¿Por qué empoderamos a EPN y a Trump?
Francisco Rodríguez miércoles 26, Abr 2017Índice político
Francisco Rodríguez
Lo que sea de cada quién. La cultura occidental debe mucho a los escritores, poetas y novelistas del midwest gabacho. Sinclair Lewis, William Faulkner, Withman, John Steinbeck, F. Scott Fitzgerald, Tennessee Williams, la gran mayoría nacidos sobre tierra originalmente mexicana, forman un trabuco intelectual difícil de superar. Generaciones sólidas, ejemplares.
Posiblemente, junto con los constitucionalistas de Filadelfia, hijos de migrantes y trasterrados, los “padres peregrinos” del Mayflower, sean las únicas aportaciones generosas del imperio estadounidense a la humanidad. La gran mayoría, periodistas, criados en la cultura del surco, pegados a las grandes tradiciones bucólicas de una tierra pródiga y feraz.
Sinclair Lewis logró que la literatura se anticipara a la historia. En su novela Eso no puede pasar aquí, escrita en 1935, en plena Gran Depresión, surge la figura imaginaria del senador Berzelius “Buzz” Windrip, un outsider del Partido Demócrata, quien durante la Convención se impone a los demás, con demagogia incendiaria.
Siguiendo la tradición del migrante Aldous Huxley, en Un mundo feliz, y del escocés George Orwell, en 1984, el Nobel Sinclair Lewis también estuvo muy cerca de las dictaduras nazifascistas que se incubaban en la Europa de Hitler y Mussolini, y encontró el pasto seco, el germen de su inspiración.
En un coctel explosivo, donde se combinan inopinadamente la valentía, la compasión, el fanatismo, la ambición y la crueldad, herencia ideológica del Imperio, la novela de Sinclair Lewis es como un ramalazo a la cara que ofende y rebela, un análisis que nos enfrenta al pasado y al presente estadunidense y mexicano, desafortunadamente.
“Hacer a la América grande de nuevo”, reparando supuestas humillaciones, con la ayuda del fundamentalismo religioso, las afrentas de migrantes, mujeres y trabajadores, restituyendo la moral protestante y usando los nuevos medios de comunicación masiva, la radio ocupando el lugar del Twitter, fueron los ganchos de “Buzz” Windrip, antecedente icónico de Trump.
Ya en el poder, el fantasmagórico Windrip estableció un régimen fascista, creó milicias irregulares, persiguió sindicatos y periodistas que según él envenenaban a la población. Como para eso le falta una guerra, revisa sus listas negras e inicia una contra México, al que acusa de todo tipo de humillaciones.
La consigna de Windrip es “el poder no necesita excusas”. El becerro de oro, “la superioridad de cualquier persona blanca que tuviera más de un millón de dólares”. Sus desaguisados le hacen perder el poder, pero para entonces ya ha provocado una guerra civil en medio de un país disgregado y convulso.
En un capítulo de la novela de Lewis, los opositores a Windrip, un Trump de los años treinta, reflexionan: “la tiranía de esa dictadura no es culpa de los que le hacen el trabajo sucio, sino de todos los perezosos respetables que le dejaron tomar el control, sin protestar con suficiente intensidad” se quejan. ¡Sopas!
Los efectos de la corrupción, la apatía, la permisividad, la indolencia ante los asuntos de la República, someten al orden del fascismo edulcorado. El efecto pernicioso del soborno y del chantaje han logrado el sueño de todo dictador: manejar naciones de borregos, como poco después lo apuntaría C. Wright Mills.
La delgada línea que separa a la razón de la barbarie
Las profecías de Sinclair Lewis retratan las continuidades políticas e históricas que explican el ascenso de Trump, apoyado en las expectativas jamás cumplidas de la basura blanca de votantes que lo entronizó. Los líderes religiosos de los wasp, siempre “a la espera de un presidente que caiga sobre la tierra sedienta, colmado de bendiciones”, es la advocación al maná protestante y fundamentalista.
Lewis dibuja la delgada línea que en estos momentos separa a la razón de la barbarie. Dictadores apoyados por displicentes y entreguistas de tomo y lomo, que están socavando los derechos fundamentales, las dignidades y el orgullo por el que largamente hemos luchado. Gente que, afortunadamente, no ha sido derrotada sólo por tibias defensas, sino por la estructura misma de su sinrazón.
El fracaso estrepitoso de Trump se debe fundamentalmente a su ignorancia ramplona sobre el funcionamiento proverbial de los Estados Unidos como Imperio dominante. Sin embargo, el haber escogido a los mexicanos como los chivos expiatorios de la crueldad, ha encontrado en los mentecatos el caldo de cultivo ideal.
Aquí también pensamos que, lo que nos está sucediendo. Jamás nos iba a pasar. Desgraciadamente, la tierra fértil de la ambición desmedida y la corrupción sin freno, se posesionó de las castas políticas y empresariales que vieron al personaje idóneo para enriquecerse en un par de días, el chiquilicuatre a modo para realizar cualquier sueño guajiro.
Trump en Estados Unidos y Peña aquí en México han ejemplificado sobradamente lo que es inventar zoquetes. Allá, las clases trabajadoras humilladas y empobrecidas, sin alternativa seria. Aquí, los apetitos desaforados de quienes obstaculizan cualquier cambio de modelo, previsto en la Constitución, pero que atenta con su confort.
Allá, el empeño locuaz de Trump por desquitarse de los migrantes, sin saber que son la savia, la sal y pimienta ancestral de ese pueblo. La tortura, las vejaciones, las deportaciones y las amenazas psicológicas, que han pegado en la línea de flotación del dólar y de la economía estadunidense, dependiente al cien de la masa de trabajadores migrantes.
Aquí, el plan demoledor de las bases de convivencia de los mexicanos. Haber llegado al poder sin una idea de lo que era el sistema y el gobierno, perdidos como un pollo sin cabeza, optaron por la puerta falsa de llenar a tope sus bolsillos, a costillas de un pueblo hambriento y desesperado. Lo que sigue es de horror, para quienes lo hicieron.
Creímos, como apunta Sinclair Lewis, que eso tampoco podía pasar aquí. Que esos seres acomplejados, productos genéticos con grandes vicios ocultos jamás llegarían al poder. A pesar del desfile fantasmal de Miguel de la Madrid, Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Calderón, los mexicanos merecíamos otro trato de la naturaleza.
Lo que se ha hecho con México no tiene nombre. No nos ha precipitado hacia la guerra civil declarada, pero lo que pasa en las historias descarnadas de la violencia y la masacre de sus cómplices trasegadores de las drogas heroicas, es mucho más que eso. México ya tiene todos los récords mundiales de secuestros y asesinatos diarios, una marca casi imposible de superar.
Ni las dictaduras africanas, las dinastías orientales, los estados islámicos, ni los militarismos sudamericanos, nos llegan a los talones. Somos una especie de Top Ten del sacrificio humano, de lo impío, de todas las inmundicias de un sistema descastado. Las radiografías nacionales de las redes del narco y de plagiarios, obedecen a la misma nómina de las empresas fantasma consentidas por el régimen.
¿Que no sabemos lo que nos pasa? Eso es lo que nos pasa, dijo Ortega y Gasset en los momentos más álgidos de la predictadura española.
¿Qué nos pasó a los wasp y a los chichimecas? Que no tuvimos las agallas para impedir que los mequetrefes tomaran el control. No protestamos con la intensidad suficiente, nos recuerda desde el pasado emblemático el Nobel Sinclair Lewis.
¿Usted qué haría?
Índice Flamígero: Y “Orange” Trump se acerca a sus primeros cien días como ocupante de la Casa Blanca. Puros fracasos legislativos, en su haber: no le resultó la sustitución del Obamacare, tampoco pudo obtener los recursos para la construcción del muro fronterizo con México, puntales, ambas medidas, de su campaña electoral. Ha “gobernado” por decretos, algunos de los cuales han sido bateados por elementos del Poder Judicial. Fracaso total. + + + Resultan hilarantes los mensajes videograbados de Enrique Ochoa Reza, gerente en turno del PRI. Sus críticas a la corrupción de los contrincantes, se le revierten de inmediato. Lo peor es que, todo indica, el guionista de estos videos tragicómicos es el neopanista Miguel Ángel Yunes Linares. ¿A poco no?
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