la cuota en la dependencia estructural con el imperio.
No era tampoco prenda de nuestros orgullos. Tenía que proveer a los gabachos y ésta era la manera de hacerlo, en un país con más de 3 mil kilómetros de frontera con un imperio atrapado por sus propios vicios, por su demencial actitud depredadora. Insaciable hasta la médula.
El sistema sabía que debía establecer una negociación constante, una supervisión permanente sobre las actividades del narcotráfico, pues esta estructura delincuencial se encargaba de producir alguna cantidad de opiáceos y alucinógenos y completaba las raciones con el transporte de lo más sofisticado, que procedía del sur del continente.
Era excesiva la demanda de los consumidores del gabacho. Gente sin fondo que tenía que atender, a través de sus aparatos policíacos del trasiego, a convalecientes psiquiátricos de guerras e invasiones depredatorias, y a las clases políticas herederas de sus clanes republicanos y demócratas, siempre insatisfechos, aburridos de bienestar.
Por ello, cuando los aparatos nacionales encargados de ese abarrote preparaban, para consumo de la opinión pública, algún operativo sobre esas materias, advertía a sus muchachos que debían respetar escrupulosamente a los conspicuos delegados que eran responsables de las zonas calientes en el territorio nacional. Eran tres los sujetos escogidos.
Carlos Hank González, en todos los terrenos del Golfo de México y Altiplano; Rubén Figueroa Figueroa, en el Pacífico y zonas montañosas colindantes, y Leopoldo Sánchez Celis, en el Norte y fronteras circunvecinas. Tres interlocutores válidos, insuperables . Una especie de gobernadores romanos en las provincias colonizadas, a cargo de un negocio del cual dependía la sobrevivencia. Después, se confirmó que de sus aparatos personales de guaruras, emergieron los barones del narco.
No era más que el apego escrupuloso al concepto teórico que hizo surgir en la antigüedad el sistema político: los que ordenaban tenían que descansar la operación de las decisiones en tres interlocutores válidos que tenían el reconocimiento para la toma de decisiones, y eran portadores efectivos de las posiciones del aparato.
Esto fue así desde que el mundo es mundo. Nadie podía descubrir el agua tibia. Una decisión aparentemente pequeña, como el definir a los interlocutores, válidos y respetados, salvaba al país de las sarracinas y de la mortandad que sembró Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, el consorte de la dama del rebozo, en su afán por legitimar ante Estados Unidos su presidencia usurpada en el 2006.
Un poco antes, Miguel de la Madrid, la cereza del pastel, había autorizado a su secretario de Gobernación para vender 70 franquicias a otros tantos delincuentes del trasiego, para operar a cielo abierto. No era por condiciones demográficas, sino a cambio de no hacérsela de tos a Carlos Salinas de Gortari.
Las cúpulas nacionales de aquel tiempo se quejaban demasiado de la intromisión del periodismo crítico en esa área sensible de sus intereses. Eran otros tiempos. Manuel Buendía, una pluma que se extraña, estuvo a punto de revelar la complicidad del presidente y de su secretario Manuel Bartlett con el trasiego, por lo que fue inmediatamente ejecutado por los sicarios.
Con 70 franquicias en la operación de un solo asunto, ningún país puede tener el control efectivo sobre la droga. Por eso, los gabachos se indignaron y decidieron montar gruesos expedientes de investigación penal internacional contra Bartlett, los mismos que le impiden pisar ese territorio, incluyendo escalas.
Los gabachos ya estaban preocupados por la salud de sus cachorros políticos, casi todos internados en nosocomios de rehabilitación más parecidos a spas con all inclusive que a clínicas terapéuticas. Puro viejito se presentaba a las contiendas, porque los jóvenes dinásticos estaban más pachecos que un carrujo.
Fue entonces cuando los Estados Unidos tomaron la decisión de frenar la importación indiscriminada de droga procedente de México, porque ya atentaba contra la salud de sus juniors políticos el consumo exacerbado de los psicotrópicos de alta calidad, sobre todo la codiciada amapola negra guerrerense, que producía heroínas y ácidos de altísima calidad y efectos realmente increíbles.
Si tal era la preocupación, las medidas a tomar por Calderón estaban más que focalizadas. Pero éste desató la guerra contra el narcotráfico bajo el retintín demagógico “para que la droga no llegue a nuestros hijos” y no: ¡era para legitimarse!, demostrando ferocidad y agallas contra el vicio, el mismo que lo tenía atrapado en Los Pinos.
La única medida que debía tomarse era retornar a la etapa anterior de control: reducir al máximo el número de los interlocutores. No se hizo, por la ambición desatada sobre los beneficios del trasiego a todos los niveles del círculo íntimo. Hoy, todos están metidos, y hay hasta funcionarios involucrados.
El gobierno ha roto los estándares de la implicación. No sabe, no entiende, no ve lo que pasa a su alrededor. Sólo autorizan indiscriminadamente y reciben los moches de rigor. Pero olvidan el monitoreo, la supervisión, los techos y pisos de la actividad.
El secretario de Gobernación, protector de una flotilla de aviones que normalmente pernoctan en el Aeropuerto de Guadalajara, al servicio del transporte aéreo de la amapola negra de las montañas de Guerrero, opera también como el de los comandos arrasadores de los sicarios, a quienes no encuentra nunca.
Cuando los encuentra es sólo para vengarse en masacres escandalosas, liquidando sin piedad a los compas de los cárteles, porque violaron las sacrosantas reglas del moche, del salpicado hacia arriba. Esta actitud exacerba a los franquiciatarios que arremeten en contra de los que enviaron a abatirlos… y así, hasta la eternidad.
Simultáneamente, el gobierno pide la cantidad de cien mil millones de pesos para poder echar a andar las oficinas del fiscal Anticorrupción. ¿Tan caros saldrán los esparadrapos y embutes para los nuevos comisionados, dispuestos a cualquier dislate? Los estados en quiebra anunciada, que se chinguen, que paguen su embute de corrupción, faltaba más.
Es la misma película que ya pasó en Tlatlaya, Tanhuato, Ayotzinapa, Apatzingán, Reynosa, y todas las plazas calientes que usted guste añadir. Es el mismo mecanismo. Un sonsonete que ha producido tantos muertos inocentes que la comunidad internacional nos ve como aterrada, azorada por tanta indignidad y truculencia.
El proditorio asesinato de Javier Valdez en Culiacán, cofundador del semanario Riodoce, el trigésimo oficialmente reconocido en el régimen, no sólo es abominable, sino atribuible a la complicidad maquinada entre funcionarios y delincuentes de la peor ralea, de la más baja estofa.
Concede razón a las protestas internacionales y locales sobre la defensa de una profesión peligrosa en extremo, la más difícil del mundo, coinciden Reporteros sin Fronteras y The New York Times, aparte de todos los medios de comunicación del mundo. Es insoportable la permanencia en el poder de grupos que se benefician económicamente con el dolor, la tortura y la ejecución de civiles mexicanos.
Con mayor razón si los inmolados son aquéllos que por su riesgosa actividad deberían ser protegidos en extremo por cualquier sistema. Por éste no, porque protege a los narcotraficantes, sus contlapaches. Queda como sentencia a modo lo que escribió Javier unas horas antes de su sacrificio despiadado: “Hacer periodismo —en México— es caminar por una línea trazada por los narcos y el gobierno”. ¿Así, o más claro? ¿Usted qué haría?
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