¿Qué exigen los mexiquenses?
Francisco Rodríguez jueves 1, Jun 2017Índice político
Francisco Rodríguez
No hace mucho, el eminente demógrafo latinoamericano Josué de Castro, analizando el problema alimentario de nuestros pueblos, dijo: “el mundo se divide en dos, los que no comen y los que no duermen. Los primeros no necesitan explicación; pero los segundos, sí; no duermen pensando en cuándo los van a despojar los que no comen”.
Una reflexión desgarradora. Fue dicha en medio de una de las más grandes hambrunas africanas. El Departamento de Estado de los gabachos todavía era el que controlaba el pandero. Los poderosos de siempre se abocaron de inmediato a definir el concepto del triage: aplicar la regla militar de ayudar en la trinchera sólo a aquel pelotón que tuviera más posibilidades de sobrevivir.
La frase de Josué de Castro recorrió el mundo. Anunciaba la llegada de un universo hacinado. El ocaso paulatino de los conflictos por las riquezas naturales; el comienzo de las guerras por lo elemental: el agua, el oxígeno, la luz, la comida, la vivienda digna, los datos básicos de la posibilidad del ser humano para seguir poblando su entorno en gruesos cinturones de miseria.
En los últimos días de cierres de campaña, el mexicano común ha sido testigo de enormes concentraciones de gente en los mítines de cierre de campaña de los candidatos opositores. Ríos humanos jamás congregados, multitudes sin rostro que forman cientos de miles de seres que han perdido el destino a manos de los explotadores de siempre. La política mexicana ha llegado a su hora cero. No hay vuelta hacia atrás.
Los rostros del pueblo explotado, desconocidos para sus verdugos, atestan los enormes terrenos de los mítines para gritar su desesperación estructural, su reclamo histórico, contra una voracidad maquinada, contra un aparato diseñado para el olvido, contra una casta voraz y despiadada. Sus palabras son inspiradas y motivadas por el desastre oficial. Sólo no oyen los que nunca han oído.
Es verdaderamente desgarrador. Jamás se habían visto esas cantidades de personas convocadas alrededor de gritos por la esperanza, por querer construir un futuro. Pero lo que es ejemplar, es el discurso que han utilizado los candidatos. Se trata del nuevo testamento de los desheredados. Un testimonio para toda historia del futuro que ya llegó, que está instalado frente a nosotros, exigiéndonos actuar, conmovernos, al menos protestar.
El planteamiento de cientos de miles asistentes a los mítines es: ya no nos tragamos las ruedas de molino. Ya sabemos que si se dan sobornos, es para seguir consolidando la cadena de engaños y la perpetuidad de nuestra condición de miserables. Hemos entendido que es un montaje más para sustituir sus obligaciones fundamentales.
El gobierno debe manejar nuestro dinero para construir, para solucionar los problemas fundamentales de los ciudadanos: escuelas, clínicas, centros de esparcimiento, bloques de seguridad, cadenas alimenticias serias y consolidadas, vivienda popular digna, energía para la subsistencia, incentivos fiscales para crear fuentes de empleo bien remuneradas y permanentes. Los famosos mínimos de bienestar, que el mismo aparato ha establecido en sus delirios demagógicos como derechos constitucionales a proveer.
Cuando el gobierno regala, otorga dádivas, reparte sobornos, establece prácticas de chantaje en busca del voto popular, está desenmascarando su verdadera intención: atarnos a un compromiso electoral, a cambio de continuar perpetuando nuestra condición de dependientes estructurales, de hambrientos, enfermos y olvidados crónicos. Así como suena.
El soborno y los chantajes efímeros que el aparato se ha visto obligado a repartir sin ton ni son, sin algún recato, es el testimonio de la culpa, el confinamiento total de su acción, la evidencia de su incapacidad o desidia para haber propuesto a tiempo las soluciones gubernamentales: la trampa eterna de las democracias demagógicas, de las imposiciones de siempre.
Es el discurso de la oposición que los medios a modo analizan para sacarle raja, para resaltar que las oposiciones sólo critican, pero no dan. Ese es el quid del engaño. El abuso de todas las condiciones de miseria estructural que practican los textoservidores para acabar de clavar al miserable; de atarlo a las ruedas del infortunio.
De ese “análisis”, sostienen los estrategas del publirrelacionismo mendaz y traicionero, se desprende que el electorado se inclinará a votar por el único partido que no se pelea con los demás, sino que prefiere dar. El que ofrece tarjetas rositas de salarios imaginarios, porque saldrán de un cajón específico de Hacienda y Crédito Público que sólo funcionará para esta temporada. Un crédito puente a OHL para cubrir “compromisos de campaña”. Después, adiós Nicanor, si te vi no te recuerdo.
Pero los estrategas de esta inmundicia siguen sosteniendo que el garlito funciona, sobre todo para salir del paso de esta encrucijada. Días aciagos para el aparato, pues tiene que salir a remediar, aunque sea superficialmente, los enormes errores de su política social, de sus demenciales derroches del gasto, de sus desvíos financieros, de sus robos presupuestales a mansalva.
En los mítines multitudinarios, gigantescos como los más célebres de las estepas africanas en los momentos de hambruna, se revela la verdad. Los oradores regionales exigen que se aclare dónde está el dinero de nuestros impuestos. Por qué los burócratas construyen un piso educativo, sanitario y de vivienda para el pueblo, mientras sus hijos privilegiados no lo utilizan.
Las escuelas, hospitales, alimentos y equipos de seguridad para los políticos y sus parientes están aparte. Ellos jamás usarán los inmuebles que equipan para el uso del pueblo. Han construido un mundo para el consumo y las necesidades de los miserables, y otro para ellos, el selecto y confortable para sus particulares necesidades.
Los hospitales, sistemas de salud, escuelas, centros de esparcimiento, transporte, equipos de seguridad entrenados y equipados a su gusto, la materiales de construcción de sus viviendas, el confort para su bienestar, están lejos de los necesitados. Un planeta aparte, que zanja la diferencia brutal dentro de un mismo país. Que provoca el rencor y el enfrentamiento.
Pero sucede que los dineros que han sido utilizados para construir ese mundo tan diferente, provienen de los mismos que hoy exigen se dé a conocer el resultado de la gestión, los desempeños del aparato público para cubrir las necesidades de los ciento un millón de miserables que se asientan y hacinan sobre el territorio mexicano, una auténtica área de guerra.
En los mítines de campaña de los últimos días, se han enfrentado dos poblaciones que pueblan una misma patria. Las dos son iguales en teoría; en la práctica, unos son más iguales que otros. Los miserables trabajan y pagan para ser atendidos. Los mandarines en el poder sólo administran los costos y beneficios, los momentos específicos para gesticular, aparentar, traicionar y robar.
En las moles humanas, en las gigantescas explosiones de júbilo de la oposición la gente comprueban que son más, y que la unión hace la fuerza contra los tiranos, se dibuja el rostro de la esperanza. La ilusión de un mañana diferente, la apuesta por la felicidad, por la conservación del entorno, por el agua, el alimento, el oxígeno para vivir.
En las concentraciones oficiales, más serias que un minuto de silencio, todo se desarrolla bajo estrictos protocolos de seguridad, de temor a las concentraciones, no vaya a ser el sereno, de discursos acartonados que dicen siempre lo mismo, en rostros comprometidos con los de arriba, gestos forzados de promesas pasajeras y cálculos monetarios sobre las utilidades que les reportará este sacrificio, este baño de pueblo obligado.
Las primeras son realmente impresionantes. Retratan de cuerpo entero el tamaño de nuestra pobreza, el precio de la esperanza. Las segundas, son concentraciones minúsculas, atestadas de invitados, próximos candidatos a seguir recibiendo las donaciones y adjudicaciones del sistema, producto de los impuestos pagados por quienes atestan el primer escenario, el único que hace posible cualquier esquema de gobernabilidad y paz social.
El gentío exige empleo, agua… algo de la tranquilidad robada
Las enormes concentraciones humanas del Altiplano mexicano piden agua, luz, comida, seguridad, vivienda, educación pública, vestido, algo de la tranquilidad robada, el abono destinado para el piso social de sus hijos.
Los mítines de los cachorros dinásticos exigen más reivindicaciones para su bolsillo. Quieren pasar desde ahora su particular charola, a cambio de las dádivas entregadas, del sacrificio que los ñoños hicieron para mostrarse ante esas multitudes prefabricadas por la raquítica imaginación de los publicistas ubérrimamente pagados con el dinero que han generado los olvidados de siempre. Es ya la hora de la verdad. ¿Usted qué haría?
Índice Flamígero: Desde el norte de Veracruz escribe el político y escritor Manuel Solares Mendiola: “En los concursos de Las Higueras todo se pregunta y se contesta en versos campiranos, elegías de la llanada, cantos que retratan lo mejor de nosotros mismos. Se retan dos versadores.
Llegó Antonio Ortega, soberbio, directo se fue a agredir a Manuel Sosa, un vecino de esa tierra de poetas vernáculos: Don Antonio: ‘Debajo de ese Taray / devisé mucha gente/, si está don Manuel por ahí / que me conteste rápidamente / ¿cuantas epidemias hay en esta tierra caliente?’. Don Manuel: ‘Siete epidemias hay / don Antonio / no lo dudo / hay pinolillo y zancudo / garrapata y comején / también hay chinche y jején / y calentura a menudo.’ Don Manuel produjo una décima perfecta, en segundos. No tuvo tiempo para meditar su respuesta. Ojalá te haga reír”.
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