Nuestra soberanía, a examen
Francisco Rodríguez viernes 17, Mar 2017Índice político
Francisco Rodríguez
México es cada vez más tierra de nadie. Fracasa quien quiera explicar las decisiones políticas, argumentando que el gobierno hace frente a los sucesos internacionales. Yerra también si desea hacerlo a través de la suma de sus atribuciones políticas internas, pues lo que hemos visto en cuatro años es la abdicación de las elementales responsabilidades del Estado.
El gobierno se ha situado en tierra de abyección. Es absurdamente dependiente a las decisiones extra fronteras, bebe los alientos de sus ancestrales verdugos y es absolutamente incompetente hacia adentro, en las materias básicas de seguridad y justicia. Sencillamente, las que podrían otorgarle su razón de ser.
Ningún país, de ninguna ideología, puede exigir de otros países respeto a sus decisiones soberanas, si antes no puede ejercer su derecho elemental a la subsistencia, que empieza por respetar los indicadores básicos de su gobernabilidad, decoro y confianza mínima. Las deprimentes calificaciones laborales, educativas, productivas, crediticias, económicas, diplomáticas y las que usted guste añadir así lo indican.
La soberanía de una nación sólo se explica desde el punto de vista de las atribuciones que ejerza su Estado en el ámbito de su actividad. Parece una verdad de Perogrullo, pero ha costado demasiado tiempo y esfuerzo hacer que esta idea sea asumida y respetada, prevalezca erga omnes en tiempos de paz y de confrontaciones violentas en el mundo.
Lo anterior quiere decir que la naturaleza de la soberanía no es una competencia jurídica internacional, tampoco se deriva de una esfera de libre acción, concedida por el derecho de gentes. La soberanía jamás podrá ser producto de una atribución delegada por un sistema ajeno, extraterritorial o superior a quien deba ejercerla.
Y esto es así porque el derecho internacional público se aplica directa y exclusivamente a los Estados, de donde se deduce que es indispensable el advenimiento de un acto especial de la voluntad del Estado, dirigido a otorgar validez interna a las normas extra fronteras. De la misma manera que “no puede haber soberanía sin petróleo ni finanzas” —si no, pregúntele a los iraquíes a quienes recién “perdonó” Donald Trump—, un derecho interno contrario al internacional es un contrasentido. Lo que no debe ser, no puede ser.
La esencia del moderno concepto de soberanía se encuadra en lo anterior. El jurista vienés Alfred Verdross, una autoridad en la materia, definió que los Estados, en ejercicio de su soberanía, pueden diversificar los grados y niveles de su libre actividad, pero no pueden modificar la esencia de la esfera de acción que les pertenece. Ni más, ni mucho menos.
La creación de la Sociedad de las Naciones y, posteriormente, de la ONU, más los tribunales que dependen de ella, nunca han pretendido ser una unidad decisoria universal, pues sólo tratan de salvaguardar la soberanía de los Estados. Si a lo anterior se agrega la amenaza de Trump de retirar el subsidio para su funcionamiento, se reduce aún más la expectativa, ¿no cree usted?
Lo único que los Estados, por propia voluntad, elevaron a la categoría de norma obligatoria fue el intento para lograr las soluciones pacíficas a las controversias. Pero, aún en caso de guerras, las instancias superiores de negociación internacional se redujeron a respetar la posición de los estados en conflicto, llamándolas “negocios domésticos” o “dominios reservados”.
Honor, independencia y derecho constitucional del Estado
Entonces, estamos en tierra de nadie. El verdadero alcance de la soberanía está integrado por todas aquellas cuestiones no sujetas a arbitraje o a la decisión de tribunales internacionales. La soberanía comprende sólo los intereses vitales, el honor, la independencia y el derecho constitucional de los Estados.
No puede haber conflicto de competencias entre la soberanía de un Estado y el derecho internacional, así como no hay un sistema internacional normativo de todos los actos posibles, pues como ya está dicho, la competencia de cada Estado no se adquiere por delegación. Más claro, ni el agua. Lo que no hagamos por nosotros mismos, nadie podrá hacerlo, bien dijo Juárez.
En México, la ignorancia reiterada sobre estos asuntos elementales de política interna e internacional es desesperante. Los aprendices de diplomáticos insisten en que las relaciones exteriores dependen de la buena voluntad de los yernos, o de la predilección que tenga un voraz negociante desquiciado sobre otros de su misma calaña.
En tanto exista el derecho internacional tienen que existir estados soberanos, decía Hermann Heller. Creer lo contrario “es retornar a la época de las cavernas y a la teoría de la preeminencia de los príncipes”. Parece que nos estaba viendo el maestro del estructuralismo jurídico internacional, usted sabe.
A la vera de esta concepción de política internacional, universalmente aceptada, estamos perdidos. Nadie puede hacer nada por ayudar a los eminentes próceres. De entrada, están ponchados, y más vale que Videgaray siga comprometiendo el futuro de nuestros hijos y nietos.
Para cualquier mandatario extranjero debe ser muy difícil empeñar sus acciones para arriesgarse de oquis a defender las posiciones del gobierno en estos momentos, por múltiples razones, puesto que todas obedecen al entreguismo que practican contra viento y marea.
Desgraciadamente, éstas se observan en todas las materias en disputa. Desde la falta de solidaridad con sus propios migrantes desplazados, hasta su displicencia por encontrar alternativas de respuesta a los inclementes ataques provenientes del exterior, en materia petrolera, económica, ambiental, monetaria, industrial, comercial y en todos los rubros estratégicos, hoy fuera de la competencia soberana de los mexicanos. La pusilanimidad es integral, o no lo es, sostienen los próceres de Metepec, usted lo ha visto.
No es posible que reclame soberanía un país que ha dejado en manos de los militares del Comando Norte y Sur el manejo de las seguridades pública, nacional y territorial, como se deriva del empeño ñoño por aprobar una Ley de Seguridad Interior, calcada a la medida de los deseos estratégicos del Departamento de Estado y del Pentágono estadounidenses, mientras Osorio Chong se dedica a espantar paisanos, amenazándolos con retirarles la protección del Ejército.
No es posible que reclame soberanía un país que ha entregado todos los rubros de la justicia, civil, constitucional, político-electoral, mercantil, bursátil, económica, comercial, en manos de grupos de interés que medra a sus anchas en todos los tribunales, cortes, magistraturas y comisiones de cargo, atendiendo las indicaciones de sus patrones privados. Una justicia de procuración al servicio de clanes corporativos, de ejercicio y consigna clientelar para el mejor postor, cuyos titulares, formalmente designados por los levantadedos del Senado, materialmente han sido palomeados y designados por la consejería jurídica de Los Pinos, a cargo de Humberto Castillejos Cervantes.
Así no se puede. La soberanía, la seguridad y la justicia, los tres pilares esenciales del Estado, simplemente no persiguen objetivos superiores. No pueden inspirar confianza a nadie. Forman un perfecto círculo cuadrado, que no tiene ni parece algo que esté pensado para beneficio de la población. Más bien, está diseñado para su avasallamiento, para permitir el entreguismo inmediato.
La razón de ser de todo Estado, ha dejado de existir en México. Nuestro país, si así queremos llamarle, está en un estado de excepción política. No hay un solo signo de vitalidad, casi ni de resuello, porque todo se maneja al compás de lo que toque el pandero, el dueño del oso, un espantajo sin voluntad.
¿Adónde queremos ir, si no podemos ir a ningún lado? ¿O usted qué hubiera hecho usted?
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