Los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu
Francisco Rodríguez jueves 23, Mar 2017Índice político
Francisco Rodríguez
La amistad del suegro de José Francisco Ruiz Massieu, Raúl Salinas Lozano, padre de Adriana, con don Jesús Silva Herzog, el historiador de la Revolución, logró que El diamante negro, hijo de éste, al tomar posesión como primer director del Infonavit, invitara al joven guerrerense a hacerse cargo del área jurídica del Instituto, al lado de Miguel González Avelar.
Todo iba bien. El trabajo desempeñado por el grupo de abogados que invitó Ruiz Massieu a esa dependencia era excelente. Hasta que sucedió aquella ejecución de un chofer que involucró a Ruiz Massieu y a su amigo Mario González Ulloa, hijo de los dueños del Hospital Dalinde, y eso se convirtió en un escándalo nacional inocultable, aunque la culpa fue descargada sólo sobre este último.
Como toda la carrera burocrática y política de Ruiz Massieu siempre se debió a un solo dedo, el manto de la impunidad cobijó cualquier tropiezo. Los favores que cubrieron su exitosa trayectoria se debieron al apoyo de la familia Salinas de Gortari. Su vida dependía de ellos. Con el tiempo, su muerte también.
Con Jorge Carpizo y Guillermo Soberón, en la UNAM y en la Ssa
José Francisco se regresó a la Universidad Nacional, donde rebobinó su relación afectiva con Jorge Carpizo y con su paisano, el doctor Guillermo Soberón, a la sazón rector de la Máxima Casa de Estudios. Desde ahí, los amigos construyeron la plataforma para hacerse de la UNAM y de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, donde Soberón hizo oficial mayor a Ruiz Massieu.
El carpicismo sentó sus reales en Ciudad Universitaria y después, en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, gracias a la protección de Miguel de la Madrid, primero, y de Carlos Salinas de Gortari, después. Un grupito especial de caballeros perfumados que estaba auténticamente blindado frente a cualquier sospecha de acusación.
Ruiz Massieu era un intelectual sólido, lector voraz, buena pluma, chispeante y conocedor del sistema, pues descendía de una familia de altos burócratas. Su abuelo, Wilfrido Massieu fue fundador del Instituto Politécnico Nacional. Su tío, Guillermo Massieu Helguera, fue director del Poli y fundador del Conacyt.
Carlos Salinas y José Francisco; Adriana, golpeada; Raúl, se vengaría
Todo iba bien en la vida de Ruiz Massieu. Hasta que tomó la decisión de casarse, al inicio de su carrera burocrática, con Adriana Salinas de Gortari, hermana de Carlos, una mujer de armas tomar. Vengativa, violenta y temible. Una mujer que nunca tuvo remilgos para satisfacer cualquier capricho.
Cuando ella descubrió anormalidades en las relaciones entre su esposo y su hermano Carlos, en su casa de Churubusco y Universidad, montó en cólera, pero en el acto, fue golpeada salvajemente por los dos amigos. Uno de esos sucesos que marcan para siempre la vida de las personas, aunque crean que se trate de travesuras.
Como pudo, Adriana logró zafarse de los energúmenos y llegó hasta la casa de su padre, en la calle Árbol del Fuego, una mansión en El Rosario, Coyoacán, con la cara ensangrentada y los rastros evidentes de la golpiza, propiciada por el hermano y el esposo, como reprimenda a las amenazas proferidas por la ofendida.
Ahí se encontraba Raúl, el hijo mayor. Impulsivo y bragado. Avergonzado por la escena, delante del padre juró vengarse del guerrerense, no del hermano. Dicen los abogados de la causa penal que finalmente perdió Adriana en los juzgados adyacentes a Lecumberri, que hasta profirió amenazas de muerte, a su debido tiempo, cuando llegara lo que iba a venir.
William Clinton, inconforme por el destape de Luis Donaldo Colosio
Durante esa desgracia sexenal que fue el salinato, Ruiz Massieu consiguió todo. Hasta la gubernatura de Guerrero, un estado bronco, contrastante con los modales refinados del impuesto. Pero los conocedores avizoraban que el de Acapulco era una piedra en el zapato para la dinastía de Agualeguas.
Ruiz Massieu por fin se divorció de Adriana Salinas de Gortari. Desde ese momento se convertía en un hombre al agua. Mientras, operó desde la secretaría general del PRI —cargo que hoy ocupa su hija Claudia— como el pivote que le hacía falta a Salinas, en 1993, para atemperar los nervios de los presidenciables descartados, Aspe y Camacho, que sabían de dónde procedían los mensajes.
Así que, cuando William Clinton, inconforme por el destape de Luis Donaldo Colosio, movió cielo y tierra para que en el feudo de Carlos Hank González fuera ejecutado el sonorense, logró imponer a su favorito de Yale, el felón Ernesto Zedillo, quien a pesar de ser el jefe formal de la campaña de Colosio, nunca se paró por Lomas Taurinas.
A Clinton le habían molestado las bravatas y amenazas que el de San Luis Río Colorado había dirigido a los capos del narcotráfico, pues obstruía su visión de, como él mismo lo declaró en una conferencia en la Universidad del Valle de México, convertir a México, de un lugar de tránsito de estupefacientes, a un lugar de consumo de la droga. Lo logró.
Hernández Haddad: complot del gobierno para ocultar a Muñoz Rocha
Seis meses después del asesinato de Colosio —hace justo 23 años—, se cumplió el ciclo de Ruiz Massieu. A punto de tomar las riendas de la Cámara de Diputados, un grupo de sicarios lo liquidó frente al hotel Casablanca, en la calle de Lafragua, colonia Tabacalera. Los motivos jamás fueron revelados, pero las verdades tienen el secreto de concatenarse al paso del tiempo.
Manuel Muñoz Rocha, un diputado tamaulipeco de la LV Legislatura, muy amigo de Raúl Salinas de Gortari, fue señalado desde el principio como el autor intelectual de la vendetta. Desde entonces, septiembre de 1994, oficialmente no aparece ni un rastro de él, aunque el entonces cónsul de México en San Antonio, Humberto Hernández Haddad, ha sostenido haberlo visto en aquella ciudad estadounidense, protegido por las autoridades federales mexicanas que así habrían participado cual cómplices del asesinato. Para “taparle el ojo al macho”, se han hecho investigaciones, se han formado comisiones, hasta el hermano de José Francisco, Mario, el subprocurador fue designado investigador exclusivo del caso, y nada. Dicen que, mejor, se suicidó.
Zedillo se legitima; Raúl encarcelado; Carlos en ¿huelga de hambre?
Zedillo, necesitado de un buen punto que rescatara su desastrada figurita después del error de diciembre anterior, mandó aprehender a Raúl, en un acto desesperado, inédito, de justicia expedita. Raúl fue recluido y Carlos, en protesta esquemática emprendió una “huelga de hambre entre comidas”, en las neoleonesas colinas de Topo Chico.
Bueno, hasta tomó la decisión de autoexiliarse en Irlanda, un país con el que no había tratado de extradición. Un país donde se asentaban las filiales de PMI Pemex, las empresas offshore que Salinas creó a finales de 1993, con el auxilio de Pedro Aspe, a la sazón secretario de Hacienda y Crédito Público. Así, como suena. Un país en el que, hoy, su hijo Emiliano tiene la sede de la empresa que regresa impuestos a los extranjeros que visitan nuestro país.
Con Pemex, Carlos Salinas seguía enriqueciéndose en Dublín
Desde Dublín, Carlos Salinas de Gortari siguió manejando los entrambuliques de comercialización de carburantes, a salvo de la mirada de alguna autoridad y los pingües negocios multimillonarios de importación de gasolinas, que tanto ha despreciado el pueblo mexicano. Desde allá se ejecutaron los mejores negocios de Carlos Slim, que llegó a ser el más rico del mundo.
Las investigaciones emprendidas por los mastines judiciales del zedillismo acabaron en agua de borrajas. Sólo sirvieron, con todo y las indagaciones cadavéricas de La Paca, Lozano y Bezanilla, para darle al frustrado cachanilla el pretexto para desparecer los cuerpos de policías civiles y ubicar en su lugar a todos los militares jubilados que se encontrara en el camino. La decisión, otro producto del caprichato fue un fiasco. Pero así somos.
La justicia mexicana ha demostrado palpablemente su inviabilidad
A base de carpetazos, órdenes distractivas, caprichos de poderosos y bastonazos de ciego, la justicia mexicana ha demostrado palpablemente su inviabilidad. Los casos paradigmáticos de Colosio y Ruiz Massieu así lo demuestran. Junto con la seguridad, forma una poderosa mancuerna de dislates que cada día que pasa empeora la frágil estructura de los gobiernos frente al exterior. Sirven hasta para esquivar cualquier denuncia o reclamo internacional. Para los gobernantes mexicanos no existe otro sumsum corda que el enriquecimiento ilícito e inmediato. Mientras más, mejor. Son estándares que llevan bajo la piel. ¿O usted qué hubiera hecho?
Índice Flamígero: Don Miguel Ramírez escribe: “La semana pasada Osorio Chong exigió a AMLO presentar ante el Ministerio Público pruebas de sus dichos sobre la presunta responsabilidad de las fuerzas armadas en el caso Iguala. José Carlos Beltrán, director de Derechos Humanos de la Sedena, acaba de hacer lo mismo, pedir que quien tenga pruebas de las acusaciones contra el Ejército, las presente. ¿Ya se les olvidó a estos funcionarios cuál fue la actitud de nuestras autoridades ante los organismos que investigaron lo sucedido en Ayotzinapa? Al GIEI se le sometió a una campaña permanente de acoso, evasivas e intimidación y se le negó la entrega de documentos que solicitaron e, inclusive, no se le permitió permanecer en nuestro país para continuar su investigación. El general Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa Nacional, dijo que no permitiría que ninguna comisión internacional interrogara a los soldados del 27 Batallón de Infantería por los actos ocurridos en Iguala. Si las fuerzas armadas y las federales están limpias de culpa, ¿por qué se han obstaculizado las investigaciones de los organismos independientes? Las dudas que gran parte de la sociedad tiene acerca del comportamiento de estos grupos, están plenamente justificadas. El gobierno está cosechando lo que sembró.” Comparto su opinión, don Miguel. Gracias. + + + Y el siempre bienvenido don Alfredo Álvarez Barrón, bajo el título “Amnesia”, comenta: “Alejandra Barrales, líder nacional del PRD, olvidó incluir en su declaración 3 de 3 un departamento en Miami que tuvo un costo de 990 mil dólares…” Y El Poeta del Nopal apunta flamígeramente, claro está:
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