Edgar Amador, el saboteador de la capital
Francisco Rodríguez jueves 4, May 2017Índice político
Francisco Rodríguez
Dentro del país y en el extranjero existe el convencimiento de que el Estado nacional se encuentra entrampado por un panorama de estrechez económica y catatonia política. De que el futuro presupuestal es incierto por el abuso del gobierno sobre la deuda externa, la cancelación de divisas por exportación petrolera y por razones fundadas.
Como la relativa a que la planta de empleo agrícola e industrial y de servicios fue devastada por los dizque financieros, encabezados por Videgaray y Meade, quienes impusieron desde que llegaron al poder reformas fiscales regresivas, con cero estímulos a la inversión.
Que secaron la economía y el poco circulante monetario para el consumo por las excesivas sustracciones y saqueos de moneda de cuño corriente del presupuesto nacional. Que sacrificaron el uso de las reservas monetarias en el extranjero para ser solícitos con el gobierno de Washington.
Que ante este panorama nadie puede tener expectativas optimistas, a menos que no esté bien informado, o no sea de este planeta. En conclusión, que no se necesita ser demasiado intuitivo para diagnosticar que los próximos gobiernos no podrán echar a andar un solo proyecto económico de gran calado, mucho menos una obra faraónica.
Los presupuestos gubernamentales están acotados por los compromisos contraídos. El pago de los intereses de la deuda a los financieros neoyorquinos rebasa los límites de cualquier imaginación más o menos sensata.
Además, los pagos y pensiones burocráticas, los adeudos atrasados a los proveedores, los intereses de otras obligaciones monetarias y los servicios altísimos de los pasivos internos —como siempre, encriptados— no dejan una sola salida a ningún gobernante futuro. Es inútil pensar en soluciones providenciales. El único espacio que le queda a cualquier gobierno del futuro inmediato es ejecutar inversiones en proyectos y programas de gasto social, en resolver reivindicaciones de las franjas vulnerables de la población, que ya alcanza el centenar de millones de seres humanos.
Y eso, para buscar gobernabilidades mínimas, justicia social y equidad, en un páramo de un país desastrado, entregado en charola de plata. Por lo visto, funcionarios no lo ven así, a juzgar por un comportamiento errabundo y narcoléptico empeñado en la abulia.
Pasividad en la acción pública, molicie, soberbia y desenfreno en la rapiña, y en todo aquello que reporte comisiones, privilegios y canonjías. No existe un solo rastro de emoción social en sus cometidos. No ha habido en cinco años voluntad ni sentido de la organización para emprender siquiera pequeñas transformaciones.
Sólo va a quedar instituir, con los pocos recursos excedentes del gasto etiquetado y dirigido, un Estado que cumpla con los compromisos sociales más apremiantes, fortalecer el mercado interno, abandonado por engarces fantasiosos y fallidos con las potencias del extranjero, en plan de anexionistas puros y duros.
Por fortuna, hace 20 años la Ciudad de México se “independizó”
La Ciudad de México estaba en ese derrotero. Si hubiera seguido por el camino de la dependencia institucional y política con los poderes federales, hubiera acabado ahogada por esa inercia gubernamental. Pero desde hace veinte años la intuición política de los ciudadanos…… su nivel de politización e información, los llevó a optar por un cambio de sistema, votar por la autonomía de la ciudad frente a los poderes centrales, elegir a sus gobernantes y seguir otro modelo social, distinto y alejado de la permisividad, la abulia y la pasividad reinante.
Afortunadamente se canceló, gracias a una reforma constitucional de fondo, el antiguo régimen de la regencia encargada por el Ejecutivo, en el cual el presidente en turno designaba, de manera inconsulta, a un individuo que tenía la misión de ser el guardián de las manifestaciones populares en el Zócalo capitalino…… ajeno a sus demandas jurisdiccionales, en el centro de una vorágine de envidias, desprovisto de facultades y recursos de respuesta, lo que lo hacía blanco de cualquier recelo, de cualquier exabrupto o consigna. Un triste personaje víctima de las envidias de los otros miembros del gabinete que recelaban de cualquier éxito o posibilidad de tal.
La modernización institucional y el desarrollo administrativo del nuevo régimen de la Ciudad de México, es producto de la independencia de sus facultades y atribuciones, que no requieren someterse al cedazo de quienes desde el poder son ajenos a las exigencias sociales, y displicentes para cumplir cualquier expectativa de la gente.
La lluvia de ideas y la implementación de decisiones cada vez más acertadas y audaces, hacen de la Ciudad de México un arsenal de soluciones sociales a lo importante, urgente y emergente. Hasta la adopción de modelos sociales parecidos a los que adoptaron en tiempos de crisis de postguerra los países del norte de Europa y las democracias sociales, gracias a las cuales desarrollaron un sentido de competitividad y sobrevivencia ejemplar en el mundo moderno.
Desde hace veinte años, los gobiernos de la Ciudad de México privilegian los derechos de mujeres, ancianos, población en desventaja, en situaciones de calle o con servicios médicos y legales insuficientes para ser protegidos por el aparato público en programas sociales que ya han sido elevados a categoría de leyes vinculantes, obligatorias para todos.
El derecho al aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la adopción de menores consustancial, la muerte asistida, el financiamiento a poblaciones vulnerables, las libertades a la manifestación de las ideas, la protección del comercio informal, el seguro contra el desempleo de migrantes, indigentes e indígenas, así como la subrogación en su protección judicial, le hace demasiado ruido a los ineptos.
Para acabarles de amargar la vida, hoy la Ciudad de México ha generado sustentablemente el 20% de toda la riqueza nacional, ha incrementado en casi un 15% la inversión acumulada en bienes y servicios para la población; genera uno de cada cinco de los empleos formales que se ofrecen en este país. Si eso no es el éxito, ¿entonces dónde anda?
Cantaleta del secretario de Finanzas: “no hay, no hay”
La Ciudad de México es la única que ha logrado abatir los índices de criminalidad y los delitos de alto impacto. Es ya la entidad con mayor independencia del país. Pésele a quien le pese.
Por ello, en el seno del gabinete del jefe de gobierno, no son pocos los que se preguntan ¿por qué tolera el Ejecutivo local a boicoteadores como Edgar Amador, el sedicente secretario de Finanzas?, dedicado en cuerpo y alma a sabotear cotidianamente las decisiones que en pro de la población en desventaja se aprueban en el seno de los comités administrativos de las diferentes materias.
Dice que los proyectos que le presentan sí van “a volar”, esto es, que saldrán adelante, pero a la hora de solicitar los recursos dice —como aquel personaje de Héctor Suárez— “no hay, no hay”.
Seducido por los cantos de la sirena provenientes del dichoso senador Mario Delgado, constante lambiscón de otros grupos ajenos al suyo, Edgar Amador ha firmado su sentencia, no sólo en función de su bajo rendimiento, sino de una traición deliberada a las funciones de gobierno que juró sostener.
Es realmente incomprensible que con tácticas dilatorias y con engañifas propias de un ñoño, este sujeto Edgar Amador boicotee enormes programas sociales, únicos en su género en el continente y que tienden a ser la solución esperada por las franjas vulnerables del país.
¿Y sabe usted que es lo peor? Pues que, confiado en los altos niveles de recaudación fiscal que tiene la Ciudad de México —merced al cumplimiento de los causantes capitalinos—, Edgar Amador ha desestimado el cobro de algunos derechos. El ejemplo más claro es el de las placas de los vehículos automotores. No hay. No da dinero para que se produzcan.
Por eso en la capital nacional circulan cada vez más autos con placas de Morelos y del Estado de México. Un caso para la araña, ¿a poco no?
Índice Flamígero: Escribe don Miguel Ramírez, desde Torreón, Coahuila: “El principal error de Eva Cadena es no apellidarse Lozoya, porque si llevara este patronímico no estaría pasando por la situación que todos conocemos. En primer lugar sus moches se los darían en millones de dólares y las autoridades que la investigarían dejarían transcurrir el tiempo necesario para evitarle cualquier contratiempo.” + + + La intolerancia está de vuelta. Las amenazas de muerte al reconocido comediante Héctor Suárez, por criticar al gobierno, así lo demuestran. Paradójico que este condenable hecho se dé a conocer en las vísperas del Día Mundial de la Libertad de Expresión. ¿Eso nos espera a quienes criticamos al gobierno? + + + El Estado fallido se manifiesta en todo el país, pero en estos días se magnifica en Reynosa, Tamaulipas. ¡A ver si Trump no manda a los marines!
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