“Zapata”
¬ Mauro Benites G. martes 11, Abr 2017Municiones
Mauro Benites G.
No hay una figura más sublime y atractiva en la historia de la Revolución Mexicana para este comentarista, que la figura de Emiliano Zapata. Por demás está decirlo, que el atractivo del líder va unido a la idea casi obsesiva de hacer justicia con el lema “Tierra y Libertad”. Su constancia en la lucha de guerra de guerrillas con su bandera del “Plan de Ayala”, nos afirma y nos confirma el hambre de sus paisanos de tierra y de justicia, que se pierde a través de los siglos. En un aniversario más de su artero asesinato en la Hacienda de Chinameca, en Morelos el año de 1919, asesinato, fraguado por Carranza y Pablo González, cuyo ejecutor fue José María Guajardo, al fingir desertar del ejército federal y adherirse a la guerrilla de Zapata.
Emiliano Zapata, “El Caudillo del Sur”, ya para esas fechas estaba cansado de tantas traiciones de los suyos y tantos incumplimientos de los diferentes gobiernos: atrás quedo en la historia, cuando Gabriel Torres Burgos, le pregunta a Emiliano Zapata “¿Conoces el Plan de San Luis del Señor Madero? Entérate tú sabes leer: artículo 3º… Pues tan pronto como la Revolución triunfe, se iniciará la formación de las comisiones de investigación para dictaminar acerca de las responsabilidades que hayan podido incurrir los funcionarios de la federación de los estados y municipios…”. Zapata alza la vista y queda desconcertado y pregunta – ¿A poco les van a quitar lo que se han robado los hacendados? –
-No sé, la verdad no he visto todo el plan, pero está claro de qué lado se pone el señor Madero ¿o no? ¿Contamos o no contamos contigo, Emiliano Zapata? –
-Tú sabes que es la tierra por la que vamos a pelear…-” así entra Zapata al movimiento armado de 1910.
Recordemos con el maestro Roberto Blanco Moheno.
“Pero estábamos (cita en su libro “Zapata”) en la discusión de estos planes cuando se presentó súbitamente un individuo haciendo las veces de «correo», e informó que por la región de Santa Rita venía el enemigo atacando a los zapatistas que se encontraban aislados. al oír este informe, todos, como tirados por un resorte, nos levantamos automáticamente y esperamos las indicaciones del general Zapata. Guajardo mismo se incorporó de su asiento y dijo al general: «usted ordena si salgo a batir al enemigo o espero en la hacienda». Zapata rápidamente le ordenó: «espere usted aquí, nosotros atacaremos…»
“En esto estábamos cuando llegaron los capitanes Castillo y Salgado a invitarnos a comer de parte de Guajardo. El general Zapata comenzó a excusarse pretextando estar satisfecho con unos tacos que había comido. pero yo sabía que no habíamos probado bocado en todo el día…”.
¡Que terrible dilema el que tiene Zapata frente a la ingenuidad de sus hombres! Quiere y no quiere morir, hombre de carne y hueso, al fin y al cabo. El extinto mayor Salvador Reyes Avilés, secretario particular de Zapata, termina así el “Parte Oficial” de la muerte de su jefe:
“En «Piedra Encimada» exploramos el campo y viendo que por ningún lado se notaba movimiento del enemigo, regresamos a Chinameca. Eran las doce y media de la tarde, aproximadamente. El jefe había enviado al coronel Palacios a hablar con Guajardo, quien iba a hacer entrega de 5 mil cartuchos y llegando a Chinameca, inmediatamente preguntó por él. Se presentaron entonces el capitán Ignacio Castillo y un sargento y a nombre de Guajardo invitó Castillo al jefe para que pasara al interior de la hacienda, donde Guajardo estaba con Palacios «arreglando la cuestión del parque».
Todavía departimos cerca de media hora con Castillo, y después de reiteradas invitaciones, el jefe accedió: «vamos a ver al coronel.
Que vengan nada más diez hombres conmigo», ordenó. Y montando su caballo —un alazán que le obsequiara Guajardo el día anterior— se dirigió a la puerta de la hacienda…”.
Todavía departió media hora, dice su secretario de Emiliano Zapata, le pide a la muerte media hora de permiso para ver, por última vez, los cerros de su tierra de Morelos, para mirar la cara de sus hombres, para echar los ojos maravillosos al cielo y hacerse la pregunta que tantas veces le habrá mortificado. ¡Media hora más, tan sólo media hora, que no tengo 40 años cumplidos, que podría vivir tanto, tanto, mi Dios! Y luego, la carne endurecida, los músculos del abdomen tensos, el calpuleque rinde el último servicio a su pueblo, al pueblo de México, de Indoamérica:
“…Lo seguimos diez, tal como él nos ordenara…”
Diez, los más fieles, los más entrañables, los que más sufrirían de quedar vivos.
“…quedando el resto de la gente, muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas.
La guardia parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor y al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de la manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados que presentaban armas descargaron dos veces sus fusiles, y nuestro general Zapata cayó para no levantarse más…”.
Fue entonces cuando se levantó para siempre con su obsesión “Tierra y Libertad”.