Aterra al gobierno liderato de AMLO
¬ Armando Sepúlveda Ibarra martes 28, Mar 2017Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
En los tiempos que corren la clase política en el poder ya siente en sus aterradas nucas el aliento opresor del más fuerte aspirante a la Presidencia de la República y, como una señal clara, el miedo a la derrota ante el enemigo real en 2018 desató ya la guerra sucia contra la pujante y ascendente figura de Andrés Manuel López Obrador entre los electores, para alimentar la angustiosa ilusión de minarle el camino rumbo a Los Pinos con burdos e inofensivos ataques en todos los frentes del oficialismo, de los comparsas disfrazados de oposición y de su servidumbre de pluma y papel, micrófono y lavaderos de café, toda una variedad de faunas siempre atentas y obedientes a la vil consigna de la corte de los milagros en turno.
Rota la última pompa de jabón que ofrecía la arrogancia y la demagogia del clan empoderado y socios para salvar al país y a los mexicanos de la ruina, con el fabuloso broche de oro mortal de un gasolinazo insensible y criminal, a los señores del tripartito Pacto por México, causante de la nueva desgracia nacional, sólo le restaba maridarse en otra conspiración, con sus mañas y perversidades, en su afanoso plan de cerrar el paso firme de la precampaña de López Obrador e intentar descarrilarlo a cualquier precio.
En su estrategia más reciente los temores de la alta burocracia neoliberal echaron mano del gabinete y de personeros del nuevo PRI y, como refuerzo incómodo, hasta de la voz ebria y mentirosa de Calderón, el moderno guerrero etiquetado de corrupto y asesino, o de los golpes con rebozo y todo de su esposa, la aspirante Margarita, rala de talento e ideas para hilar una frase coherente y de sintaxis pasadera, empecinados en conjunto en zarandear al implacable crítico de “la mafia del poder” y de paso congraciarse con su tono oficioso con los mandos militares a propósito de la polémica por la documentada violación de los derechos humanos por elementos de las fuerzas armadas.
A estas alturas, López Obrador, a su edad y con toda la experiencia buena y mala a cuestas, ha de saber en esta su tercera y última candidatura presidencial que necesita refugiarse en la sensatez en su nueva aventura entre leones y zorros, lobos y víboras, armarse de más sensibilidad política y diplomacia, empatía y tolerancia con los distintos e inclusive con los secuaces de la provocación, si quiere llegar más lejos que en 2006 y 2012, o de otra manera volver a toparse en el último tramo del camino con su muro infranqueable, si repite la historia y persevera con sus errores, desplantes y arrogancias impropios de estadistas o aspirantes a serlo, para sumarlos a la compra y coacción del voto echada a andar desde ya por la maquinaria priísta.
El santón de Morena entiende de seguro que entre sus adversarios más hostiles a su persona y ambiciones, figuran también, junto con los hacedores de fraudes electorales, su carácter a veces explosivo y belicoso que en momentos doblega su paciencia y lo conduce al arrebato y al juicio apocalíptico, o su naturaleza a ser con cierta frecuencia improvisador y poco reflexivo cuando generaliza lo particular y embarra a todos sin distinción, como su última ocurrencia, típica del espontáneo, de acusar al Ejército en su conjunto de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, mientras los defensores de los derechos humanos y la opinión pública señalan con el dedo a elementos de las fuerzas armadas como participantes, nada más.
Fueron este desliz del líder de Morena y el grito destemplado “¡cállate, provocador!” contra uno de los padres de los 43 de Ayotzinapa en su viaje a Nueva York, las bandejas de plata que el oficialismo y sus satélites esperaban velando armas para abrirle fuego con la socorrida guerra sucia de cada seis años e írsele a la yugular, en respuesta a un escenario político adverso para la desprestigiada clase política en el poder, que a cada instante asfixia más a las menguadas esperanzas del nuevo PRI de por lo menos colarse a la competencia o de sus cómplices en el negocio de la política, los del PAN, de volver al pasado, a Los Pinos, con su pesada losa de la decena trágica y corrupta y alguna nueva ocurrencia contra el pueblo como la demencial “guerra” contra el narco del borrachín Calderón.
Todo parece iluminar al día de hoy el sendero de López Obrador, mas ha de reflexionar que la confianza a ciegas, sin cautela ni cordura, separa de la realidad hasta a las mejores inteligencias y las vuelve frágiles a la astucia del rival. Porque un estratega con mente serena sabe que en política nada está escrito ni se marcha a un destino irrevocable por encima de circunstancias e imprevistos, aciertos y yerros del ser humano, o golpes de fortuna para quienes creen en la fuerza de estados de consciencia superiores o el auxilio del cielo para los invocadores de milagros, sobre todo en un país de políticos corruptos e inmorales, ayunos de ética, formados con las tácticas más perversas y depravadas que desde el siglo pasado resurgen mejoradas en el tiempo electoral para devastar al oponente, si como dicen el fin justifica los medios y la política es una técnica y se juega al margen de la moral.
Fuera de los resabios de la escuela de caciques priísta donde se formó y conque a no querer impone su voluntad con tufo de autoritarismo y reparte candidaturas con dedazos entre sus leales como lo hacen los gobernadores y el Presidente de la República surgidos del PRI, López Obrador conserva sin embargo buena imagen y apoyo entre la ciudadanía y goza la fama de ser un político honesto, si los hay: si tuviera cola ya hubiera sido exhibida por las ansiosas cúpulas del priísmo y el panismo, o por el señor Peña y el señor Salinas, ambos personajes que la gente ve entre los más nerviosos por el desplome de sus precandidatos y la constancia en el ascenso del mandamás de Morena en las preferencias electorales, con quien –dicen por allí las malas lenguas– renacerían las cuentas pendientes por pagar.
La rasante mediocridad de los aspirantes del PRI (los Nuños, Videgarayes y Osorios, impulsados por Peña), el desastre del gobierno neopriísta y la escandalosa corrupción de los gobernantes, más el regalo del gasolinazo a la sufrida economía familiar, parecen haberle dado al clan empoderado la puntilla y su ocaso al sueño de perpetuarse en Los Pinos, como la pequeñez del trío de osados incapaces del PAN, los Anayas, Morenos Valles y Zavalas, que comenzarán a desfondarse cuando los electores más conozcan sus limitaciones y secretos, favorecen la ruta de López Obrador a la cita de 2018 con la urna y la verdad. De los tres tristes tigrillos del desmoronado PRD, llámense Manceras, Gracos y Aureoles, de visibles tendencias priístas e inocultable medianía, ni hablar: porque ni juntos llenarían los zapatos de una candidatura más o menos decorosa, pero sin ninguna pretensión.
Entonces más vale recordar que, para quien va en pos de ganar un gobierno o ya rige un estado, la sabiduría milenaria aconseja no perder jamás el honor y la reputación para conservarse impecable y, si quiere aplicarla a 2018, López Obrador deberá verse con serenidad y prudencia en el espejo de quien dejará la batuta a manos distintas.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996