Como el perro de la RCA
Francisco Rodríguez jueves 27, Abr 2017Índice político
Francisco Rodríguez
Cuando oyen la voz del amo, se alebrestan y se engallan; de pánfilos paniaguados, se transforman en panteras. Sacan las hachas de guerra y amenazan hacia todos lados, reprimen, vociferan en tonos más altos y mejor pagados, inquietan y creen que lo que oyen les beneficia, consagra sus entreguismos, piensan, ingenuos, que tal es la llave de su permanencia.
No hay novedad. Así ha sucedido en el pasado. La historia de México es una larga noche de tragedias al servicio de la voz del amo. Desde el “complot de la embajada”, cuando las tropas infieles hicieron causa común con la traición de Victoriano Huerta para conjurar, en La Ciudadela, y asesinar a Madero, hasta nuestros días.
Ha sido una cadena de traiciones al sentimiento popular. Demasiado afrentosas, agresivas y sangrientas en grado extremo. Los datos duros evidencian sevicia y rapiña. Aunque sea difícil reconocerlo. A cambio del reconocimiento de Álvaro Obregón, los gabachos lo forraron de armas y dinero para liquidar el movimiento delahuertista… y le sacaron la firma del demencial Tratado de Bucareli.
A cambio de la Expropiación Petrolera, exigieron que la sucesión mexicana se resolviera vetando a Francisco J. Múgica, el estratega visionario que impulsó las profundas reformas constitucionales en Querétaro, portadoras de un nuevo rostro a la normatividad social. Los gabachos impusieron a Manuel Ávila Camacho, un general de escritorio que ni siquiera identificaba el olor de la pólvora, sin idea de pueblo.
Después, los gabachos condicionaron la sucesión del poblano, exigiendo que los militares que hicieron la Revolución fueran desplazados, por aquello de no tratar con rostros indescifrables, poniendo en su lugar a una pandilla de civiles entreguistas, encabezados por el insaciable junior Miguel Alemán, que casi se llevaron todo.
Llevados por el canto de las sirenas de la puerta fácil, Ezequiel Padilla, el llamado Narciso negro, canciller de Ávila Camacho y sus bravos compinches, creyeron oír en Washington que Truman, el secretario de Estado Corder Hull y el embajador Messermit, le decían que era su gallo y que, con ese dedazo, podía arellanarse en Los Pinos . Le hicieron la vida imposible a los civiles a base de presiones de todo género, comprometieron hasta lo indecible… y fracasaron en el intento. Los gabachos ya se habían decidido por Alemán. ¡Lástima Margarito!
El viejo Ruiz Cortines decidió en libertad en favor de López Mateos, gracias a la confianza que inspiraba en los gabachos la sabia intuición de Muelas de coyote, pues ya había comprobado su entreguismo: fue pagador de las tropas intervencionistas en el puerto de Veracruz y esto le hizo fácil la sucesión a Miguel Alemán. Lo demás, era coser y cantar. Traían la voz del amo bajo la piel.
Luis Echeverría fue el gallo anticomunista que requerían
López Mateos confió el cuidado del palenque al sangriento Díaz Ordaz, pues el de Chalchicomula tenía suficientes méritos en campaña: había sido el brazo represor de todos los movimientos ferrocarrileros, magisteriales, urbanos y estudiantiles de ese período. Siempre confirmó el gorilato en el cuidado de los intereses petroleros. A ese grito, reprimió, torturó y asesinó a mansalva.
Echeverría fue el gallo anticomunista que requerían. El campo de pruebas de la represión latinoamericana, hasta la entronización del neoliberalismo de Augusto Pinochet, a quien los gabachos ensalzaron como el estadista criollo que nuestros pueblos necesitaban, para llevar adelante el librecambismo que preconizaron los teóricos gabachos desde la Universidad de Notre Dame, en la Costa Este.
Y gracias a los servicios prestados a Nixon y a sus golpistas, tuvo derecho de entronizar a López Portillo, para que le dieran a éste los secretos de las reservas probadas en el Golfo de México, “administrara la abundancia”, y arrasara definitivamente con todas las esperanzas monoexportadoras. Sirvió a esa causa. Era la voz del amo.
De ahí para acá, hasta sobran las crónicas. De la Madrid, Salinas de Gortari, Zedillo, Fox y Calderón, toda una cauda de Echeverría fue el gallo anticomunista que requerían y su visión interventora en los desequilibrios sociales, uncidos al cabús de todo lo siniestro. Obedientes en extremo a los dictados de Washington, a los caprichos financieros de Nueva York, al saqueo de las riquezas patrimoniales de los mexicanos.
La voz del amo sigue queriendo resonar más fuerte de lo que ha sido. Así lo han acostumbrado. Han inyectado en su memoria genética que cuando pide que se sienten, se arrodillan. Están para servir al patrón, y éste, ni tardo ni perezoso, se aprovecha de cualquier resquicio para servirse con la cuchara grande.
El perrito siempre escuchará lo que ordena el gramófono, como en el sello de RCA Victor. Lo acabamos de comprobar hace unos días, lastimados hasta en la vergüenza ajena. Sobre todo, acabamos de confirmar que son proclives sólo a escuchar lo que creen que les dicen.
Y es que 24 horas después de que el energúmeno anaranjado,Orange Trump, amenazara con ataques químicos a Siria, y jurara por ésta liquidar al Estado Islámico, su portavoz, John Kelly, secretario de Estado, suaviza el tono sobre el muro fronterizo —afirma que no será de costa a costa— y desliza la amenaza del amo: los gabachos no dejarán pasar a Los Pinos a nadie con el que no puedan entenderse, que no les funcione.
John Kelly, el que fue comandante del Comando Sur, el escuadrón del Pentágono que ordena en las fronteras del Río Bravo hacia abajo, el que revela que todas las decisiones las tomó en camaradería, después de “grandes reuniones” con el presidente Peña Nieto, el pelmazo ideal, reitera que su país es revulsivo a cualquier designio popular. Habla como si fuera a quedarse en el cargo hasta el 2018.
Como por arte de magia salen de las maletas con miles de millones, que cargan los publirrelacionistas de Los Pinos, los montones necesarios para pagar las reproducciones a plana completa de lo expectorado por el militarcete Kelly. De paso, publicar a cuerpo completo las sonrisas del entorchado con el obediente Videgaray, tomadas quién sabe cuándo. ¡Faltaba más!
El amo, apretando la mano del nuevo “mister amigou”. Los obsequiosos del rancho grande, de fiesta, con alegría incontenible. Sin reflexionar que el mensaje lleva el veneno. Los gabachos mandan decir que no quieren uno más de la pandilla, no, porque su ambición desbordada no les ofrece garantías, también son capaces de llevárselos entre las patas. La traición los rebasa. Y el ADN acaba hasta con la especulación.
Quieren uno de la misma estofa, pero no necesariamente a uno de ellos, sino al que allá decidan. Todavía hay muchas cuentas por cobrar. No se calienten granizos.
Pero la fiesta no para. Los ratones creen que tienen la bendición del gato. Celebran por adelantado el ungimiento de Alfredo del Mazo en el Edomex, sin pasar todavía por la prueba del ácido. El mismo día echan a andar el Sistema Anticorrupción sin fiscal, pues esperan nombrar a un valido de Humberto Castillejos Cervantes, Manuel Hallivis, ex procurador fiscal, a la cabeza del mismo.
En la reunión del Senado obsequioso, Raúl Cervantes Andrade se atreve a pasar sobre todas las leyes y amenazar con reservar en secreto por cinco años los sobornos y moche$ de la constructora Odebrecht, comprobados y sentenciados en tres países latinoamericanos, indignados por sus entrambuliques. Cuando según nuestras leyes, los actos de corrupción no deben ser consentidos, menos resguardados.
Así, ¿cómo? Hasta Jordy Herrera, el que fuera secretario de Energía panista del corrupto Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, consorte de la dama del rebozo, se atreve a decir que esconder los datos de los corruptos del caso Odebrecht “no ayuda a la claridad sobre este asunto”. Cualquiera se envalentona, y Jordy más, porque es de los inodados en el enjuague. Involucrarse le sirve como coartada.
De Lozoya, embarrado en el fraude por la revista brasileña Veja,mejor ni hablar.
Otro papelazo de Graue, el rector de la UNAM
Al mismo grito de ¡atrapen al ladrón!, el desventurado Enrique Graue, rector de la UNAM, como buen perro de rancho, expectora también una frase que indigna a cualquier universitario: “los vientos del populismo soplan sobre nuestras democracias”. Mejor no hubieran podido decirlo ni Kelly, ni Trump. Y eso que Graue fue mandado a la marcha que exigía la unidad incondicional a los mentecatos. O por eso.
Y al mismo tiempo, el premier chino reitera que con México, después de las transas del tren bala, ni a la esquina. Cero inversiones, cero comercio, aunque acá en el rancho grande los metecos digan que quieren un TLC con los orientales. Sí, Chucha. No existe la mínima confianza con los que le robaron la licitación de marras a la mayor compañía constructora del gigante de ojos rasgados.
Creen que oyen lo que quieren oír. La desesperación los acompaña noche y día. No hay una alma pía que les abra las entendederas. Para ellos, cualquier gancho es ropero. ¿Usted qué haría?, pregunta quien ya creyó oír que es el gran elector, desde su refugio temporal en Los Pinos.
Índice Flamígero: Albores, entre la tragedia y la farsa. Como de seguro usted ya sabe, el sábado pasado en Tuxtla Gutiérrez, se evidenció una vez más la tragedia priísta: acarreo, engaño, lugares comunes, posicionamientos vacíos, y algo no calculado, el desaire. El senador Roberto Albores Gleason, creyó lo que muchos aspirantes a gobernar suponen: ser la respuesta del presente al futuro. Organizó un evento como los que había hace 50 años. Se dejó arrastrar por los coros que enaltecen su autoestima. Cálculos que sobreestiman al aspirante y sus capacidades, ante una dirigencia concertadora de apoyos frente a servidores públicos, y una militancia muy exigua, casi inexistente. La tribuna del estadio “Víctor Manuel Reyna” no fue llenada, aunque llegó por grupos en autobuses, combis y redilas, en acarreo evidente. Las camionetas eran nuevas; llenas del motivo del senador; sobrepuestas a la camisa sudada del trabajo o de la blusa de la faena doméstica. Llegaban muchas mujeres y con hijos. La gente comenzó a llegar desde las 5 de la mañana de municipios, barrios y colonias y no sabía a qué hora comenzaría el evento. Apenas una botella de agua sin refrigeración a 30 grados; el lunch, una promesa incumplida, si el estómago protesta a tiempo. Lo peor: la gente no sabía a qué fue al estadio; si sabía que los había invitado Prospera, pero no sabía quién es Roberto Albores Gleason, mucho menos que es legislador. Lo sabían los patrocinadores que no tenían rostro, los organizadores que veían un Waterloo de frente y los operadores que corrían ante la desesperación de sus jefes. Chiapas sin Censura transmitía en vivo la tragedia y la farsa. Los reporteros fueron agredidos por personal de seguridad del evento; los sacaron a la fuerza del estadio. Evidenciaban lo que todo mundo sabe. Mutilaron su trabajo. Se comenzaron a sumar el apoyo de periodistas locales. A punto de llegar el senador y rindiera su informe anual, lo que a nadie importaba, la tribuna estaba nítidamente vacía; peor aún, la gente comenzó a salir de forma masiva, en medio del himno nacional. No había una estrategia de los adversarios puesta en marcha, ni contrainteligencia partidista; solo había desesperación de la gente después de seis horas de espera y el bochorno abrumador del calor tuxtleco. Nuevamente la falta de respeto al invitado, al ciudadano. El senador piensa en su estrategia y su futuro; no en la gente. ¿Quién escuchó el informe? ¿A quién sí le importó? Un texto lleno de lugares comunes, de frases apologéticas al poder y de enemigos como los tenía El Quijote, en los molinos de viento. El senador no se conformó con el acarreo, el uso indebido de programas gubernamentales para su evento político, sino se apoderó del derecho de pronunciar un texto irrepetible e irreproducible. Paco Rojas le reprochó en las redes, sobre los empleos que no ha podido impulsar como senador. Es cierto, ni podrá hacerlo aunque tuviese la facultad institucional, pues el típico político que sabe aspirar a ser gobernador, pero no sabrá gobernar. La diferencia la conocen muy pocos. El senador Roberto Albores Gleason tenía la oportunidad de mostrarse diferente. No lo hizo ni lo hace. El pertenece a otra generación a la de su propio padre, expulsado del PRI porque apoyó a “El Padrino” Sabines. No lo entiende. Hace las cosas, como las hizo el otrora también gobernador por dos años. Ahora, siete ex presidentes del Comité Directivo Estatal del PRI: Roberto Domínguez, José Antonio Aguilar, Arturo Morales, Hernán Pedrero, Andrés Carballo, Aquiles Espinosa y Juan Carlos Bonifaz, suscriben su inconformidad a Enrique Ochoa Reza con Albores Gleason por su perpetuación al frente del priismo chiapaneco, sus alianzas políticas con Sabines y Moreira y el bajo posicionamiento priísta en la estructura del poder local. El repudio y rechazo internos al punto del colapso. El joven senador pudo empoderarse como un priísta diferente, como buscar ser desesperadamente y sin éxito su dirigente nacional. No pueden, porque no quiere; no está en su naturaleza política. El priismo es el de siempre. Si no hubiese acarreados o corrupción, entonces ya no serían priistas. Tras el evento de Tuxtla, Albores Gleason hoy se placea nuevamente entre la estrategia y la farsa.
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